Al igual que una representación teatral y su cualidad para ser interpretada temporada tras temporada, la condición cíclica de la realidad es igual de evidente: Ritmos eternos que más allá de desvelarnos el principio y final de las cosas, nos señalan en su constante repetición, la esencia misma de un presente continuo del cual formamos parte.
Este suceso, que está intrínsecamente ligado al mundo natural, al paso del tiempo, al cambio de las estaciones o de las propias inquietudes humanas; no deja de ser una única y universal regla para todos nosotros.
¿Qué más da la etapa histórica de la civilización a la que podamos acercarnos?. Las pasiones y anhelos del hombre, sus luces y sus sombras siempre han existido, y podríamos decir que en esencia han sido las mismas.
Teatro anatómico de Padova. 1584
Por tanto, resultaría acertado afirmar que en el noble arte de la creación humana, existe una vinculación con lo original, primitivo o al menos, lo que se supone por todos conocido, y a la vez existe un pulso constante entre el descubrimiento, el avance y la tecnología. Se persigue el desvelo de un futuro que queremos acercar cada vez más y ligarlo con el presente.
Ante esta compleja dualidad, nunca hemos dejado de volver a los antiguos lugares de saber, de regresar a los principales centros artísticos o de actualizar los mitos clásicos. Este hecho, seguirá siendo una necesidad propia del ser humano para autoafirmarse como eje de una realidad de la que forma parte, un enlace con esa continuidad cíclica de la existencia a la que se hace mención.
Posiblemente esta misma idea entorno a la repetición fue la que suscitó al arquitecto Aldo Rossi (1931-1997) tras su visita al real de la Feria de Sevilla:
“Un extraño centro histórico que se renueva y se destruye todos los años (pero que) tiene un carácter de permanencia, de inflexibilidad, de racionalidad absoluta”.
Extrapolando esta reflexión rossiana entorno a la capital hispalense, pueda esta también servirnos como la definición de su propia obra. Se cumplen ya cuarenta años desde que el Gran Canal de Venecia vio pasearse a un simpático artificio, extrañamente calificable y al mismo tiempo, contextualizado con la esencia misma de la ciudad de los canales. Era la Bienal de Arquitectura de 1979-1980 y Rossi diseñó un teatro flotante que evocaba a los que ya existieron allí en el siglo XVII, cuyo carácter naval se mimetizara con la propia identidad de la serenisima Venecia.
“…He pensado en insertar un teatro en una ciudad antigua, en Venecia, la capital del agua, donde el paisaje no sólo lo forman el cielo y el agua. También el puente de Rialto es parte del paisaje, un mercado, un teatro…”
Giovanni Grevernbrach. Escenografía flotante.
El proyecto fue encargado por una comisión conjunta de las secciones de teatro y arquitectura de la Bienal del año 1980, y esa decisión pretendía a revivir el espíritu de los pabellones flotantes del siglo XVII, unos teatros a modo de baldaquinos circulares que conformaban una composición arquitectónica en el mismo orden que las estructuras de carácter efímero y festivo que durante unos días, distorsionaban la percepción habitual del escenario urbano.
El nuevo teatro, se componía de una sucesión prismática de 9.5 metros de lado y 11 de altura, formados por una estructura de tubos metálicos anclados a una barcaza, una geometría pura que codifica la visión de las iglesias venecianas. La estructura se recubre de madera con el característico color amarillo, rematando su cimborrio octogonal con una esfera y un banderín.
Secciones
Aquel artefacto contaba con una capacidad para 250 espectadores que se distribuían en los distintos niveles de palcos y gradas con visión al patio central. Esta carnavalesca arca de Noé, fue llevada hasta la Punta della Dogana para permanecer allí durante la Bienal, después viajaría por el mar hasta la vieja colonia de Dubrovnik donde sería desmantelado.
La inserción en el lugar tendría para su autor la trascendental importancia de cómo el objeto inerte e inanimado, de pronto cobra vida, interactúa y se comunica con sus viejos conocidos del paisaje veneciano: iglesias puentes y palacios. La única realidad de aquella ensoñación, era que rememoraba algo que había sido parte del paisaje desde que Venecia era ciudad, su arquitectura.
“un lugar donde la arquitectura termina y comienza el mundo de la imaginación y lo irracional”.
Cuarenta años después de aquella Bienal, el dorado y alegre teatrino del mondo, sigue flotando por el subconsciente colectivo, recordándonos que a pesar de nuestros deseos por disolver el tiempo, la ley cíclica en el Arte es impasible y retorna sin avisar.
Enlace al documental sobre el Teatro del Mondo. Italiano
José María Martínez Arias, estudiante de arquitectura de la eaT.
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