Enrique III, al que unas veces se llama rey de Castilla y otras de España, envió dos embajadores a territorios de los otomanos. Corrían los tiempos del sultán Bayaceto, que se había autoimpuesto el sobrenombre de “el rayo”, por la agilidad de su pensamiento y por la rapidez con la que movía al ejercito. Unos años antes había derrotado en Nicopolis (1386) a una federación de huestes cristianas, promovida por el Papa de Roma. Lo que contemplarían los embajadores de Enrique III fue otra batalla, la de Ankara. Bayaceto, el invencible, el rayo, era derrotado por Amir Temur, Tamerlán o Tamorlan. Murad I, el padre de Bayaceto, que sospechaba que no solo había matado a su hermano sino también a él para hacerse con el poder, lo rememora desde el olvido de su tumba, en la narración “Tres cantos fúnebres por Kosovo”, de Ismail Kadaré: “Te está bien empleado, quise gritarle a mi hijo Bayaceto, cuando me enteré de que Tamerlán después de haberlo derrotado en Ankara, lo había encerrado como a una fiera salvaje en una jaula de hierro.”
Los embajadores de Enrique III, Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, ante el cambio de escenario, optaron por realizar un acercamiento al vencedor. Al temible Tamerlán, Amir Temur para los nacionalistas actuales uzbekos. Con tanto éxito que, por orden de Tamerlán, la vuelta a la Península la realizarían acompañados por un embajador suyo, Muhammad Al-Kazid. Este traía regalos para el rey de Castilla, entre otros, varias esclavas, probablemente cristianas. Una de ellas, por su atractivo racial, formaría parte de la corte de Enrique III. El rey, en respuesta a las atenciones de Tamerlán, organizó una “Segunda Embajada”, en esta ocasión, más oficial y protocolaria que la anterior. El destino de los nuevos embajadores sería Samarcanda, capital de Tamerlán. Y el objetivo, conocer otras tierras, nuevas gentes, su cultura, sus costumbres y establecer acuerdos de colaboración con Tamerlán para contrarestar el poder de los otomanos. Estamos en los inicios del siglo XV.
El mundo, en la época de los Trastamaras, se estaba convirtiendo en un espacio de oportunidades para el comercio, para la política, para el arte, para las ciencias. Las élites, castellanas y aragonesas, sabían de los viajes de Marco Polo y las maravillas que contaba. Del Sur de la Península, a su vez, provenían relatos de viajes de los árabes andalusíes y marroquíes. El más cercano a los años del reinado de Enrique III es el Libro de Viajes del tangerino Ibn Batutta de 1368. Las informaciones de unos y de otros reforzaban una de las ideas dominante en la corte de Enrique III. El cronista Pérez de Guzmán había escrito que “Castilla era el país elegido para culminar la obra de Dios en la tierra”. Esa misión universalista imponía conocer otras culturas, la sabiduría acumulada en las ciudades antiguas, las ciencias de los lugares remotos y las costumbres de gentes distintas a los árabes del Sur o los cristianos del Norte. Enrique III se preparaba para asumir el carácter providencialista que cronistas y teólogos atribuían a Castilla. Resultaban imprescindibles, por lo demás, nuevas alianzas contra la piratería y el corso, que apoyados por Bizancio, estrangulaban el comercio en el Mediterráneo.
En ese ambiente cosmopolita de la élite castellana, Enrique III dispuso la embajada que se desplazaría a Samarcanda, capital de Tamerlán. Encabezaba la delegación “diplomática” el caballero Ruy González de Clavijo, el teólogo Alonso Páez de Santamaría, presumiblemente conocedor del árabe y el hebreo, además del griego y el latín y Gómez de Salazar, que fallecería por la dureza del viaje. Les acompañaban catorce hombres. El viaje se inició en el año 1403. Volvieron en 1406. Clavijo escribiría un “Informe” para el rey, que tituló “Viaje a Tamorlan” y que expuso oralmente ante la Corte, reunida en Alcalá de Henares. En el “Informe” se cuentan las maravillas de los lugares vistos, la variedad de gentes, la multitud de científicos, sabios, artesanos y creadores que trabajan en la capital de Tamerlán y otras ciudades de su reino. Se relatan las fiestas, las costumbres, bárbaras en ocasiones, refinadas en otras; los despiadados comportamientos en las guerras, con las ciudades conquistadas o con los esclavos. Y, cómo no, los productos que consumen unas gentes tan alejadas de nosotros, su agricultura, sus vestidos, el comercio. Un “Libro de las Maravillas” en castellano, al estilo del de Marco Polo.
