SESIÓN CONTINUA
Empezamos el rodaje cuando acababa de aparecer el nuevo formato ‘’ancho’’ de pantalla. Sola fue la primera película sonora de Lenfilm; Don Quijote , la primera para el nuevo formato de pantalla. En el extranjero, se pretendía utilizar la nueva medida del cuadro para competir con la televisión. Se pensaba que contribuiría a que el espectador abandonase los pequeños aparatos televisivos en favor del cine. Los productores se pusieron enseguida a filmar superproducciones de argumentos bíblicos, que exhibían edificaciones de tamaño colosal, multitudes abarrotadas de extras, un gran número de caballos…Sorprendía a primera vista, la enorme cuantía de los gastos.
Nada de esto, sin embargo, me atraía. El recurso a la suntuosidad me parecía mezquino incluso en películas de formato convencional. Lo que sí me atraía del nuevo formato era algo que, precisamente, parecía inapropiado para éste. Quería resaltar que’’ el sabio demente’’ se encontraba, dentro de su soledad, en un completo vacío.
Este vacío, tal como lo imaginaba, tendría dos ‘’polos’’ opuestos: por un lado, los páramos y colinas quemadas por el sol; la despoblación de La Mancha; dos figuritas en el paisaje, una ecuestre, otra montada sobre un burro; un carruaje que pasa levantando una nube de polvo; una cadena de galeotes; el oasis de una posada. Y por otro lado, el vacío frío y malévolo del palacio ducal de muros conventuales, los cortesanos de negro, efectuando con la puntualidad de un reloj las mecánicas ceremonias. En este gélido espacio de relaciones preestablecidas e ideas fijas aparece un loco de buen corazón que busca la justicia.
Ésta era mi primera película en color. Me atraían lo que serían los tonos acromáticos y desvaídos del comienzo; la extensión parda y abrasada de Castilla; la corte ducal, un inciso en blanco y negro en una película de color. Dos golpes de color interferirían en la tonalidad general: el atavío rojo del bufón y el amarillo chillón de la aventurera Altisidora, los iniciadores de la diversión, que a la vez sería una representación teatral y el rito de una ejecución.
Ya he anotado que el ‘’color local’’ no me atraía en absoluto . Pero necesitaba formarme una idea de los rasgos del carácter hispano: pues el arte de valor universal es siempre, y antes que nada, nacional. ¿Acaso podría Falstaff ser alemán, Shweik, español, o Don Quijote, sueco?
La lectura de los libros y la observación de los cuadros, inclusive minuciosas, no podían suplir la necesidad de contar con un testimonio directo. Necesitaba un asesoramiento especial. Pero ¿cómo definirlo?, ¿detallismo de lo cotidiano?, esto es precisamente lo que no me gustaría sacar en la pantalla. ¿O inculcar a los actores gestos característicos y maneras de estar? Peor aún, sería un ‘’pastiche’’ que sin duda rechazarían.
Necesitaba un asesor sobre el ‘’espíritu’’ o, si uno quisiera mencionar un término ya en desuso, el ‘’alma’’ de España. ¡Ardua tarea!
En casa de Ilya Ehrenburg vi una naturaleza muerta: en una mesa sin pintar ni barnizar, un plato con arenques y unas cabezas de ajos. Inmediatamente se adivinaba la mano de un pintor español, de tan sobria y espiritualizada que era la pintura. Resultó que el pintor vivía en Moscú.
Me perdí por las interminables calles y los patios, todos idénticos, de Noviye Cheriomushki, donde preguntaba: ‘’¿No podrían decirnos donde vive el camarada Sánchez?’’ Nadie sabía nada. Unos niños que jugaban en un patio me pidieron más detalles; y espontáneamente gritaron: ‘’¿el pintor Español?…¡Alberto!’’
Después supe que le conocían por el nombre de pila no solo los niños de su vecindad. ‘’Todos le llamábamos Alberto y casi nadie se acordaba de su apellido. Alberto, a secas, era suficiente, porque sólo había un Alberto’’, escribió Pablo Picasso en la presentación de una monografía a él dedicada.
