Para quienes no lo conozca: también Toledo tiene vestigios de las llamadas “Ruinas Modernas”. Conceptos que han nacido de la unión de las técnicas de la arqueología tradicional, aplicadas a las más recientes construcciones de un periodo que va desde 1992 a 2012. Al más cercano y llamativo de Toledo se le denominó “Quixote Crea”, una estructura de hormigón sin terminar sobre parte de los terrenos que ocuparon, en otros años, las instalaciones de la antigua Escuela de Gimnasia.
Se anunció la construcción de arquitectura tan memorable en los estertores de la “burbuja” inmobiliaria (mayo de 2009). Se iniciaron las obras en plena crisis económica (septiembre de 2010). El edificio nacía como un proyecto innecesario, que nadie reclamaba y que pretendía cubrir un hueco inexistente. Para redondear la actuación se incluyó un aparcamiento subterráneo con unas 500 plazas, en un lugar donde no se necesitan. Con una definición más retórica se podría calificar como un proyecto que afrenta al espacio, desprecia al tiempo y deconstruye la realidad. Es un no-lugar. El “Palacio de Congresos”, proyectado por Moneo, y situado cerca del centro de la ciudad, aún no se había puesto en funcionamiento. Debajo existe un aparcamiento de cuatro plantas. En abril del año 2012 la obra entró en parada constructiva. La Asociación de Vecinos del barrio pidió que al menos se completaran las zonas verdes previstas y se adecentaran los alrededores. Eso fue todo. El adecentamiento reclamado lo ha ejecutado recientemente la Corporación local en los meses de verano.
Cuando este texto se publique estaremos a finales del año 2018. El edificio, sin terminar, permanece erguido, mostrando a quien lo mire (ya pocos, porque forma parte del paisaje rutinario) su vacío dimensional, testigo zombi en representación de otros proyectos colapsados, aunque menos visibles. Bien pudiera ser un edificio-metáfora extraído del mundo distópico de J. G. Ballard. Pero la historia de este edificio inconcluso requiere más narración que la mera constatación de un fracaso constructivo o una referencia a la ciencia-ficción. Nunca las construcciones hiperbólicas son sencillas o ingenuas. Suelen esconder aspectos que tal vez nunca conozcamos. Responden a razones que la razón no explica. En algún texto he leído que en Sicilia a este tipo de obras, muy abundantes en el territorio, se las denomina “Inacabado siciliano”. Sicilia, por su condición Mediterránea, es una buena referencia para entender algunos fenómenos de España. Sin adentrarnos en hipotéticas relaciones económicas, siempre difíciles de establecer, la estructura empezó a construirse en un Paisaje Protegido y sobre los enterramientos de una necrópolis medieval.
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El 20 de febrero del 2009 se aprobaba en el Parlamento Europeo el “Informe Auken”, elaborado por Margrete Auken, titulado “El impacto de la urbanización extensiva en España en los derechos individuales de los ciudadanos europeos, el medio ambiente y la aplicación del Derecho comunitario, con fundamento en determinadas peticiones recibidas” en el que se denunciaban los efectos depredadores del urbanismo de España. En uno de sus apartados se dice: “se trata de un modelo expoliador de los bienes culturales, que destruye valores y señas fundamentales de la diversidad cultural española, destruyendo yacimientos arqueológicos y lugares de interés cultural, así como su entorno natural y paisajístico”. Como si la eurodiputada hubiera conocido el edificio de Toledo.
Quienes estaban obligados a defender el patrimonio cultural y antropológico de la ciudad incumplían sus propias leyes. Se señalaba, por otro lado, en el Informe, a la administración central, autonómica y local como responsables de haber puesto en marcha un modelo de desarrollo insostenible con gravísimas consecuencias para el medioambiente, además, de sociales y económicas. La destrucción del patrimonio cultural había sido habitual en tiempos pasados en ciudades como Toledo, pero no solo por parte de los particulares sino también por los propios encargados de proteger el patrimonio. Aunque creíamos que eso eran reminiscencias de un pasado de insensibilidad e incultura. El pasado del “Quixote Crea” es más cercano.