La relación de Clavijo debió parecer una exageración a los nobles, por lo que a una señal del narrador se mostraron dos mujeres cuya belleza – tártaras o griegas – deslumbró a los jóvenes y menos jóvenes de la Corte. Las llamaron Angelina y Catalina y aparecen en alguno de los poemas del “Cancionero de Baena”. Otros mundos y otras gentes dejaban de ser materia de cuentos o leyendas y se convertían en realidad. Años más tarde un tal Cristóbal Colón y varios armadores del Sur, con el apoyo financiero de los reyes, organizarían un viaje en busca de rutas alternativas para arribar por el Atlántico a la fabulosa Catai, de la que habían hablado Ruy González de Clavijo en la Corte castellana e Ibn Batutta en las palacios de los taifas de Al- Andalus. Una edición reciente del libro de Ruy González de Clavijo se puede contemplar en el Observatorio, (íntegramente reconstruido), que en 1420 edificara en Samarcanda el sabio Ulugbeck, nieto de Tamerlán.
Samarcanda, Bujara, Shiva han sido destruidas numerosas veces. Pero invariablemente se reconstruyen. Incluso cada vez más esplendorosas. También Amir Temur destruyó cuanto conquistaba, aunque de inmediato levantaba ciudades brillantes que potenciaban las leyendas de los remotos territorios del Asia Central. Desde los comienzos del siglo XX, las ciudades actuales de Uzbequistan son “creaciones” de los rusos. Ellos han “inventado” el actual Uzbequistan. Primero fueron los zares. Más tarde continuaría con la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas. En la actualidad, como Republica independiente de Rusia, pero condicionada y apoyada por capitales rusos y chinos, intenta prosperar como en tiempos antiguos. Geógrafos, Ingenieros, Arquitectos, Historiadores, Arqueólogos, artesanos, ceramistas, reconstruyen las devastadas ciudades mencionadas. La expresión de tales trabajos son las mezquitas relucientes, las madrasas grandiosas, las tumbas como recién erigidas, las cúpulas de azul intenso, los minaretes erguidos en los que no se llama a la oración. Ciudades antiguas y nuevas, como piezas exquisitas de un damasquinado toledano, para turistas del mundo. Lo que visitan los turistas, cada vez más numerosos, son las reconstrucciones que los rusos emprendieron en los inicios del siglo XX y que se mantienen hasta ahora. Se reconstruyen parte de las murallas, se transforman en hoteles de lujo edificios antiguos de los que quedan algunos restos. Los azulejos de un colorido reciente deben ser repuestos periódicamente por los contrastes de temperaturas extremadamente continentales. La cerámica actual es menos resistente a las agresiones climatológicas que la antigua.
De no haber seguido la estrategia de reproducir al milímetro lo que se supone fueron los edificios más emblemáticos, Uzbequistan hoy solo sería una colonia agrícola proveedora del gran mercado ruso. Los arqueólogos, ingenieros y arquitectos no han aplicado excesivos rigores academicistas en la rehabilitación del pasado. Desde cierta visión reduccionista de la rehabilitación y conservación del pasado, Uzbequistan tal vez pueda considerarse un fraude. Desde la óptica de los habitantes del que fuera imperio de Tamerlán, que ven como se incrementa el turismo y sus ingresos, es lo mejor que les ha podido suceder tras la decisión de Rusia de convertir unos territorios desérticos en campos de algodón, productores de carnes y frutas. Y para los turistas del siglo XXI, las mezquitas brillantes, las madrasas azules, los mocárabes de oro, la cerámica que hipnotiza es una manera de aproximarse al hechizo que Marco Polo y Ruy González de Clavijo sintieron en los territorios de la Ruta de la Seda. Ciudades de “Las mil y una noches”. Para los españoles reproducir, con las comodidades y falsificaciones del turismo del siglo XXI los viajes del “embajador” Ruy González de Clavijo, es recordar los comienzos del siglo XV. Y descubrir, de paso, la herencia que permanece entre nosotros de la cultura persa.
Jesús Fuentes Lázaro
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