En el estudio de Paco Rojas [Jesús Fuentes Lázaro]

Vean, vean, vean. Lean, por si les resultara útil este texto, para comprender  la amplia obra de Paco Rojas. El escrito se acerca a una interpretación mínima de una obra amplia. Se narra  un proceso creativo que, como en el rio de Heráclito, todo fluye, nada es igual, pero es el mismo rio, caudaloso en las épocas de lluvias, más reducido en los estiajes. El cambio y la transformación, sin perder la identidad personal, son el impulso creativo de la obra de Paco Rojas,  que abarca desde el primer cuadro que salió de su paleta hasta la última pintura-escultura del toledano.

Adentrarse en el estudio de Paco Rojas, en pleno centro histórico de Toledo, supone aproximarse a un enclave estratégico en la trama urbana de la ciudad antigua. El estudio se sitúa al lado de la Iglesia del Salvador, la Capilla de Santa Catalina, el Taller del Moro, el Palacio de Fuensalida y cerca, muy cerca, de las Sinagogas, el Museo del Greco y el insondable “Entierro”, en la Iglesia de Santo Tomé. Los testimonios simbólicos de una historia local que comprende una parte de la Historia Nacional.

Todas las fotografías están tomadas por el autor del artículo en el estudio del artista. En esta, intuimos a Jesús en el reflejo.

En un estudio como el de Paco Rojas es posible imaginar que, para construir la obra que este hombre ha hecho, ha tenido que experimentar vidas diversas. Así que aceptemos el reto. Imaginen una trayectoria histórica que coincide con su trayectoria vital y su recorrido artístico. Supongan que llegó a Toledo tras la dispersión que ocasionó la destrucción de Jerusalén en el año 63 a.C. por el general Pompeyo. Una parte de los presos judíos, que sobrevivieran a la destrucción y a la esclavitud, se desplazarían con los militares licenciados de la campaña para afincarse en una pequeña ciudad  bien fortificada de Iberia. Allí, al contrario que en Babilonia o Egipto, encontrarían un trozo de la tierra prometida en la que afincarse. De ese grupo, que fue creciendo con lo años, surgiría un narrador e iluminador de la Torá que mantendría a la comunidad unida a sus tradiciones. No se llamaría como se llama ahora, pero sería el mismo que es en la actualidad.

Pero continúen suponiendo y supongan que no ocurrió así y fue de otra manera. Llegó con los primeros conquistadores romanos que convertirían a la ciudad en el centro radial de las comunicaciones de Ia Península. En aquella comunidad se desempeñaría como constructor, diseñador de murales, desgraciadamente perdidos, escultor de dioses y hombres y especialista de las coloridas teselas de las casas romana. Supongan que, con la entrada de los visigodos en la historia, y su establecimiento en Toledo, debió ejercer como escribano e intérprete en los actos festivos y religiosos de los Concilios de Toledo. Conocería al bizantino Kosmas, llegado a Toledo (entonces decían Toletum) para narrar los intensos debates teológico-políticos sobre la “Naturaleza del Hijo”. Kosmas había sido enviado por Basilio, su tío, celoso representante en la península de los intereses de Bizancio. Lo cuenta el escritor Juan Perucho en su novela “Las aventuras del caballero Kosmas.” Durante su permanencia en Toledo, Kosmas, un sabio de tradición helenística, enseñaría a los impresionados visigodos el arte y la técnica de confeccionar autómatas como los que le acompañaban y que desfilaron en procesión por las calles de la ciudad, donde se celebraba el Tercer Concilio definitivo en el devenir posterior de los visigodos. Seguro que también enseñó a Paco Rojas las reglas de la “mecánica matemática” y los “elementos básicos” de la “cibernética,” una ciencia ocultisima y custodiada férreamente en los infiernos. Y, cómo no, los secretos de las pinturas bizantinas, cuyas obras desgraciadamente también han desaparecido. La cultura visigoda ha sido una herencia cruelmente expoliada.

Tras la derrota de Rodrigo por la traición de los “witizanos” y no por otras razones como cuenta la leyenda, en Toledo se asentaron los primeros árabes y moradores de los montes. Muy pronto la ciudad de los visigodos empezaría a cambiar su fisonomía urbanística para recrear un hábitat como el del las ciudad des del Norte de África. Mezquitas, escuelas, tiendas de diversas actividades y gremios, especulación inmobiliaria dar lugar a otra ciudad. En ella el constructor Musa ibn Alí dejaría su huella en la traza definitiva de la ciudad. Cualquiera que se cruzará con él por las calles creería ver una cara conocida muy semejante a la figura actual de Paco Rojas.

