Los inviernos de Moscú están condicionados por la humedad y el frío del Moscova. Los días transcurren duros y de luz corta. En estos años de supervivencia, algunos angustiosos, Alberto Sánchez reproduce en su memoria el sol inclemente de los alrededores de Madrid. El calor agobiante de la casa de las Covachuelas. O el frío que proviene del Tajo. Nada semejante a esto. Sus familiares más cercanos, y algún periodista de Chile, trasmiten los frenéticos últimos años creativos de Alberto. “Este corresponsal tuvo el privilegio de visitar a Alberto Sánchez hace tres meses, pocos días antes de que cayera enfermo, en compañía de Pablo Neruda. Allí en su taller pude ver el mundo fabuloso de formas, la gracia alada de su pájaros, el punzante recuerdo convertido en madera o piedra de sus mujeres españolas” (El Siglo, Santiago de Chile, 15 de octubre de 1962). Intentando sobreponerse a fracasos personales y colectivos se esfuerza con el mismo ahínco de su juventud, cuando de noche trabajaba en la panadería y el tiempo libre lo dedicaba a los dibujos, a la escultura, a las tertulias, a los paseos por Vallecas o por Toledo.
Reprimida su capacidad creadora durante años, en parte por voluntad propia y en parte por las circunstancias del momento histórico, mira hacia atrás y descubre que apenas quedan obras suyas. ¿Qué dejará a su familia y a la posteridad? Piensa en la familia que tanto le han protegido. Mientras trabaja o dibuja esa preocupación se mezcla con las imágenes y las formas que se le amontonan. ¿Qué será de ellos? ¿Qué fue de las cabezas de hombres y mujeres que reflejaban los vicios humanos: los sifilíticos, los tuberculosos, las caras de hambre, los mendigos y la fisonomía de los cuerpos prostituidos? ¿Qué fue de los “milagristas” y los tomadores de sol? Tal vez no quede ya ni el recuerdo. No pertenecerá a ningún lado. Experimenta un desarraigo torturado. Lo siente como su gran fracaso. Existen fotografías, documentos gráficos, criticas periodistas, pero sus obras en España desparecieron entre el fragor de la guerra, los traslados apresurados y la salida, casi improvisada, a la Unión Soviética.
El trabajo febril de los últimos años habla de la tragedia que mortifica a Alberto Sánchez cuando constata que su obra es invisible. Solo existe en sus recuerdos. Es cierto que los elementos que emplea tampoco ayudan a su conservación, pero los materiales desechables forman parte de su proceso de creación. Ni siquiera sabe qué pudo ser de aquel monolito orgulloso, aquel camino levantado hacia el cielo que, en plena guerra civil, en el París de la Exposición Universal, hablaba de la estrella del pueblo español elevándose hacia el futuro. Fue un grito de optimismo entre las ruinas del desastre. Y aunque las gentes de izquierdas no deben pensar en la trascendencia, la pervivencia en el tiempo de su obra y su persona (un lujo burgués) forma parte de su drama personal. La escasa presencia de su obra en el arte español y en el universal lo interpreta como un fracaso personal. ¡Él, que había querido superar las visiones anticuadas de la expresión artística de su época! Envidia a Picasso. Le doblega el desastre de sus sueños de un arte nuevo que represente las formas que la Naturaleza le ofrecía a cualquier hora del día. Dialogaba con ella. Solo se trataba de observar, escuchar e interpretar.
La familia ha construido la imagen de una persona sin debilidades humanas. Un hombre centrado en su actividad creadora. La sensación de amargura que Alberto experimenta en los últimos años de su vida, la familia la ha diluido en una mezcla de silencio dulce y de creador infatigable. Han colocado sobre su vida una gasa que encubre las amarguras y las derrotas personales o creativas. Se priva a Alberto Sánchez, bienintencionadamente, de su calidad humana. Sin embargo es su humanidad, su inteligencia natural, su sentido de la poesía, su compromiso político y social, seguidor convencido del materialismo histórico, lo que convierte a Alberto Sánchez, no en personaje, sino en su propia obra de arte. Una obra frágil, sensible, rugosa, con carencias intelectuales, pero con capacidades poéticas y técnicas revolucionarias. Francisco Umbral lo define en la revista Galería en 1989: “Alberto ha asumido más mundo que ningún otro creador del siglo XX, junto a Picasso, y en Toledo, en Vallecas o Moscú, en París o en Madrid, su obra, su orbe, sus abstracciones tan comunicativas y sus estilaciones/estilizaciones tan avecindadas donde se las ponga, explican perpetuamente el mundo por la bondad, mejor que por el azar o la necesidad. Eso, y lo buena persona que era.” (Reproducido en el Catalogo “Encuentro en Toledo 1895-1995).
