Es inevitable, todo visitante que pasea por Toledo alza la mirada cuando pasa ante él, quizás no basta únicamente con reiterar que es una de las escasas piezas que se desvincula del pasado gótico y renacentista de la ciudad. Prácticamente se trata del único volumen de todo el conjunto histórico que además de generar una manzana completa, lo hace con una cuidada proporción y magnificencia clásica, ya se hizo mención a la singular solución de Haan para ubicar el acceso al plano noble de la Universidad toledana a modo de lengua de calle que a la vez une y separa la vía de este recinto. La fachada posterior, al carecer de pieza de acceso, y por tener una pendiente menos notable, va a contrastar con los edificios enfrentados a esta, siendo la marcada horizontalidad de su característica cornisa el elemento que propicia esa abrupta independencia del entorno inmediato.
Haan siempre antepone sus personales recursos sin importarle demasiado el entorno existente, lo hace en Lorenzana extruyendo un prisma puro casi del propio terreno al igual que lo hará en la propia catedral, donde su puerta Llana se anexará al templo gótico a modo de colisión entre un templo dístilo perteneciente a un mundo apolíneo y liso frente a las masas irregulares y orgánicas y de la vieja fábrica medieval.
Podemos también interpretar el acercamiento al Palacio de Lorenzana desde un punto de vista simbólico. El edificio no deja de tratarse de un espacio que va reunir los máximos saberes en una población, que a pesar de su declive cultural y demográfico durante el siglo XVIII, había sido epicentro del saber de los reinos cristianos desde antiguo. Esta simbología la podemos extraer tanto en un recorrido físico hacia el edificio, como mediante el análisis de la geometría en su trazado. No deja de resultar sorprendente la cuidada elección de proporciones en un entorno tan desfavorable como lo es su particular enclave.
El carácter casi sacro de este edificio surge del elemento generador de su planta rectangular: Un triángulo equilátero cuyo lado de 49,7 metros se va a corresponder con la fachada principal y cuyo vértice opuesto va a generar el centro de la línea paralela que cierra su planta, es decir, la fachada posterior. Haan nutre al proyecto con numerosos recursos contemporáneos y de épocas pasadas. Encontramos una idéntica proporción en las trazas del siempre recurrente Monasterio del Escorial de Juan Bautista de Toledo, donde el mismo vértice señala el que quizás sea el punto más relevante de toda la fábrica, el sagrario de la basílica. En Lorenzana, desde luego este el mismo eje se va a corresponder con el espacio más representativo, el llamado gimnasio o salón de grados, lugar en el que finaliza este recorrido iniciático.
Sin embargo nuestra planta de Lorenzana mantiene una relación más hermanada con la antigüedad clásica que con la magna obra filipina, no deja de ser relevante que a mediados del siglo XVIII, son redescubiertos los restos de Pompeya y Herculano, donde Carlos III intervino como patrono de las tareas arqueológicas. Este interés por el estudio de la antigüedad clásica, evidentemente tendrá una gran incidencia en la Real Academia de San Fernando de la que los grandes arquitectos del neoclásico como Villanueva, Silvestre Pérez o Ignacio Haan obtendrán su formación y correspondiente pensionado en Roma. La esencia de esta obra de Haan en Toledo, pretende rescatar unos valores clásicos alejados de todas las reinterpretaciones pasadas que se hicieron de la antigüedad.
Nuevamente podemos contextualizar la planta con otras teorías, si bien ya mencionamos la analogía con la Escuela de Cirugía de Gondoin en París, en este caso, el diseño se formaliza y mantiene una escrupulosa simetría, que pese a la indiferencia del terreno, dispone las salas entorno al gran patio porticado. Se produce una relación espacial que mantiene una jerarquía en el uso, forma, posición y tamaño de las salas respecto al eje axial. Morfológicamente podríamos encontrar una total similitud entre esta planta revisando “Los cuatro libros de Arquitectura” de Andrea Palladio, quien se preocupó de estudiar y redibujar las antiguas ruinas romanas.
