Arquitectura, fútbol, patrimonio y cultura: la ciencia y la educación no fallan [José Ramón de la Cal]

“Seminario de Madrid”, 1960, Ramón Masats

Arquitectura y futbol comparten fundamentos. Hay arquitectos que siempre quieren rematar de “chilena” -aunque el balón venga a ras de suelo-, hay otras arquitecturas que son como un pase en profundidad que, en apenas un segundo, descoloca al contrario y deja solo al atacante frente al portero. Ese segundo, ese espacio y ese tiempo que silencia todo un estadio, bien merecen un partido. Espacio y tiempo son la materia que hace arquitectura. En el fútbol: si eres cauteloso y plano no emocionas, si eres intenso y arriesgado dejas huérfana a la defensa. También la arquitectura es como una manta corta, si te cubres la cabeza te destapas los pies. La cultura, sus matices, paradojas y especifidades acaban contaminando todos los actos humanos. Es lo que explica la severidad clásica del calcio italiano frente al sensual y acaramelado toque brasileño.

 Cuenta el “argentino” Valdano en su libro “El miedo escénico y otras hierbas”, lo siguiente:

“En México, durante el Mundial del 86, Maradona me ganó una apuesta. Después de los entrenamientos solíamos quedarnos sentados en el suelo a hablar un poco para pasar el tiempo, tiempo que durante las concentraciones no pasa nunca.

Las charlas no tenían nada de extraordinario. Lo único que rompía la monotonía era la presencia de los periodistas que nos esperaban (sobre todo a él). En esas, Diego dijo con desgana:

– Míralos.
– Son todos tuyo- Le contesté por decir algo.
– A ninguno le gusta el fútbol -Siguió.

Para alentar la conversación, elegí el otro lado del ring:

– Mentira, podemos discutir si saben o no, pero gustar le gusta a todos.
– ¿Qué nos jugamos a que no?
– ¿Y cómo hacemos para saberlo? -Pregunté también.

Imaginó un método que me llamó la atención por su originalidad y creí aceptable como prueba casi científica. Se trataba de hacer caer un balón en medio del enjambre periodístico. Si lo devolvían con el pie, ganaba yo; si lo devolvían con la mano, ganaba él. Acepté la apuesta.

Diego se levantó despacio, agarró un balón y con esa precisión exagerada que tiene y que no sé porqué, pero siempre me provocó risa, la depositó en el medio del grupo en cuestión. Hubo un alboroto como del hormiguero pateado, un forcejeo del que sacó ventaja el más decidido y después de dar tres o cuatro pasos rapiditos para dejar en claro quién había ganado el pleito, un hombre nos devolvió el balón con las dos manos, haciendo una especie de saque de banda.

Me defendí como pude:

– Pobre tipo, le dio vergüenza alcanzarla con el pie por ser vos Maradona.

Pero Diego también tenía respuesta para eso:

– Si yo estoy en una fiesta en casa del Presidente de la Nación con un smoking y me llega una pelota embarrada, la paro con el pecho y la devuelvo como dios manda.

Y dios manda devolverla con el pie supongo. Lo siento periodistas, pero nunca más apuesto por ustedes”.

Los arquitectos que trabajamos en patrimonio, que lo intentamos, sabemos que no es fácil jugar siempre con el balón pegado a la bota. A la dificultad intrínseca y heroica de alzar arquitectura nueva, se añaden en el caso de la rehabilitación, restauración o la actuación en entornos protegidos, la yincana burocrática de las patadas, empujones, codazos, zancadillas, árbitros arbitrarios… para obtener los permisos e informes técnicos preceptivos. La administración salvo raras excepciones casi siempre “te la devuelve con la mano”.

El propietario que acomete una obra en patrimonio, como, por ejemplo: restaurar y mantener un monumento, rehabilitar una casa patio, o bajando muy abajo simplemente recuperar una ventana con falleba y frailero que no cierra, es hoy una rara excepción. Y sin embargo manifiesta algo excepcional, que pasa desapercibido para los burócratas, un valor que debería también ser protegido por su inusual indicio de cultura.

Pues, todo lo contrario, desde el mismo momento que alguien presenta un proyecto para solicitar las preceptivas autorizaciones administrativas, el propietario y su arquitecto son considerados infractores en potencia y comienza un calvario inútil. Tras meses de reuniones, de dibujos costosos, estudios históricos y arqueológicos, lecturas, conversaciones, cálculos y análisis hasta llegar a la mejor solución posible -el proyecto de ejecución-, el propietario solicitará licencia y a partir de aquí es donde empiezan los estorbos. La mayoría del trabajo de arquitecto es “despejar estorbos”. De nuevo, a pesar de duros años de estudio, preparación y una inmaculada hoja de servicios, tendrás que demostrar que ni quieres engañar, ni eres un bandido, que quieres hacer algo que empieza a ser excepcional y poco valorado: hacer otra vez más las cosas bien.

