Entrar en Toledo supone una afirmación de su propia realidad, hacerlo es afrontar una trama orgánica en la que el lleno de sus edificios junto al vacío de sus calles, plazas y patios, conforman un todo arquitectónico desde tiempos remotos. Este complejo tejido en su trazado y su orografía que podemos definir como un laberinto urbano, necesita de un límite que lo acote. Por una parte su posición geográfica respecto al río y por otro, su perímetro amurallado han hecho de la ciudad sus señas de identidad desde su cara exterior y de su morfología y tazado en su núcleo interno. El Toledo que hoy seguimos viendo, con sus bordes amurallados que siempre defendieron su interior y a la vez, han limitado su acceso, nos ha permitido por tanto entrar en un espacio arquitectónico concreto: La ciudad histórica.
La ciudad, su muralla y sus puertas; La puerta es el tercer elemento que conforma la identidad de la ciudad antigua y ellas presumen de ser la pieza de unión con el exterior, un diafragma pétreo que todavía hoy sigue siendo necesario para entrar en toda ciudad protegida. Atravesar las puertas de Toledo supone todo un ritual iniciático necesario para advertir el cambio de una realidad a otra. Seguramente sería muy diferente esta apreciación del paseante que no tuviera la oportunidad de atravesar la muralla para apreciar su contenido recogido en un mismo recinto. Las antiguas puertas que guardan la ciudad mantienen una cualidad espacial autónoma que se desvincula del resto del espacio urbano; paradójicamente suponen la aparición del primer espacio interior que nos introduce en ella. La necesidad de traspasar el umbral para cambiar de un exterior a otro nos sitúa, aunque sea por unos instantes en el propio espesor del muro. Un espacio fronterizo y de transición al que nos debemos someter para concluir la llegada.
Una de las puertas más paradigmáticas de la ciudad, es la conocida como puerta de Alfonso VI, la primitiva Puerta de Bisagra, llamada así por su nombre original Bib-xacra, según textos del siglo XII, que significa “Puerta de la Sagra“.De ella ya se se tiene constancia desde el siglo X. Una contundente horadación del muro que como en otras ciudades de Al-Ándalus, nos introduce directamente una calle cualquiera de la medina musulmana. No existe jerarquía, no hay una vía principal de ascenso tras cruzar el umbral y precisamente este aspecto es el que fundamenta el contraste.
Externamente la puerta está dotada de una volumetría casi autónoma que se superpone a la muralla, los elementos de fortificación y control hacen que esta avance al interior. Es en este punto donde además la muralla quiebra el trazado lineal aprovechando la profundidad de esta contrición, proponiendo así la característica entrada en recodo propia del urbanismo andalusí. La historia de la Puerta de Bisagra Antigua sufrió con el tiempo sus vicisitudes, tras la apertura de la Puerta Nueva de Bisagra, en una zona más apta para el trasiego de personas, animales y mercancías, además de una posición de dominio sobre la vega; la antigua puerta quedó en desuso y finalmente tapiada. Ayer igual que hoy, la necesidad volvió a hacer uso de ella y para la llegada a la ciudad de Isabel de Valois en 1560 se abrió excepcionalmente con la necesidad de facilitar el bullicio ocasionado por la recepción de la reina consorte. Fue ya en 1905 cuando se decidió su reapertura definitiva y necesaria restauración.
Casi cinco siglos después de la recepción de la reina, la necesidad volvió a tocar a las puertas de la ciudad con la intención de mejorar el acceso peatonal y al mismo tiempo, evitar que su interior se convirtiera en un aparcamiento masivo. Los nuevos remontes que dan acceso a la ciudad suponen la aparición de dos nuevas puertas que acentúan la naturaleza de este elemento arquitectónico. Las vocación de estas puertas, nuevas o viejas nunca fue la de espacio estancial, sino un elemento creado para ser recorrido. En este sentido los remontes de la Granja y de Safont mantienen la cualidad arquitectónica original, para ser vivida en movimiento. Se trata por tanto de la canalización una parte de la compleja red urbana, dos sentidos de circulación que nos conduce a una u otra zona de este complejo organismo en movimiento.