Este compendio reunía las teorías de raíz vitruviana que darán forma a las construcciones de las élites de la Terraferma veneciana, en el capítulo IV del segundo libro de Palladio, encontramos la lámina VIII, que hace referencia al vicentino Pallazzo Thiene cuya composición resulta muy aproximada a la adoptada por Haan más de doscientos años después de su traducción a castellano. Palladio, además detalla las características que deben tener este tipo de palacios entorno a un patio:
“Dice Vitruvio en el Libro IV. que los antiguos tenían atrios de cinco especies, á saber, el Toscano, el Tetrastilo ó de quatro colunas, el Corintio, el Testudinato ó de bóveda, y el Descubierto, del qual no pienso tratar. Las láminas XVIII. Y XIX. representan el atrio Toscano. La anchura de este atrio es dos tercios de su largo. El tablino es ancho dos quintos de la anchura del atrio…Si se hiciera como se demuestra en el diseño, sus columnas serán jónicas de altas veinte pies, y el pórtico tan ancho como los intercolumnios”.
Los Quatro libros de Arquitectura, Andrea Palladio, 1.797, Cap. IV, (49-50).
Tras remontar la escalinata de acceso al nivel superior, un zaguán columnado se mantiene permeable a ambos lados de la crujía, esta gran sala de recepción resulta casi un espacio hipóstilo, debido a la fuerte presencia de los soportes de granito. Se trata pues de una estancia de transición entre la irregularidad del entorno exterior y la armónica luminosidad del atrio en nuestra iniciación al conocimiento.
Un sentimiento de arcaico y elemental rigor escultórico se describe en este espacio adintelado, protegido y abierto a la vez. El severo orden jónico adoptado por Haan en todo el exterior hace referencia a al conocimiento filosófico y la búsqueda de la razón, por lo que con esta decisión no podría representar mejor los deseos de su mecenas.
Los 28 fustes cilíndricos se asientan sobre sendas basas áticas, obteniendo Haan una brillante ejecución en la siempre compleja resolución de la esquina. En esta ocasión se emplea una pilastra exenta del mismo orden con el fin de mantener idénticas distancias entre los intercolumnios, disponiendo las pantallas columnarias de manera independiente para cada panda del patio.
Todo el lenguaje y proporción que aquí se maneja, se traduce en un sentimiento por parte del espectador de encontrarse en un mundo completamente ajeno a su contexto habitual. Si la ciudad de Toledo es un conjunto compacto de patios de diferentes tipos, épocas y escalas, sin duda el patio de Lorenzana es el más distintivo de todos ellos.
Resulta por tanto el arquetipo mismo de la arquitectura occidental. Como otros maestros del neoclasicismo de la talla de Villanueva, Schinkel o Leo Von Klenze, Haan realiza una autónoma pero literal interpretación la cultura clásica, pues el aura que desprende este patio es sin duda mediterránea, gracias sus líneas, su pesantez y su cromatismo. Este centro del saber bien podría haber sido el atrio de un palacio helénico o de una domus romana y pese a constituirse como el núcleo y centro principal de todo el conjunto, supone el paso intermedio al recorrido iniciático que el autor nos impone.
Al posicionarnos en el centro del patio y en dirección opuesta al acceso, dejamos a ambos lados dos grandes aulas rectangulares, siendo una de ellas su destacable biblioteca. Si avanzamos en nuestro recorrido, accedemos al tercer y último escalón de nuestra visita: el Salón de Grados, actual paraninfo del vicerectorado de la UCLM.
La gran sala del gimnasio o salón de grados resulta un espacio basilical a pequeña escala; dentro del barroco clasicista y en neoclásico pleno, encontramos numerosos ejemplos de espacios religiosos que comienzan a sustituir en esta etapa a los templos de planta cruciforme, retomando así la idea de basílica romana. Desde la Real capilla del Palacio de Versalles, pasando por la capilla de la Villa Médici o el vecino oratorio del Caballero de Gracia de Villanueva, estos espacios sacros se definen mediante un espacio oblongo, rematado en ábside y cubierto con bóveda de cañón encasetonada, siendo el corintio el orden común a todos ellos.
Este emblemático salón absidal desde siempre ha sido testigo de actos académicos desde su levantamiento. En este sentido es el espacio que goza de mayor amplitud y ornato, y dentro de su contenida vocación decorativa, el orden corintio fue el que mejor reflejaba esos deseos de celebración y jovialidad del recién licenciado. Punto culminante de las ansias de aquel mecenas por dotar a su ciudad de una universidad acorde con los nuevos valores de su época. Un templo del saber.
José Mª Martínez Arias, estudiante de arquitectura de la EAT
Clica aquí para ver “El templo del cardenal Lorenzana (I)”
planos Lorenzana