Sucedió en Toledo. 36 D17 Archivo VASIL
Hay una expresión muy “toledana” que consiste en afirmar que, a pesar del paso de los años, la ciudad prácticamente no cambia y especialmente el “casco”.
Hoy traemos un ejemplo práctico de que esto no es siempre así. Que la ciudad evoluciona y que los servicios -sin ser todo lo buenos que algunos quisiéramos- han mejorado notablemente. Para muestra la desaparecida Estación de Autobuses del Corralillo de San Miguel.
Como en cualquier capital de provincias, a lo largo de su historia, la localización de la estación de autobuses ha ido evolucionando en consonancia con el desarrollo de la propia ciudad. En el Toledo de los años sesenta, la referencia para el transporte público era la explanada del Corralillo de San Miguel, junto al edificio del Alcázar recientemente reconstruido. Una pequeña edificación daba cobijo a los viajeros y estancia a las taquillas de las empresas Galiano, Continental, Ancos y Álvarez, entre otras.
Los principales destinos eran Madrid y Talavera de la Reina. A los pueblos se llegaba recorriendo un circuito interminable según la ruta de los Montes de Toledo, la Mancha y la Sagra. Comodidades, las justas. Periodicidad, la imprescindible.
Sobre una gran pista de tierra, la explanada constituía -y constituye- uno de los espacios libres con más metros cuadrados del casco histórico de Toledo. Exento de arboles centrales y de otros elementos urbanísticos salvo una farola central, la superficie de aparcamiento podía absorber la demanda del transporte público de aquellos años.
Desde allí, los emigrantes toledanos partían hacia tierra extranjera. Se marchaban con la esperanza de encontrar un salario suficiente que le permitiera mantener a su familia. Esta, de momento, aún permanecía en el pueblo o la ciudad ante el temor de lo desconocido.
Parientes de todo tipo llegaban cada año al iniciarse el curso para despedir al universitario de la familia. El gran equipaje del estudiante solo contenía un traje, alguna muda y un par de camisas; el resto, hasta ocupar todos los rincones de la maleta, los chorizos, quesos y viandas que aseguraban un rendimiento académico adecuado, al menos hasta su vuelta aprovechando las vacaciones navideñas.
Aquella parcela, en pleno centro de Toledo, se cerraba prácticamente en todo su perímetro por una serie de arboles jóvenes, recién plantados, con la intención de ofrecer su sombra a los transeúntes. Desde aquel enclave, los chicos de la OJE salían para los campamentos de verano en Almorox y el Piélago. Los grupos de coros y danzas de la Sección Femenina cargaban su trajes regionales, guitarras y bandurrias para cantar a los cuatro vientos que “En la Mancha manchega, hay mucho vino; mucho pan mucho aceite y mucho tocino”.
Pero no solo era un espacio para “la partida”; también lo era para las llegadas. A este punto neurálgico de la ciudad llegaban los miles de turistas que ya nos visitaban en aquellos momentos. Esos privilegiados visitantes contaban con la posibilidad de “apearse” en pleno centro.
Gracias a la intervención urbanística de la zona, en la actualidad, esta explanada es un inmenso espacio peatonal al servicio de la ciudadanía. El subsuelo se convirtió en uno de los aparcamientos estratégicos de la ciudad; y las edificaciones próximas fueron reconstruidas y adecentadas acorde con el resto de la ciudad. La pena es que en ninguna de sus remodelaciones se respetó la supervivencia de la mayoría de aquellos arboles que no pasaron de ser jóvenes.
Pero, ya se sabe, nada es perfecto.
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Quique J. Silva
¿Quien se acuerda de la “central” de Galiano en la calle de las Armas? ¿Y del poste de gasolina que había en plena plaza de Zocodover? ¿Y de cuando se quemó un autobús al lado de dicho poste? ¿Y de la heroica actuación en aquel caso de un bombero conocido con el apodo de “El Torete”? El anecdotario toledano es como las cerezas, tiras de una y esa saca otra, y la otra a otra mas…