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En el año 2019, a finales de mayo, se convocarán elecciones municipales y autonómicas. Las nuevas Corporaciones y los organismos autonómicos no estarán constituidos hasta finalizar el verano. Los meses siguientes servirán a los nuevos electos para aprender y para preparar los presupuestos del siguiente año a los más veteranos. Si todo transcurre como se anuncia en el año 2020 se celebrarán Elecciones Generales. En un periodo de casi dos años las administraciones públicas funcionarán por inercia. No se adoptarán grandes decisiones ante las incertidumbres de los resultados.
Cuando aún no se han superado los efectos de la “Gran Depresión” del 2008, se atisba una nueva crisis, cuyo alcance nadie vislumbra todavía. Lo más probable es que, en los cuatro años siguientes a las elecciones enunciadas, no existan recursos para finalizar las obras del citado edificio. O existan otras urgencias, como la del Hospital Universitario que se está construyendo. La finalización de esta obra y su dotación inmobiliaria y técnica requerirá tal inversión que cerrara las vías a cualquier otra. Distintas empresas privadas se han interesado por el inmueble. Todas han descartado su uso. Lo construido ha restado versatilidad al edificio. Debe destinarse, sí o sí, para lo que se diseñó.
Aunque imaginemos que el edificio se completa en esos años, ¿cómo se podría sostener unas estructuras tan complicadas? Nos situamos ante uno de los grandes problemas de cierta clase de obras: la sostenibilidad diaria y su reflejo en los presupuestos de las instituciones públicas. En Toledo contamos con el antecedente del llamado Hospital del Rey, un edificio histórico rehabilitado, cuya apertura parece imposible por los costes que generarán su uso y mantenimiento. Tampoco podría recurrirse a empresas privadas. Las funciones para las que fue concebido difícilmente serían rentables. Es decir, en la más optimista de las hipótesis en los próximos años el edificio continuará exhibiendo sus vacíos como un animal en descomposición, anclado sobre un patrimonio cultural y ambiental protegido. Ante tales perspectivas ¿no sería más económico y viable derribar el edificio por el método más adecuado?
Existe en España un miedo casi sacro a derribar edificios inútiles y sin valor alguno. Siempre hay quienes buscan utilidades bien intencionadas. Se suele argumentar que después de tantos gastos sería mejor buscarle otros usos. Lo normal es que terminen en fracaso. Y algunos ejemplos también tenemos en Toledo. Hasta tal punto existe ese miedo que el Presidente de la Región, en el último debate sobre el estado de los territorios, ha anunciado que antes de que termine la legislatura se sacará a concurso la continuidad constructiva del edificio. Pero, sin juicios de valor, por la fórmula elegida, más parece una promesa para llegar a las próximas elecciones con un compromiso amplio que deje fuera de la confrontación el edificio.
En contraste con tanto remilgo, no existe idéntica reverencia cuando de una obra de interés patrimonial se trata. Entonces, todo el mundo se vuelve heterodoxo y se posiciona contra las “piedras” que dificultan el progreso, si es que el progreso se puede medir por la cantidad de viviendas que se construyan. Se diría que existe un progreso de los pobres y otros de los ricos. El de los pobres dependería la construcción. ¿Quién no tiene un primo que es fontanero; varios sobrinos, albañiles; tres conocidos, electricistas; un vecino que instala ventanas y puertas, un amigo de un amigo que vende lavadoras y frigoríficos y electrodomésticos en general? En una actividad como esta todos ganan, aunque haya unos pocos que ganen muchos más.