Alberto no era hombre que expresara sus angustias, prefería trasmitir alegrías. Lo había decidido hace mucho tiempo. “Renuncié a hacer cosas que me pudieran llevar a ver solo el lado negativo de la vida y que por el contrario debía hacer cosas concretas orientadas a la vida nueva.” La decisión se acomodaba a la visión de sí mismo como obrero del arte. Nunca dejaría de ser el niño pobre de las Covachuelas, solo que ahora con un vozarrón de hombre y una capacidad de transformar cualquier relato, oral o escultórico, en un recital poético. Lo que ha llegado a nosotros es la ocultación de los sucesos negativos de su vida. Alberto habría venido a este mundo dotado más de poderes divinos que de cualidades humanas. Y esa imagen se ha fijado como un canon difuminado para explicar su figura y su obra. Se le despoja de sus sentimientos, de sus emociones coloridas, de sus visiones únicas, de los arrebatos que procuraba controlar. De su inteligencia crítica. Y se repite sin atender a las tragedias que lo acosaron. Sobre todo, el exilio.
El exilio conlleva el extrañamiento de tu propia condición. Todo es nuevo, pero nada te conmueve. Has sido arrancado de ti mismo, de tus costumbres, de tus colores, de la luz, de los sentidos, del lenguaje, de tu arte. Tienes que aprender a vivir otra vez. Para Alberto el exilio resulta su gran fracaso existencial, porque ha quebrado el país del que salió precipitadamente. Apegado a sus tierras rojas y pardas, el exilio supone la ausencia de su orientación creativa. Lejos queda la fortaleza de los paisajes luminosos de Vallecas o de Toledo. Evoca el sol abrasador de los veranos de la Sagra o de Alcalá, que difumina los cuerpos y embravece a los toros.
Le duele no poder hacer escultura en Rusia. Sus formas y sus composiciones no son revolucionarias como él creía, sino arte burgués, contrarrevolucionario. No es el arte del pueblo con el que había soñado en Madrid, ni la realización de una belleza nueva que represente a las clases trabajadoras. Moscú si sitúa a demasiada distancia de cuanto añora: paisaje, amigos, idioma. Vive donde ha triunfado la revolución proletaria, la gran esperanza en la lucha contra el capitalismo, pero en nada se parece a sus anhelos de libertad, a sus comportamientos enardecidos, a sus geometrías revolucionarias.
Llega a Rusia, como exiliado protegido, en el año 1938. Un año después de la conmemoración especial de los veinte años de la Revolución Proletaria. La patria de los trabajadores del mundo. Moscú vive inmerso en una gigantesca renovación urbana. Se construye una ciudad nueva. Se mire hacia donde se mire, no se pueden abarcar las dimensiones de las obras. Bajo el suelo, estaciones de metro como palacios; en la superficie, grandes carreteras que se adentran en el horizonte; en la arquitectura, los edificios que retan al cielo; en la naturaleza, los parques enormes como selvas plantadas. Los puentes ya no sirven para cruzar ríos, deben aportar belleza. El nuevo “skayline” de Moscú, va a quedar definido por el edificio de viviendas de la Casa del Gobierno o el monumental Palacio de los Soviets para el que pedirán su colaboración. Si esto fue cierto, por alguna una razón que nadie de la familia ha desvelado, lo rechazará. ¿Presiente que la escultura que él hace no encajaría en la nueva ciudad del “homo sovieticus”?
Moscú es un “paisaje planificado” para acogera millones de habitantes. Competirá con cualquier ciudad Europea. Se construiría en Rusia el “Jardín del Edén.” El infierno y el paraíso, coexistiendo en el mismoespacio. El comunismo como teleología utópica. Un camino hacia el futuro, concepto que a Alberto le resulta muy querido. En paralelo, Stalin organiza una red de policía secreta, con cárceles, torturas, farsas judiciales, ejecuciones, desaparecidos. Siberia como destino. Los años del Gran Terror.