Vean a ese toledano, que se parece a Paco Rojas, en las aulas itinerantes de la Escuela de Traductores y atiendan a sus trabajos de copista y traductor que conformaría con el paso de los años la “Lingua Tholetana”, en crecimiento y desarrollo. Siglos más tarde se le conocería como idioma Castellano. Pero antes contemplen a los conquistadores francos que acompañan a Alfonso VI con técnicas innovadoras de construcción de templos, con nuevas orientaciones de la poesía caballeresca y expertos en arte del tapizado. Y llegaríamos al final del rastro histórico de Paco Rojas con la presencia del Renacimiento en Toledo, cuyas técnicas arribaron importadas por Juan de Borgoña, bajo el mecenazgo del cardenal Cisneros.

Fue en ese puerto del Renacimiento en el que Paco Rojas dejaría de acumular saberes y de vagar por la Historia para afincarse definitivamente hasta nuestros días en la pintura moderna. Las reencarnaciones aquí contadas se fundamentan en la teoría de Delphine Horvilleur que sostiene que “cada uno de nosotros tiene muchas vidas, no sucesivas, sino trenzadas como hilos que se cruzan a lo largo de la existencia.” O como en el siglo XVI expresaría el pintor, denominado El Greco, en su afamada pintura “El entierro del conde (¿señor?) de Orgaz.” En el cuadro el pintor cretense presenta el tiempo como un proceso único. Las capas sucesivas del tiempo (pasado, presente y futuro) configuran un presente sin principio ni fin que, por su evolución cósmica, debe desembocar en “la cuarta dimensión,” que es, por otro lado, lo que persigue con su obra, denominada en su última etapa “abstracción surrealista”, el creador Paco Rojas.

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Paco Rojas es pintor, es escultor y es escritor, aunque lo que quiso, desde la infancia, era ser arquitecto. Construir cosas. De ahí su predilección, en los años de madurez, por la construcción de formas, geometrías y volúmenes con pinturas u objetos variados. Según el autor sostiene, de viva voz o por escrito, en un momento de crisis de producción, buscando nuevas maneras de expresión, descubrió, tras diversos ensayos, un material que se prestaba, por su ductilidad y manejabilidad, a cualquier forma, por muy complicada que fuera. Se conoce como masilla de carrocero, empleada en los talleres de reparación de automóviles. La experimentación con este material, humilde, flexible y maleable, la abría un universo de expresión y comunicación que en la pintura tradicional no había encontrado. Era algo así como hallar la piedra filosofal. El sueño nunca satisfecho de encontrar un material inexistente en nuestro universo que reemplace al resto de materiales.

A partir del descubrimiento se lanzó al empleo de ese material junto con otros, igual de humildes o desechables: el papel, el vidrio, cartones, escayolas, estructuras óseas y cuanto consideraba útil para expresar un torbellino de ideas e imágenes que, en su mente, no dejan de fluir. Pero además del proceso de creación continua, Paco Rojas escribe para documentar con palabras lo que refleja en sus composiciones. Explica su proceso creativo que comienza con un punto inicial pequeño para ir extendiéndose como la expansión sin límites de las galaxias.

En diferentes “Catálogos”, editados con motivo de las exposiciones realizadas, él mismo describe sus procedimientos, sus dudas, sus titubeos en la concreción de lo que quiere expresar, su trabajo incesante hasta que considera una obra terminada. Lo cual no deja de ser un convencionalismo, porque para él una obra nunca tiene final. De ahí que las formulas empleadas, en un espacio aislado, se presenten como sucesiones de conceptos que dan lugar a una serie de soportes (cuadro) que no son otra cosa que la evolución fraccionada de su pensamiento.

La idea de escribir sobre su obra la ha culminado en un libro seminal, titulado “Los siete pilares del arte.” En el libro, de 182 páginas, Paco Rojas repasa la historia del arte según su interpretación, y le sirve para perfilar las claves de su obra. Por los escritos en los Catálogos y en este libro nos aproximamos la actividad de un creador inquieto e incansable. Razona la evolución del arte en general y la acompasa al ritmo de su propia evolución. Su obra siempre es única y siempre distinta. Teoriza sobre el “eclecticismo”, que le resulta un concepto esencial en cualquier proceso creativo. Parte de la dialéctica clásica en la que una tesis engendra una antítesis, y de la oposición entre ambas, nace un producto nuevo que llamamos síntesis. En esa dialéctica esquemática inscribe sus obras Paco Rojas. En ellas ahora ya, al contrario de lo que sucedía en sus primeras obras, el cuadro es el lugar en que los objetos y las formas adquieren visibilidad, color, textura, volumen, sentimientos, comunicación, mensaje.

Comprobarán que hasta el momento no he dado ninguna referencia biográfica personal, de fechas, de premios, de reconocimientos, de exposiciones, de la presencia de sus obras en museos y galerías de arte. ¿A quién le pueden interesar estos datos menores, cuando el gran reto consiste en aproximarse a su obra para “aprehender” el significado oculto y explicito de su labor creadora? Su evolución, sus etapas, los premios, las exposiciones, se encuentran escritas en sus publicaciones. Y son muchas, abundantes y variadas. Y ellos pueden consultar sus datos quienes estén interesados. O en los textos escritos por divulgadores como Jesús Muñoz.

