Ha querido la coincidencia temporal que se produzca cierta revisión de fenómenos historiográficos vinculados a la arquitectura y sus diversas expresiones. Como si cada generación proyectara su visión sobre asuntos históricos, estableciendo en ocasiones criterios confrontados y aún enfrentados con las miradas y relatos precedentes, todo ello, para inventar una Nueva Mirada y un Nuevo Relato. De tal suerte, que la tentativa real de la actualidad es la de producir una reescritura de la historia disciplinar o de algunos de sus pasajes. Reescritura, que no deja de ser la versión actualizada de secuencias del pasado que se matizan y se contraponen a otras interpretaciones que ahora sucumben y decaen.
Así ha ocurrido, recientemente, con la exposición de Weimar sobre Bauhaus y el Nacionalsocialismo, con la pretensión de erigir un relato de las vicisitudes del Nazismo con la Arquitectura emanada de Bauhaus (Alex Vicente, En la Bauhaus no solo hubo héroes: la gran escuela de arte también colaboró con el nazismo, El País, 29 junio 2024). Más aún se señala en el texto citado que: “Una exposición en Weimar revela que decenas de profesores y alumnos del centro, vivero de la vanguardia artística en la Alemania de los años treinta, militaron en el partido o aceptaron encargos del Tercer Reich”. Invirtiendo, en parte, el relato de la Bauhaus perseguida, y en el límite clausurada por el Nacional Socialismo, para encontrar un campo de colaboracionistas y también de filonazis que habían permanecido velados y opacados bajo las apariencias de la Modernidad radical de la experiencia de Bauhaus. No sólo ello, sino el imponente número de profesores y alumnos del centro formativo que marcharon al exilio a lo largo de la tercera década del siglo XX, quedarían sometidos a un raro péndulo del capricho de la huida. Si la tesis desplegada ahora, sobre lo acontecido entre 1919 y 1936 de cierta connivencia y aún cierta colaboración, fuera cierta, no se entiende la necesidad operativa de clausurar una institución, como acabó ocurriendo con la instalación –tercera y última de las sedes– de Berlín bajo el mandato de Mies van der Rohe. Incluso el relato de las derivadas del Entartete Kunst –Arte Degenerado– con algunas de las producciones de Bauhaus. Un análisis de la forma construida del tercer Reich, por su sus artífices principales –desde Speer a Troost, desde Schulze-Naumburg a Wilhelm Kreis– dejarían en evidencia el vacío afirmativo de las supuestas conexiones que la exposición de Weimar pretender asentar. Por más que se llegue a firmar que “En total, 16 profesores y alumnos de la escuela participaron en la gran exposición de arte organizada en Múnich por los nazis en 1937. Entre los antiguos miembros de la Bauhaus que militaron en el partido estaban el diseñador Karl Pieter Röhl, el arquitecto Friedrich Engemann o la artista Lili Schultz, que aparecen en distintas fotos con uniformes nazis o junto a oficiales del partido. Ernest Neufert, autor de un manual arquitectónico de referencia y mano derecha de Gropius, colaboró con Albert Speer, arquitecto oficial del Tercer Reich. El artista Oskar Schlemmer participó en un concurso público para firmar un fresco donde aparecían personajes haciendo el saludo nazi, mientras que Fritz Ertl, arquitecto que se convirtió en SS durante la guerra, diseñó los llamados ‘baños’ de Auschwitz, crematorios en los que hacían desaparecer los cadáveres”. Continuar leyendo