Cuando hablamos de desigualdad en el ámbito urbano tendemos inconscientemente a pensar en barrios desfavorecidos, donde viven los pobres, y barrios elegantes donde viven los ricos, pero un reciente artículo de Esther Paniagua en el suplemento Retina de El País nos ha dado a conocer un curioso estudio del MIT Media Lab liderado por el español Esteban Moro, profesor asociado de la Universidad Carlos III de Madrid, que ofrece una perspectiva espacial mucho más compleja.
El trabajo de Moro se refiere de momento a la ciudad de Boston, aunque se está ampliando a otras grandes ciudades americanas y nada impide que se haga en nuestro país. En esencia consiste en aprovechar la enorme cantidad de datos aportados por los teléfonos móviles para asignar a cada usuario anónimo un nivel económico, observar cómo se mueve por la ciudad y ver dónde coincide (y supuestamente interactúa) con otros usuarios, descendiendo a los microespacios en los que se desarrolla la mayor parte de las relaciones humanas: centros comerciales, plazas públicas, centros de transporte, hospitales, restaurantes, escuelas etc. En el caso de Boston, en concreto, se han analizado billones de datos combinando 150.000 usuarios y 30.000 lugares especialmente representativos de la vida urbana para elaborar el atlas de la desigualdad.
Da un poco de miedo darse cuenta de cómo estamos perdiendo nuestra privacidad, pero lo realmente terrible son las primeras conclusiones del estudio, porque de acuerdo con el propio Moro los espacios en los que se observan los niveles más altos de segregación por motivos económicos no son los centros cívicos ni las cafeterías ni las residencias ni los hospitales de los barrios ricos, sino los centros de enseñanza y las iglesias de todos los barrios. Una mala noticia para los que pensamos que el excesivo incremento de las desigualdades es una de las amenazas más serias a las que se enfrenta nuestra civilización. ¡Resulta que la desigualdad se aprende en las escuelas, al menos en la católica Boston!
La buena noticia según el mismo autor, que sin duda se ha dejado influir por el optimismo existencial americano, es que la desigualdad no es genética, sino que depende de nuestro comportamiento, y que por lo tanto se puede actuar para corregirla. Como no quiero ser políticamente incorrecto seguiré amparándome en los laboratorios de ideas americanos y en el oscuro idioma del imperio para dar algunas pistas, recurriendo esta vez al CITYLAB. Más claro el agua: hay que revisar en profundidad los procedimientos de admisión de las instituciones educativas introduciendo criterios que garanticen la diversidad socio-económica de los alumnos. No lo digo yo, lo dicen los americanos, que conste.
De momento no se ha hecho un estudio similar en ninguna ciudad española, pero algo me dice que los resultados no serían tan diferentes de los de Boston, sobre todo si nos esperamos unos años y dejamos que las cosas sigan su curso. La realidad es tan evidente que no necesitamos recurrir a la alta tecnología para comprobarlo, solo tenemos que observar los atascos y las colas de vehículos en la entrada de la mayoría de los colegios, formadas por padres y madres dispuestos a sacrificar media jornada para llevar a su hijo a lo que ellos consideran la mejor opción educativa: un colegio de gente bien, sin emigrantes, situado casi siempre lejos de nuestra casa porque siempre habrá un barrio y un colegio mejor que el nuestro, donde nuestros hijos puedan hacerse amigos de los hijos de los triunfadores para labrarse un futuro el día de mañana.
¿Os imagináis que todos los colegios tuvieran que modificar sus criterios de admisión para garantizar que la distribución del alumnado en función del nivel socio-económico de los padres fuera siempre similar a la del conjunto de la ciudad?
Otra conclusión que el autor no comenta pero que parece evidente al observar el mapa coloreado con los resultados es que, en general, los espacios situados en el centro de la ciudad y en los ejes de mayor accesibilidad son más igualitarios que los de los suburbios. En eso también nos parecemos a los americanos, pero esto daría para otro post. A ver si alguien se anima.
Tomás Marín Rubio, arquitecto.