Una identidad propia [Jesús Fuentes Lázaro]

Parcial del plano de José Arroyo Palomeque hacia 1720

Nadie respeta los libros. Por eso se escriben tantos y tan malos. Escribir un libro nunca ha sido fácil, por mucho que algunos se obstinen en escribirlos. Escribir un libro sobre Toledo parece  fácil, como lo atestiguan los numerosos que se presentan. Lo complicado es escribir un libro de calidad y que resulte apasionante. Un libro que cuente las historias de la Historia, como si fuera una aventura de enanos y gigantes, en expresión de Gregorio Morán. En ella habrá intriga, pasión, violencia, sexo y sangre, mucha sangre. Ingredientes básicos de las novelas. Para conseguirlo solo se necesita buena narración y mejor documentación. Es el caso de Fernando Martínez Gil. Sus libros, incluso los menores, nunca son irrelevantes. Ya nos sorprendió con aquel otro titulado “La invención de Toledo”. Ahora nos asombra con “Una historia de Toledo”. Ambos títulos mantienen una continuada relación, aunque en el último se afina más la narrativa. Es la Historia contada como si fuera una novela histórica de la buena.

Portada del libro. Editorial El Perro Malo.

Fernando Martínez Gil pertenece a la tradición de historiadores, la mayoría de formación y estudios anglosajones, que narran los hechos ocurridos –material fundamental de la Historia – con las técnicas  de la ficción. Los personajes no son momias enterradas en iglesias o catedrales. Los hechos no suceden  por generación espontanea. Todo tiene razones,  antecedentes y consecuentes. Escribir Historia así supone  esfuerzo. Se necesita gran preparación, manejo de los hechos y de las fechas, una calculada sensibilidad para seleccionar lo fundamental de lo accesorio y una prosa elaborada para obtener una narración atractiva. Este es el primer hallazgo de la obra de Martínez Gil.

Después viene el enfoque. En el mismo título “Una historia de Toledo” ya se anuncia la intención. Pueden existir otras historias sobre Toledo, otras interpretaciones. Esta es la suya. Es decir, parte desde una posición humilde  con la intención de  instruir y divertir. El tercer acierto es haber elegido la metodología de un maestro de la novela y el relato. Nada más y nada menos que Benito Pérez Galdós. En muchas partes de las historias que cuenta Martínez Gil sentimos el aliento de “Las generaciones artísticas de la ciudad de Toledo”, del año 1870. Galdós entiende la historia de Toledo como una superposición de capas. Lo más parecido a una cebolla. “Así que no vacilamos – escribe Galdós – en aprovechar para esta reseña de las antigüedades toledanas, tanto las verdades referidas por la Historia como las hermosas mentiras que cuenta la gente de aquel pueblo, señalando sus interesantes escombros”.

Parcial de la vista de Wyngaerde 1562

Y queda el motor del relato. Son dos: la identidad y el futuro. La preocupación por la entidad ya se había enunciado en el anterior libro citado,  subtitulado “Imágenes históricas de una identidad urbana”. Se mantiene en el último libro  idéntica inquietud. Pero no por oportunismo coyuntural, sino porque es una convicción profunda del autor. Conocer la identidad orienta la construcción de un futuro acorde con esa identidad. No se trata de buscar para Toledo innovaciones erráticas ni abstraerse en la contemplación del pasado. Lo que  le interesa al autor es la elaboración de un futuro coherente en el que el presente y el pasado confluyan en un futuro tan brillante como cuenta la Historia. Como cita el autor, copiando a Valle-Inclán, para que Toledo continúe siendo “una vieja ciudad alucinante”, pero sin desmoronarse ni caer en misticismos inoperantes.

Martínez Gil intenta reafirmar,  en  tiempos de identidades confusas, la genuina de la ciudad que se ha ido formando con la acumulación de siglos de historias públicas y privadas. Le interesa que los pobladores circunstanciales  de la ciudad,  que solo son actores, interpreten los papeles asignados, sin trastocar el finísimo equilibrio que se ha  logrado con los siglos. Es consciente el autor  del poder destructivo del presente. Sabe que el presente puede alterar, incluso suprimir, la armonía ecológica que a duras penas se mantiene entre ciudad, paisaje y rio. Y comienza desde el principio. Cuando “buena parte de la identidad toledana se forjó así, en los siglos escasos que duró la dominación goda”. A pesar de que “Ni un solo edificio, ni siquiera en ruinas, deja hoy constancia de que Toledo fue una vez capital de los godos”. Martínez Gil  no  pretende rescatar la visión rancia de Menéndez Pidal y sus seguidores sobre la presencia de los godos en Toledo y la formación de la España unida. Pretende  advertir sobre los peligros que se ciernen sobre algunos de los lugares donde se podría encontrar las huellas concretas de tales comienzos identitarios.

Vista desde la Universidad Laboral

En cuanto al futuro, el mismo autor sostiene tesis esperanzadoras: “pero la ciudad –escribe- no siempre ha sido la misma, ha estado sometida al cambio histórico, se ha reelaborado y transformado; sucesivas capas étnicas, culturales y estéticas se han fundido en un resultado variopinto y fascinante que es la Toledo actual, la Toledo del futuro”. Que es tanto cómo decir, aunque pueda ser una interpretación mía, no se empeñen en destruir los elementos  sobre los que se ha formado la identidad de una ciudad, que son su centro histórico y el paisaje  que le sustentó durante siglos: vegas y rio. No es ni modernidad, ni urbanismo racional, ni riqueza local la desnaturalización de un entorno que, aún con muchas destrucciones pasadas, todavía mantiene un perfil identificable. Esto y otras muchas historias es lo que cuenta el nuevo libro de Fernando Martínez GilUna historia de Toledo”. Y lo cuenta con un titulo y una intención que evoca la película de Robert de Niro “Una historia del Bronx”. Como una narración cotidiana.

                                                           Jesús Fuentes Lázaro

Editorial El Perro Malo

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