Más complicado es entender el alcance de esa obra que nunca es la misma, pero que contiene los elementos básicos de su personalidad individual. Los cuadros, se adscriban a la etapa que se adscriban, destilan un estilo y una formas inconfundibles. Lo que no allana la complejidad de su obra, planteada  como un reto para él mismo y un reto para el espectador. Las obras de Rojas demandan, para ser apreciadas, que el espectador se introduzca dentro de ellas, que sería algo así como penetrar en la mente del creador. El autor, dicho sea de paso, no es un dios omnipresente, sino un hombre en el que se superponen objetos, experiencias, historias, conocimientos, teorías, técnicas y habilidades diversas con las que compone sus cuadros.

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“La poesía no es únicamente literaria, es una fuerza de invención, una exquisita sensibilidad o gracia del espíritu humano,” escribe. La palabra “gracia” no hay que interpretarla, en el pensamiento de Rojas, con las connotaciones de  componente religiosa, que es como se suele explicar en la cultura judeo- cristiana. La gracia es una fuerza inaprensible que organiza todos los saberes y todas las experiencias humanas y que nos sirven para progresar en “medio del  camino oscuro” de la vida (Dante). En ese camino carecemos de certezas, andamos como los niños, tambaleándonos, buscando cómo trascender a nuestra mortalidad.

Más tarde, en otro momento, formula otra declaración aclaratoria. “La poesía que yo creo haber desarrollado se alimenta de ritmos, cadencias, tonalidades introducidas en el cuadro.” Pero, aunque él no lo dice, introduce la imperiosa necesidad de ver, de observar, de analizar, de tocar, de sentir la obra para conocer las palpitaciones que esa obra contiene. No es la contemplación pasajera de un museo o de una exposición temporal lo que demanda la obra, sino el detenimiento tranquilo para pasar de una pieza a otra y de ahí a la siguiente y así continuar en una línea sinuosa que conduce al espectador hasta la puerta de la ansiada cuarta dimensión que el autor busca. “Las oquedades, dice, son huecos, fosas, entradas o salidas de habitáculos que emergen de una cuarta dimensión.”

Y aunque el discurso parezca fragmentado, a efectos meramente expositivos, lo que se manifiesta es un continuo que no cesa. El final de una exposición simplemente es un formalismo técnico, porque el proceso de creación se completa en la imaginación del espectador o en el taller del creador hacia un horizonte que el autor y el espectador saben inalcanzable. Se articula de este modo una confraternización intima entre ambos que amplían y completan la obra de arte.

Y en ese proceso llegamos al punto donde establece su teoría sobre su obra que llama “abstracción surrealista.” El concepto lo había esbozado en  escritos anteriores. Sus obras recientes pertenecerían a esta unión en la que la dualidad se sintetiza en una unidad distinta. ¿Estamos ante un nuevo movimiento, inventado por Paco Rojas? La “abstracción geométrica” se había revelado insuficiente para incluir la gran cantidad y diversidad de obras que se estaban realizando en el tiempo reciente. En 1966 la historiadora Lucy R. Lippart acuñó la expresión “abstracción excéntrica.” Se refería al conjunto de obras, sobre todo hecha por mujeres, en las que se mezclaban maderas, metales, cuerdas, cartones, piedras, papeles, cualquier objeto material o visual. Era una conjunción de pintura, escultura y arquitectura.

Paco Rojas, que venía evolucionado intelectual y pictóricamente de manera autónoma, depurando los diversos movimientos pictóricos sobre los que ha teorizado en su libro Los siete pilares del arte,” necesitaba una denominación bajo la que se pudieran inscribir sus obras, aunque solo fuera a efectos estrictamente expositivos. En los procesos de trabajos que el desarrollaba su obra carece de denominación. La unión ecléctica de “abstracción” y “surrealismo”, le permitía a Paco Rojas avanzar en su discurso intelectual y darle un apelativo para que entendamos las circunvoluciones pictóricas y conceptuales que está realizando.

La denominación, sin embargo, hay que entenderla en la necesidad que experimenta el creador de explicar su obra al espectador. Como avezado enseñante sabe que debe aclarar lo que puede parecer oscuro y aplicar luz a  lo que puede resultar inaccesible. Y es que al Rojas creador, pintor, constructor, los nombres y las clasificaciones solo le sirven para que los demás conozcan lo que hace. En el fluir continuo de sus ideas, las palabras son tan solo instrumentos del lenguaje para aproximarnos a un flujo intelectual que en él nunca se detiene.

Y así, se concluye este escrito que ha pretendido acercarse a la obra de un autor, no por conocido, valorado en su autentica dimensión innovadora. Es más, tal vez sus obras sean entendidas más allá de nuestra limitada existencia en un tiempo fraccionado. Él, por su parte, continuará ampliando su concepción del mundo, buscando las ideas, imágenes, formas, geometrías para representarlas en una obra que nos acerque al inagotable contenedor expresivo que se halla en el Universo.

                          Jesús Fuentes Lázaro

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