“Última cena”, 2010, José Manuel Ballester

Hoy la tramitación de un expediente relacionado con patrimonio no se lleva menos de seis meses en la primera contestación de la administración, que será por supuesto denegatoria. Solo si tienes mucha suerte, mucha mano izquierda o lo que es más fácil y reduce ostensiblemente los tiempos: mucha mano derecha, puede ser que seas tocado con el halito divino y tengas un informe favorable. Esto último, es inevitable, en todas las sociedades hay tahúres, exactamente un 8,3%, uno de cada doce, lo narra la Biblia. Solo podemos trabajar por intentar ajustar ese porcentaje.

Tarda más la administración en rellenar medio folio, en el que te darán las lecciones del maestro ciruela, que el arquitecto contratado por el propietario en redactar el proyecto completo. En ese período de tiempo dilatado, donde el expediente se amontona y va de mesa en mesa de servicio en servicio -si no se pierde en la nube, última y más moderna casuística del despropósito-, se te puede caer la cubierta de una casa patio protegida que te han encargado arreglar porque amenaza ruina -con los propietarios dentro-, ¡no es un ejemplo es un caso real! O que el promotor abandone una inversión millonaria para restauración y mantenimiento en un monumento, con el consiguiente daño no solo patrimonial sino a la economía circular. Todo porque los informes de la administración no llegan y cuando lo hacen son al “gusto y ocurrencia” del burócrata que informa y resolución del Director General oportuno que lo consiente sin leer lo que firma. ¡Tampoco es un ejemplo, es un caso real!

Es lo que se llama “devolver la pelota con la mano”. Con el tiempo he llegado a una conclusión: a los chupatintas de la arquitectura, el patrimonio y el urbanismo, no les gusta el fútbol, o lo que es peor, no saben de fútbol.

El modelo de informe, que para colmo llaman “resolución”, es decir la respuesta auténtica al problema que tu no has resuelto, siempre se repite. Después de no haber pisado el inmueble, después de meses y meses desde de que se solicitara licencia, el informe certificado con acuse de recibo llegará recordándote con solemnidad pomposa en la primera línea la Ley de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha, ¡cómo si no la conocieras! A partir de ahí el escrito irá en crescendo. Continuará en modo verbal conminatorio ordenándote todo lo que no puedes hacer y advirtiéndote de todo en lo que te has equivocado. Creo que por eso lo llaman re-solución. El primer informe que recibirá el propietario -que no olvidemos quiere hacer las cosas bien y hacer algo inusual- es una especie de “¿a este qué le pedimos?” o dicho de otra manera “patapúm p`arriba”.

No sería mejor, no costaría mucho cambiar ese encabezado tan desconsiderado, por uno más educado y comenzar por ejemplo diciendo: “Estimado ciudadano, le estamos muy agradecidos por el esfuerzo que inicia para conservar el patrimonio común, después de visitar su inmueble y estudiar la documentación presentada le sugerimos que para un mejor desarrollo de las obras…” Las palabras como los gestos son importantes.

Sigue el informe “re-solución”, un modelo corta-pega, con retahílas de condicionantes y lecciones, como si no hubieras estudiado el asunto lo suficiente y no supieras hacer bien tu trabajo. Es aquí donde piensas ¿qué pensará mi cliente del proyecto? Dudas, ¿seré un buen profesional?

Lo mejor lo dejan para el final, después de los seis meses de espera, después de darte la lección del maestro ciruela, después de decirte que te has equivocado en tu trabajo y que no has estudiado sufrientemente el asunto, de apañarte el proyecto con tres frases que ponen todo patas arriba, te dan diez días para que lo subsanes o deberás volver a iniciar la tramitación del expediente. Y piensas ¡… cáspita… qué vosotros os habéis tomado seis meses para evacuar medio folio! No sería mejor que el informe terminara con algo como: “… para analizar las dudas que nos surgen sobre el proyecto presentado nos ponemos a su disposición para de común acuerdo llegar a la mejor solución posible, se pondrá en contacto con usted nuestro técnico `fulanito´, que desde este momento se encargará de ayudarle…” Sería toda una revolución, pasar de súbditos a ciudadanos administrados en un tris. Con solo dos frases se puede cambiar de actitud y aptitud. Las palabras son ¡muy importantes!