Dadas sus peculiaridades de puerta-escalera, estas nuevas arquitecturas generan una notable dilatación del espacio y el tiempo en su recorrido, configurando una pieza más compleja con la cual atravesar la muralla. Durante el trayecto somos sometidos a la voluntad espacial de esta peculiar atmósfera, no es posible mantenerse indiferente ya que en este proceso todo es cambiante a la par que repetitivo. La alternancia entre la luz intensa del exterior da paso a reflejos matizados que culminan en espacios de relativa penumbra, secuencias que nos hacen advertir también paisajes figurativos de la ciudad que reconocemos con otros escenarios abstractos de naturaleza geométrica. Instantes en forzoso movimiento a través de una severa paleta material de hormigón “color mazapán” que no obstante nos advierte del paso del tiempo y el cambio de las estaciones. En el recorrido, la ambigüedad se percibe según avanzamos: Puntualmente la sensación de atravesar una gruta se invierte al apreciar casi de golpe una espectacular panorámica hacia el horizonte donde el río, la vega baja, el Hospital de Tavera abarcan toda la perspectiva.
La evolución de la ciudad ha generado nuevas necesidades de accesibilidad y conexión con las áreas extramuros, pero los conceptos que definen la idea urbana del Toledo histórico siguen siendo los mismos. Los remontes que han nacido en el nuevo milenio, siguen formando parte de esta idea de límite, muro y puerta. Estos nuevos artificios toledanos, suponen la conexión al interior del laberinto de la manera más eficiente posible para una vez traspasado, descubrir una a una las maravillas de su intrincado interior.
La conmemoración del 20 aniversario de la apertura del remonte de La Granja, proyectado por Elías Torres Tur y José Antonio Martínez Lapeña, ha servido una vez más para descubrir las cualidades mágicas de atravesar la muralla, dando cabida a la arquitectura contemporánea en la imperial Toledo, arquitectura que en dos décadas ya forma parte de su imaginario colectivo al cual se han incorporado nuevas piezas como el remonte de Safont. (Rafael Moneo, Estudio PAZ+CAL)
En este momento de reflexión, qué menos que volver la vista atrás para sopesar qué sería de la ciudad del presente de no haber llevado adelante esta aventura: Qué hemos logrado hoy al incorporar en la vieja ciudad la (buena) arquitectura contemporánea, que no dejará de ser la arquitectura de siempre, la que es capaz de trascender al tiempo, las opiniones y los debates. Elementos que permanecerán como parte de un todo sobradamente consolidado, piezas que perderán su propia identidad individual para adquirir la esencia misma de la ciudad que les da sentido.
Es por tanto momento de reformular las tareas pendientes, las que siguen suscitando intereses contrapuestos, temores o las que podrían pecar de utópicas y aun no han visto aun la luz. Tal vez el ejercicio de adelantar una realidad, como hace 20 años hasta hoy mismo, para poder ver el resultado de dos intervenciones que han hecho mejorar la ciudad; Todo ello gracias la divina virtud de saber qué es una puerta, para que sirve y cómo ha de hacerse.
José María Martínez Arias, Arquitecto.
Hace más de un siglo que se demostró arqueológicamente que la puerta de Bisagra “Vieja” de que nos hablan las fuentes medievales era, en realidad, el cuerpo interior de la de Bisagra “Nueva”, alrededor de la cual se construyó en el XVI una plaza de armas, un arco triunfal y dos torreones. Es decir, que es, siempre fue, la misma puerta de Bisagra. Todos los autores que durante siglos pensaban que la de Bisagra medieval era la de Alfonso VI estaban errados, como los que identificaban la desaparecida puerta Almofala o del Vado con la torre albarrana de la Antequeruela (cuando debían buscar junto a la llamada Puerta Nueva), o los que pensaban que la de Alfonso VI era el medieval Postigo de la Granja, cuyos restos aparecieron al intervenir la muralla tras el remonte mecánico de Recaredo. Conclusión: La hoy llamada de Alfonso VI es una puerta cuyo nombre medieval desconocemos (descartando Bisagra y Postigo de la Granja) ¿Tal vez fue la puerta de Almoguera, nunca correctamente identificada? La pregunta está en el aire.
Estimado Antonio, gracias por la interesante aportación. Los vestigios que permanecen vivos frente a los que están ocultos o desaparecidos pueden modificar el contexto del conocimiento popular, pero siempre es interesante descubrir estas “contradicciones” históricas.