Carretera A-42 [Jesús Fuentes Lázaro]

La carretera A–42 no es la Ruta 66 de los Estados Unidos, aunque contiene los mismos  posos de tragedias e ilusiones. Comunica un lugar pequeño con otro más grande o viceversa: Madrid con Toledo o Toledo con Madrid, dependerá de la posición mental de cada uno. Como cualquier  carretera o camino puede ser un espacio de aventura y libertad. O también de  tragedia.  Una, la ruta 66, es casi infinita; la otra, es corta, como calle pueblerina. La ruta 66 se terminó de construir poco antes de 1930. Cuando el crak bursátil anunciaba su presencia, con la Gran Recesión en marcha. Arrancaba de Chicago y llegaba hasta Santa Mónica, en la tierra dorada de California.

La A-42 tiene como guía el trazado  de la carretera nacional 401, menos los tramos que dividían en dos a los pueblos de La Sagra por donde pasaba. Y es la más central de las otras carreteras que comunican con Madrid: Extremadura, Andalucía, Aragón, Cataluña o Levante. Diferentes puntos de fuga en unas tierras históricamente de frontera que, por sus condiciones geográficas, climatológicas y socioeconómicas, impulsan a la emigración.

Por la ruta 66, en los años  de las tormentas de tierra y polvo en diversos territorios de los Estados Unidos, miles de agricultores y trabajadores de Kansas, Texas, Colorado o Nuevo México marcharon, huyendo de la miseria y la pobreza. Transportaban en sus carros las esperanzas y las incertidumbres de empezar unas nuevas vidas, con  historias imprevisibles en lugares desconocidos. En varios de ellos los que llegaban eran tratados como ladrones o delincuentes, que disminuían las prestaciones sociales a los habitantes afincados allí desde siempre.  Caravanas atestadas de gentes y enseres, con la misma  consideración de objetos, se lanzaron por las rectas somnolientas de la ruta 66, divisando  en los horizontes  reflejos de una tormenta lejana o el sol brillante del desierto del Mojave. A pesar del fracaso del “sueño americano” en los territorios que abandonaban, la huida hacia otros lugares reforzaba  las posibilidades de triunfo del mismo sueño, sin importar que se hubiera truncado en la  experiencia anterior.

La ruta 66 cuenta con una épica propia, recogida en novelas como “Las uvas de la ira”, de Steinbeck o el “Camino del Tabaco”, de Erskina Caldwell. O en películas como “Easy Rider” o “Thelma y Louise”. Nadie, que se sepa, ha escrito sobre la carretera A-42, poco literaria. No es una carretera con leyendas. En todo caso, le añade un leve tinte arcaico, la erudita denominación Sagra.  En España nadie escribe sobre carreteras o puentes, que no sean históricos.  Las carreteras carecen de glamur. Lo que no significa  que no contengan historias  de ilusiones y tropiezos. Como cualquier otra  carretera acumula tragedias familiares o personales, relatos oscuros de sueños cumplidos o frustrados, vivencias silenciosas de emigrantes interiores que, en los años del desarrollismo autárquico, abandonaban  los pueblos para buscar trabajo en la industria que crecía en los alrededores de Madrid o cualquier otra ciudad del Norte prospero. Estas y otras carreteras deberían tomar conciencia de sí mismas para contar sus experiencias más íntimas. Nadie lo hará sino lo hacen ellas.

Con las tierras de La Sagra  se construyeron la mayoría de las viviendas de Getafe, Parla, Fuenlabrada, Leganés, Móstoles o los barrios de Villaverde, Móratalaz o Carabanchel. En los pueblos lindantes proliferaban las fábricas de ladrillos. Eran tiempos de empleo para todos, de riqueza inagotable, La tierra, un bien barato, alimentaba a numerosas familias de  Villaluenga, Yuncos, Yeles, Alameda, Illescas o Esquivias. Una sucesión de camiones, cargados hasta los colmos en las ladrilleras cercanas a la vía, colapsaban, primero la nacional, 401, mas tarde, la autovía A-42.

Como no existía Universidad, los estudiantes ocupaban una parte de los autobuses con destino a la Complutense o, años después, a la Autónoma. Las ensoñaciones de los emigrantes y de los estudiantes se mezclaban con las conversaciones a voces de las mujeres que se desplazaban a Madrid a la consulta de un médico, muy bueno según explicaban, que curaba los males de los ojos, de los huesos o de la piel. No como el médico del pueblo, que no sabía mucho, aunque, eso sí, era buena persona. Años más tarde, y ya con un Colegio Universitario en el que se estudiaban los cursos de comunes, los propios estudiantes contrataron un autobús particular que les repartía por las Facultades para completar la formación universitaria. Hacia las 23, 30 de la noche regresaban a Toledo. Por la mañana había que volver al trabajo. Y, por la tarde, vuelta al autobús.