Aún así muchos intelectuales y artistas jóvenes, comprometidos con la revolución, se mantienen ilusionados por la creencia de que se puede hacer realidad la utopía con la que habían soñado cuando se enfrentaron contra el zarismo corrupto. Brutalmente se irán desencantando. A pesar de las dificultades del idioma y del trato protocolario, Alberto Sánchez atisba desconfianza y miedo en los ojos de las personas con las que trata o le reciben con entusiasmo protocolario. No entiende a esas gentes, es que son eslavos, se justifica. Se suceden las manifestaciones de apoyo a España, la recogida de donaciones en las fábricas y en los centros de producción, la solidaridad de los trabajadores. España es la segunda apuesta internacionalista para el triunfo de la revolución proletaria. Pero nada de eso quedará cuando termine la guerra en España y llegue el vendaval de la Gran Guerra Patriótica. La España, que antes era aclamada, queda relegada. Nadie se preocupa por su destino. La pequeña comunidad española se ve envuelta en las intrigas partidarias. Cualquiera que disienta, que critique a la URSS o quiera salir de ella será considerado “traidor.” Y esa es una acusación que Alberto no quiere recibir. Sería lo peor que le podría suceder. Entre los españoles exiliados todos sospechan de todos. El estado neurótico que se ha apoderado del PCE se vive con mayor intensidad en Rusia, donde reside Dolores Ibarruri, su protectora, cada vez más alejada de los exiliados. Solo se la ve a distancia en las grandes celebraciones de exaltación comunista.
Vive en un país con modos de vida que no comprende. Le sorprenden las colas en las calles, en las plazas, en todos los lugares, para cualquier asunto cívico. “Hacer cola era la actividad que lo convertía a uno en ciudadano soviético”, escribe Karl Schlögel en su libro “El siglo soviético.” Con unos planteamientos artísticos rígidos, arbitrarios, grises, muy distantes de sus paisajes encendidos, de sus figuras apenas intuidas. Aquí no podría realizar su escultura “Volumen que vuela en el silencio de la noche y que no pude ver.” O “Escultura del horizonte. Signo del viento.”
Busca en Rusia paisajes parecidos a las llanuras de Vallecas o a los alcaenes de Toledo. Se acumulan fracasos ajenos sobre pérdidas propias. Pierde su obra, pierde su país, se desmoronansus creencias revolucionarias. Se agudizan los males del exilio. La revolución se ha convertido en una dictadura personal. Quedan demasiado lejanas sus fuentes de inspiración. ¿Cómo concebir aquí una escultura titulada, “Macho y hembra, entrelazados, con espartos y tomillos, bramando como el toro al sol de mediodía, en verano”? No existe la Naturaleza en la que él ve pájaros inauditos, figuras fantasmales, mujeres saliendo de arroyos de juncos. Pero sobre todo “había perdido esa práctica abstracta que crecía de sus manos, que ascendía verticalmente, vegetalmente, y que luego él grababa, tatuaba con puntos cóncavos e incisiones lineales, componiendo imagen y clave cósmica, descifrando mundos, más exactamente, cifrándolos, numerándolos, reimaginándolos, comprometiéndolos (Del texto que Oteiza escribió con motivo de la exposición de la obra de Alberto en Madrid en 1975).
En paralelo al trabajo frenético, prepara una exposición en un país en proceso de cambio. La llegada de Jruschov abre un tiempo que le favorecerá. El gobierno le cederá una casa amplia, con estudio espacioso y una pensión que le permita dedicarse a la creación sin angustias de supervivencia. Eso, la supervivencia que ha sido sobrellevada por la nostalgia de volver. Recuerda a la Diputación de Toledo cuando le concedió una ayuda para que pudiera dejar de trabajar en oficios miserables y dedicarse a la escultura. Se le abrieron las puertas del universo. Correspondió a la Diputación con la donación de dos obras. Ahora querrá hacer lo mismo con el Estado Soviético.
Tras la exposición que, sueña triunfante, en el Gran Moscú, varias obras suyas permanecerán en el Museo Pushkin. La exposición, sin embargo, no se realizará. El tiempo había terminado.
Bibliografía utilizada.
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Bozal Valeriano, Historia de la pintura y la escultura del siglo XX. Volumen 2. La balsa de la Medusa, Madrid 2013.
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Catálogos. Encuentro en Toledo, 1985-1995. Coordinador Fernando Barredo Valenzuela. Ayuntamiento de Toledo, 1995.
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Losada Gómez María Jesús, Alberto Sánchez y su época. Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos. Toledo 1985.
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Gregorio Morán, Miseria, grandeza y agonía del PCE. Akal, 2ª edición, 2017.
Odd Arne Westad, la Guerra Fría, Galaxia Gutenberg, 2022.
Aleksievich Svetlana, el Fin del Homo Sovieticus. Acantilado, 2015