Entrar en Toledo supone una afirmación de su propia realidad, hacerlo es afrontar una trama orgánica en la que el lleno de sus edificios junto al vacío de sus calles, plazas y patios, conforman un todo arquitectónico desde tiempos remotos. Este complejo tejido en su trazado y su orografía que podemos definir como un laberinto urbano, necesita de un límite que lo acote. Por una parte su posición geográfica respecto al río y por otro, su perímetro amurallado han hecho de la ciudad sus señas de identidad desde su cara exterior y de su morfología y tazado en su núcleo interno. El Toledo que hoy seguimos viendo, con sus bordes amurallados que siempre defendieron su interior y a la vez, han limitado su acceso, nos ha permitido por tanto entrar en un espacio arquitectónico concreto: La ciudad histórica.