Cuando los barrios más antiguos de Madrid  empezaron a crecer  se impuso desdoblar las carreteras para convertirlas en autovías. Fue un símbolo de modernidad. Madrid y Toledo se acercaban. Por un tiempo limitado cualquier lugar se situaba a 10 minutos de la Puerta del Sol. Eso era lo que proclamaba la propaganda, aunque nunca fuera verdad. Facilitaba que, en los fines de semana o en los meses de verano, quienes habían abandonado los pueblos en busca de otros horizontes volvieran a sus lugares de origen, contando historias intencionalmente distorsionadas. Los que volvían, sin embargo, eran otros. Nada que ver con aquellos que marcharon por la Nacional 401 o A-42 en busca de oportunidades.

Con el tiempo, baladas  y drogas, la Ruta 66 se convirtió en la “calle principal de América”. Chuck Berry  compuso  canciones como homenaje a la ruta, que luego continuarían otros muchos. Diversos tramos se han declarado históricos. En la actualidad la recorren  turistas a la caza de las sensaciones que pueden sentirse en sus kilómetros ilimitados o en la visita a algunas de las cantinas donde, se supone,  pararon escritores envidiados y alcohólicos, cantantes de rock and roll o asesinos famosos. La A – 42 es más modesta. Sirve para que los habitantes de Madrid se desplacen el sábado o el domingo a pasear por Toledo. Abarrotan las calles de las ciudades limítrofes con el aplauso  de  políticos locales y  propietarios  de restaurantes y bares de copas. Los fines de semana todo se llena. Ganan dinero los del oficio y cada vez  más gente  trabaja de camarero, abre un nuevo bar-cafetería o adapta una casa para turistas.

Este tipo  de visitantes –existen diversas tipologías – deambula por la ciudad, entra en algún edificio histórico, se acerca a algún cuadro famoso – tampoco mucho, que el Arte debe consumirse en proporciones adecuadas – y al caer la tarde vuelve a la A- 42, de regreso a sus barrios hacinados, pero con la impresión de haber pasado un  día estupendo. La ruta 66  evoca poesía, nostalgia. La A–42 cada vez se hace más pragmática. Incluso sirve para que  políticos que viven en Madrid descubran un  lugar cercano  para el desempeño de cargos públicos. Y, cumplido su ciclo político (que estiran lo más que pueden), vuelven a Madrid, no sin hacer declaraciones de  amor por estas tierras. ¡Qué malas faenas gastan las identidades territoriales!

No hace aún muchos años a la A-42 le surgió una competidora: la   AP-41.  La radial de pago, que junto con otras se construyeron en la misma tacada especulativa, es vulgar. Carece de historia, y la que pudiera tener, probablemente sea  miserable. Se encuentra en quiebra a la espera que el Estado proceda al rescate. La burbuja inmobiliaria  de 2008 – se cumplen diez años – abortó varios proyectos de urbanizaciones en marcha y algunos en ciernes en sus kilómetros de carretera. Aunque terminarán siendo realidad. Y, cuando estas radiales resulten rentables, se devolverán al beneficio privado. Alguien defenderá, con contundencia sobrecogedora, que los Estados no  se inventaron para gestionar carreteras. Solo les corresponde construirlas, subvencionarlas o expropiarlas cuando no dan beneficios.

Y, como nadie quiere aparecer como un radical, se afirmará sin pestañear: “es lo que hay”.  

Jesús Fuentes Lázaro

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  • Antonio Illán Illán

    La A42 tiene en su costado un puticlub mítico desde que era Nacional 401 y un moderno hotel muy luminoso también para cosas del sexo. Habría que hacer un recorrido por ella como si fuéramos Bukowski y Kerouac o Burrougs y Ginsberg. Tú y yo somos un poco beat que hemos devenido abstemios. Algún día habría que hacer la ruta en peregrinación, sin mujeres que griten cuando van al médico a Madrid y sin estudiantes que van tras un máster de aprobados sin trabajar. ¿Nos hacemos una de transgresión en este mundo tan pulcro, tan correcto y tan decadente y mediocre? Vamos a ello. Lo Mismo se apunta el arquitecto de la Cal y Benjamín Juan y todos los obispos de este cenobio que es el blog Hombre de palo.

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