La desaparición del edificio tendría otras ventajas. No la menor, restablecer el equilibrio paisajístico y visual que el edificio quebró con su soberbia altura de hormigón. No habría que gastar más en un proyecto inviable e insostenible. Las indemnizaciones a las empresas implicadas, hace tiempo, se abonaron. Solo quedaría afrontar los costes de la demolición y el desalojo de los materiales del derribo. Se aplicaría por lo demás unos de los consejos de ICOMOS España que insta vivamente a las autoridades competentes del ámbito que sea, incluidas las internacionales, a adoptar las medidas necesarias para la mejor conservación y custodia del patrimonio cultural, incluido el paisaje de la ciudad.
¿Cuando se acometería la desaparición del edificio? Tras el primer año de las nuevas administraciones. Debería ser una operación rápida, aséptica. Como una cirugía con láser. Que causara las mínimas molestias. Transcurriría tiempo suficiente para que en las siguientes elecciones los ciudadanos comprobaran que borrar un error del pasado es más acertado y menos costoso que mantener un edificio que nació muerto, que permanece muerto, pero que terminó su existencia zombi con la dignidad que no tuvo en su origen ni en realización incompleta.
Aunque cabe otra posibilidad. Si el edificio se mantuviera como en la actualidad hasta el año 2030, hipótesis más que probable, podría buscarse una alternativa imaginativa, ensayada también en Sicilia. Consistiría en mantener el edificio como se encuentra. Se podría declarar “bien contemporáneo de interés singular”. Como cualquier ruina, da igual los siglos, contaría a los visitantes y turistas la historia de un tiempo en una época que originó una delirante cartografía del lucro. Actuaría como la plasmación visual de las actuaciones de unos años enfebrecidos, dinamitados por la explosión de una burbuja inmobiliaria que se sumó a una “Gran Depresión”.
Jesús Fuentes Lázaro
Excelente artículo que propone un destino realista a un edificio que ya empieza a ser emblemático de la época del despilfarro. Debería de acompañarle en su eliminación el esqueleto de hormigón de la “casa de la juventud”.
El edificio se tirará cuando haya pasado el tiempo suficiente para que no se puedan encontrar responsables del desaguisado, o cuando la situación económica sea tan boyante que permita repetir la jugada con espectacularidad suficiente para hacernos olvidar los errores del pasado. Mientras tanto ni lo sueñes.
No os preocupéis, el edificio podrá seguir con otro cometido, se puede hacer cargo de él el tan cacareado Puy du Fou u ofertarlo como oficina de recepción de clientes en Toledo o habilitarlo como hotel próximo al parque, al fin y al cabo estará a 7 u 8 kilómetros, no en vano al formidable Puy du Fou tiene su ganga en los 15 hoteles que va a necesitar de aquí a 10 años. Así que el imponente QuijoteCrea, cuyo diseño era infame funcionalmente, no es necesario que huela a dinamita. Mejor ponedle un pastel en la terraza con vistas y que lo inaugure Patroclo o Aelejandro, que tanto montaban el uno como el otro.
Françoise Chay tiene un excelente artículo titulado “De la demolition” en su libro Pour une anthropologie de l’espace totalmente recomendable y muy oportuno para la ocasión.
Esa inmunda construcción debe conservarse para recordar al ovino votante lo que son capaces de hacer los recipiendarios de su voto con los caudales que nos exaccionan.
Nada de TNT para demoler ese monumento a la ignorancia, a la ineptitud, a la incompetencia de los que decidieron y permitieron hacer ese constructo, afortunadamente inacabado, esqueleto deforme de un zombi arquitectónico.
Como no se debe retirar la placa de piedra existente en la Puerta de Bisagra recordando el fin de unas obras al tiempo que contiene un duro golpe contra nuestro idioma. A lo largo de los años han pasado concejales de Cultura y alcaldes, consejeros de Educación y de Cultura, presidentes de la Comunidad Autónoma y el atentado contra nuestra lengua allí sigue.
Deben conservarse ambos ejemplos como recordatorio de a quienes hemos sentado en sus poltronas con nuestro voto