Llamé y Don Quijote me abrió la puerta. Era él, vivo y auténtico. Se adivinaba inmediatamente. Su sentido tan español de la propia dignidad, su porte noble, su exaltación soñadora. Y ese su buen decir, su generosa gesticulación, en entornar los ojos hacia arriba o cerrarlos cuando, de súbito, una idea centraba su atención. Su fidelidad al ideal, que compaginaba con el no hacer caso a pequeñas y mezquinas distracciones. Cada pajar visto por el caballero se transformaba en un castillo. Y yo me encontraba no en un minúsculo apartamento, habitación y cocina, en el barrio de Noivye Cheriomushki, sino en el palacio de las maravillas. ¡Lo que no habría en 14 metros cuadrados de superficie habitable! En los cuadros se divisaban, detrás de la barandilla del balcón, mujeres jóvenes, campesinas castellanas llevando un cántaro sobre la cabeza, toreros en su faena…
Todo esto Alberto lo pintó y lo dibujó no solo sobre lienzo y papel, sino también sobre los azulejos de la pequeña cocina. En su pintura se aunaba el realismo (con sorprendente perfección al representar los detalles) y una imaginación a la vez infantil y popular.
Sus esculturas, que pude ver después, evocaban animales salvajes, pájaros, plantas disecadas. Uno diría que era, no la representación de la naturaleza, sino la naturaleza misma: criaturas nuevas aparecidas por el cruce de especies. La visión artística moderna iba a la par con la sencillez y la fuerza de las ancestrales esculturas ibéricas. Alberto comentaba así su propio arte:
En contraste con el mundo desgarrado de la ciudad, reflejado luego por mí en las estampas madrileñas sobre temas de barrios bajos, los campos abiertos de Vallecas me llenaban de felicidad. Yo deseaba que todos los hombres de la tierra disfrutaran de esta emoción que me causaba el campo abierto. Por eso siempre he considerado este arte un arte revolucionario, que busca la vida.
En 1937, en la Exposición Internacional de París (donde exhibió el Guernica Picasso) se instaló una escultura de Alberto titulada El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Media doce metros y medio de altura.
Tenia Alberto una profunda paz interior que muy rara vez puede detectarse en un artista moderno. Es más, no comulgaba con lo trágico en el arte. Un día me dijo:’’Lo verdadero tiene que estar impregnado del gozo de vivir y de una paz y una claridad sábias’’.
Cuando le visité por primera vez estaba haciendo una maqueta de una casa típica rural con todos los detalles del mobiliario, un regalo para Dolores Ibárruri en su cumpleaños. Los detalles más mínimos los reconstruía exactamente tal y como quedaron en su memoria. Vivía en el recuerdo. Cuando pintaba un paisaje de las cercanías de Moscú aparecía Castilla. Tampoco pudo aprender ni una sola palabra de ruso.
En español aprendió a leer a la edad de quince años, se consagró como pintor a la treintena. Antes había sido porquerizo, panadero, herrero, zapatero y albañil.
Alberto llegó a Leningrado acompañado de su esposa Clara. Hizo varios bocetos para la película que sirvieron de orientación para escoger las tomas en el exterior. Enci y Altman (este último diseñador de vestuario) le consultaban. Juntos mirábamos las pruebas de los actores. Alberto bailaba y cantaba canciones de su tierra (nuestro mejor guitarrista Sorokin sudaba, era imposible que coincidieran las tonalidades de su instrumento y la voz). Los bocetos eran muy instructivos, los consejos valiosos, las canciones bellas. Pero lo principal era otra cosa, él mismo, el propio Alberto. Tratandole pude conocer sobre España cosas que no están en los libros y que no pueden ser transferidas en una narración. Resultó así que sí era posible encontrar un asesor en perfecta sintonía con mis propias ideas.
‘’Recuerdo de Alberto’’. Extraído del libro de memorias de Grigoriy Kózintsev, Pantalla profunda, Moscú, Iskusstvo, 1971, págs. 214-217.
Todo va bien. Ha venido Sánchez y nos ha regañado por los esbozos de España. Eso, por supuesto, nos ha venido muy bien para nuestro trabajo y todos han quedado muy contentos con su crítica. Nos ha traído reproducciones muy peculiares de los más modernos Quijotes. Creo que le interesaria verlos.
Correspondencia de Grigoriy Kózintsev, pág.153.
Hablando de otros entretenimientos, anhelando inventar alguna ganancia para nuestro amigo Alberto, he organizado que el estudio le encargue la ilustración para el título de la película. Ayer me llamaron a Dirección.
Con un silencio absoluto y conmovedor, todos estaban callados alrededor de la mesa donde yacía el esbozo. Era una obra realmente conmovedora. Sobre el fondo de los campos, hechos a la manera de Niko Pirosmani, se erigía una escultura surrealista con dos miembros rematados por tres agujas dirigidas hacia el cielo. La figura estaba sentada sobre un animal confeccionado con herrajes y bisagras. Si no fuera por mi edad, mis logros y mi experiencia, me despedirían enseguida. Sin dudarlo.
Correspondencia de Grigoriy Kózintsev, págs.189-190
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Javier Longobardo