Pero no contentos, siguen con la mala educación, y te vuelven a amenazar con que si no cumples darás lugar “a infracción urbanística y a la adopción de medidas de carácter sancionador”. Y piensas, pero ¡si todavía ni hemos empezado la obra!

Eso si, se despiden con benevolencia, y como son garantistas terminan el informe dándote un generoso mes para que interpongas recurso administrativo de alzada si no estás de acuerdo. Y es cuando el lamento torna en risa y empiezas a tomarte en serio en perderle el respeto que se merece a tu administración, a tu gobierno, a tu Estado. Otro corta-pega absurdo, una formalidad más, que a garantistas del procedimiento no nos gana nadie. No es recomendable recurrir, todos sabemos que será una pérdida de tiempo, la administración española siempre tiene la razón, siempre, por convenio.

“Tregua de Navidad”, Daily Mirror, 1914

La paradoja es que para sacar de ese inframundo al que el sistema, las formalidades y el disparate han mandado el expediente, tendrás que recurrir a esa otra rareza -que las hay, ocultas y muy poco valoradas-, el funcionario comprometido, con vocación de servicio que con un regate certero acabará salvándote la obra.

¿De dónde viene toda esta verborrea intimidatoria que emponzoña la ingente cantidad de papeleo inútil que gestiona ese ente abstracto que es nuestra administración? Todos sabemos del perezoso vuelva usted mañana o el le falta una póliza, de Larra y Galdós del diecinueve. Una idiosincrasia que se afianza, estructura y organiza cuando la autarquía monta una administración nueva al modelo militar de los vencedores en el año 39. Cuando el arquitecto falangista Pedro Muguruza es nombrado Director General de Arquitectura dependiente directamente del Ministerio de la Gobernación con Serrano Suñer al mando. Administración que a lo largo del s.XX se iría “destilando”. Hoy aún el sistema arrastra la jerarquía militar, el carácter totalitario del ordeno y mando porque lo digo yo. De ahí viene todo ese aparataje formal, de jefes y súbditos, de vencer más que del convencer unamuniano y ahí parece que todavía seguimos enredados en el tercer milenio.

Es la misma administración que amenaza a un particular por su falta de pulcritud patrimonial, la que con sus “re-soluciones”: aprueba miles de viviendas en un lugar protegido, que permite plantar bloques excedidos en altura y no permite plantar árboles, que tramita con celeridad inusual expedientes complejos y agota otros sencillos por silencio administrativo, que es huérfana de actuaciones modélicas, que castiga a sus funcionarios diligentes y premia a los zotes, que desprecia la ciencia por incómoda… Es parva de cultura y educación. Maneras y actuaciones que generan desconfianza y cabrean a los administrados que acaban perdiéndole el respeto. Y si es así, entonces, ¿quién cuida hoy del interés general?

Hoy la administración, que es decir tu gobierno, tu Estado, te devuelve siempre la pelota con la mano, o lo que es peor con el puño. Cuanto mejor funcionarían las cosas si jugaran con ciencia y conciencia, elegante, raso, en corto y al pie, al derecho o al izquierdo, da igual. La jugada sería sin duda mejor, nos divertiríamos más, a todos nos beneficiaría, avanzaríamos en el proyecto que más nos interesa: el hombre. La ciudad ganaría en profundidad y más allá de sus murallas, sería más educada, culta.

José Ramón Cal, arquitecto -entrenador- 

 P.D. Dedicado a José Ramón Hernández Correa, aficionado al fútbol, ¡gran portero!

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3 Comments

  • Jose lopez

    Chapó! Después de años de trámites con la administración no puedo estar más de acuerdo. Como se le transmite esto al cliente? El problema es que tu tienes que hacer y sacar el trabajo adelante, ellos no. Un trámite cualquiera en aguas de Galicia son seis meses hasta la primera respuesta insatisfactoria, eso si, 10 días hábiles para redactar una respuesta coherente ante lo que sea. Vergüenza de Administración.

  • José-Antonio Marín Jimenez-Ridruejo

    ¡¿Como se atreven a llamar Administración a “eso”?
    “Eso” es lo que nos convierte a los ciudadanos en súbditos.
    Los ciudadanos tienen derechos. Nosotros los súbditos solo tenemos obligaciones, siendo la primera (y casi única) la de obedecer.
    Creemos que tenemos derecho a quejarnos, pero estamos equivovados.
    ¿Equivocados? No, engañados.
    Metemos cada cierto tiempo un papel en una caja y con ello nos consideramoa ciudadanos, cuando solo estamos eligiendo a nuestros administradores, que nos convierten en súbditos.
    País (decíamos en los 70)

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