[Muerte de Abel por Caín. Cerca exterior del coro de la Catedral de Toledo. Segunda mitad del siglo XIV]
Siento un cariño muy especial por esta representación. La conocí por primera vez hace casi veinte años y desde entonces no ha dejado de sorprenderme que el conjunto del que forma parte haya sido tan escasamente divulgado, a pesar de constituir uno de los discursos narrativos más poderosos de la ciudad de Toledo. El supuesto «vampiro» de la Catedral ha alimentado contenidos esotéricos y páginas web sobre curiosidades históricas en Internet. Por mucho que nos sorprenda su crudeza, sin embargo, este pequeño relieve de poco más de un metro de altura, situado en la zona exterior del coro catedralicio, no es más que una rara forma de interpretar la muerte de Caín a manos de Abel, uno de los episodios más conocidos del Antiguo Testamento.
Recuerdo haberla estudiado con Matilde Azcárate, en la actualidad directora del Departamento de Historia del Arte I de la Universidad Complutense, una de las especialistas más didácticas de toda la carrera (tantos años después, me alegra el acordarme más de sus esclarecedores apuntes que de la frecuencia con que suelen repetirse ciertos apellidos dentro de la historiografía artística española…). Forma parte del espléndido estudio —fotocopiado y casi destrozado por el uso de quienes acudíamos a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia— que realizó la medievalista Ángela Franco Mata y que publicó la revista Toletum después de que su autora fuera elegida correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.
La «muerte de Abel por Caín» es normalmente representada de forma violenta, aunque de manera más convencional. Caín suele blandir un garrote, una piedra o la quijada de un asno (el arma de Sansón). Dediqué unas palabras a la iconografía del personaje —el primero de los hombres que nació fuera del Edén, considerado por la tradición el primer constructor de ciudades— hace algunos años: «Nadie como Tiziano ha sido capaz de plasmar el desprecio con el que Caín arremete contra su propia sangre (Santa Maria della Salute). Abel grita como un niño asustado en una de las grisallas de Jan Van Eyck para las puertas del altar de San Bavon de Gante, o se enrosca contra su asesino en forma de sinuosa masa de músculos desnudos, como lo pintaron los barrocos. Incluso existen caínes negros, justificación —así lo esculpió el alemán Reinhold Begas, hoy en el Deutsches Historisches Museum de Berlín— del infame tráfico de seres humanos al considerar a los supuestos descendientes del asesino miembros de una raza maldita».
[Caín y Abel, por Tiziano. Iglesia de Santa Maria della Salute (Venecia). 1542-1544]
[La muerte de Abel, grisalla de Jan Van Eyck. Políptico de la iglesia de Saint-Bavon (Gante). 1432]
[La muerte de Abel, bronce del escultor alemán Reinhold Begas. Deutsches Historisches Museum (Berlín). 1897]
La peculiaridad de la representación toledana es el mordisco en sí.
A excepción del relieve de la Catedral, únicamente comparte esta característica la Biblia de Alba, una versión manuscrita de las Sagradas Escrituras realizada en el primer tercio del siglo XV por Mosé Arragel de Guadalajara, rabino de la judería de Maqueda. Se conserva en el Palacio de Liria, en Madrid.
Medievalistas como Karl Nordström han planteado que detrás de esta interpretación hay una fuente de gran importancia, el Zohar o Libro del esplendor, el texto más importante de la Cábala y del misticismo judío. Escrito probablemente en Guadalajara a finales del siglo XIII, recoge este texto que «cuando Caín quiso matar a Abel, no sabía cómo separar o disociar su alma de su cuerpo, así que le mordió como una serpiente». La versión latina de la apócrifa Vida de Adán y Eva —en donde «la sangre de nuestro hijo Abel estaba en las manos de Caín, quien estaba tragándolo bajo su boca»— es otra de las fuentes propuestas. La versión griega no resulta menos terrible e inquietante: «Mi señor, anoche tuve un sueño. Vi la sangre de mi hijo Amilabes, llamado Abel, siendo llevada hacia la boca de Caín, su hermano, y él la bebía sin piedad. Y no permanecía en su estómago, sino que salía de su boca». Según el Génesis Rabbah, una recopilación de comentarios judíos sobre el primer libro del Antiguo Testamento, la sangre derramada del hermano no pudo subir a los Cielos, dado que ninguna otra alma había ascendido allí todavía, de modo que permaneció en donde había caído, lugar en donde siguen sin crecer los árboles. Otra tradición aseguraba que la tierra arrojaba de sí el cuerpo de Abel, y que continuaría haciéndolo hasta recibir los restos de su padre Adán.
Este tipo de referencias eran comunes en el rico y culturalmente complejo Toledo tardomedieval. No sólo la «Muerte de Abel por Caín», sino las casi sesenta escenas que componen el exterior del coro de la Catedral, se nutren de miradas apócrifas, tradiciones locales e incluso interpretaciones internacionales, como las manos italianas e inglesas que se ha pretendido hallar en la composición de ciertas figuras. El conjunto de escenas, realizadas en la segunda mitad del siglo XIV, posee equivalencias con la Hagadá de Sarajevo, una serie de narraciones orales judías compiladas originariamente en la Barcelona de 1350 y conservadas en un histórico volumen que a punto estuvo de desaparecer durante el sitio de la capital de Bosnia-Herzegovina.
[Cerca exterior del Coro de la Catedral de Toledo. Fotografía de Óscar Hauser y Adolfo Menet. Comienzos del siglo XX]
Un espacio, sin duda, para detenerse en próximas visitas a la Catedral de Toledo.
Acabo con dos recomendaciones de Matilde Azcárate que a lo largo de estos años me han sido de gran utilidad y que también utilizó Ángela Franco Mata en su estudio, el cual puede consultarse completo aquí. La primera de ellas es el conjunto de estudios iconográficos de Louis Réau (1881-1961), reeditados en castellano por Ediciones del Serbal en 2006. Una serie de libros tan voluminosa —y cara— como imprescindible por su densidad y sistematización. La segunda es la traducción de Los mitos hebreos, de Robert Graves y Raphael Patai, publicada por Alianza Editorial en edición de bolsillo en varias ocasiones: un texto espléndido para abrir la mente a nuevas perspectivas. He pasado muy buenos ratos en compañía de ambos. Encierran, como el mordisco de Caín, una heterodoxa reflexión que, en el caso de los relieves de la Catedral de Toledo, se asesta en pleno corazón de la ortodoxia.
Adolfo de Mingo Lorente (historiador del arte y periodista)
Me parece que es directa la escultura..además si lee otros pasajes biblicos se habla de caníbales y gigantes .que son la descendencia de ángeles caídos y humanas…en diferentes culturas se hala de híbridos. Los judíos lo saben y en la Biblia dice dos simientes,trigo y cizaña…Caín no es hijo de Adán y Eva. Es hijo de Sammael el ángel y Eva.. el Talmud lo explica y el Génesis también. Dos simientes. Vivimos en un mundo dominado x un linaje vampiro (caníbal)d por la del ADN pervertido degenerado ( lo dice la palabra)???? Un ADN impuro, Posiblemente. Caín no está en la genealogía de Adán.. es cuestión de leer y razonar. Dos simientes dice el texto.