
Escribía semanas pasadas, sobre la publicación del trabajo de Andrés Rubio España Fea. El caos urbano, el mayor fracaso de la democracia, advirtiendo de que no es que fuera a pasar desapercibido –que lo ha sido, con alguna salvedad– sino que esa obra está siendo silenciada. Todo ello en la medida en que el relato desplegado por Rubio no deja lugar a dudas del papel desempeñado por múltiples sectores de la sociedad española, partícipes todos ellos del gran desaguisado y responsables en diferente medida de ese caos anunciado: partidos políticos, instituciones públicas de todos los colores, empresas del sector inmobiliario, colectivo de arquitectos obsecuentes, colegios profesionales y medios de comunicación consentidores de tantos despropósitos y corresponsables del fracaso citado. Ante todo ello, podríamos decir y preguntar –a la manera de Vargas Llosa en Conversación en la catedral– “¿Cuándo se jodió el invento?”. Probablemente haya opiniones encontradas y superpuestas de esta historia de la fealdad o de la dejación reiterada: el maleficio histórico del franquismo o la modorra dejadez de la Transición.
Se citaban, incluso, los antecedentes que señalaban los hitos camineros y mojoneros del feísmo. Por ello no es raro que Pedro Azara publicara en 1990 la obra De la fealdad del Arte moderno. De igual manera que Umberto Eco formuló en 2007 su Historia de la fealdad. Como un viaje inverso del realizado, años antes en 2004, en su Historia de la belleza. En esa onda revuelta, Patricio Pron, publicaba en 2016 el artículo llamado El tirón del arte feo. Tirón como enganche y como golpe aumentativo de arma de fuego: un tiro a lo bestia.

