
Si usted se acerca al museo Thyssen, aguanta la fila, que no suele ser muy larga, abona la entrada y empieza a ver los cuadros de Munch sentirá, casi al instante, un indefinible desasosiego. No como el de Pessoa, nostálgico y romántico, sino negro y angustiado. En algún momento aparecerá la tentación de abandonar la exposición, pero la fuerza de los cuadros que se atisban en una panorámica general de la sala le impulsará a continuar, contrariando el impulso inicial. No se arrepentirá. El encontronazo entre dos sensaciones opuestas, salir de lugar o permanecer allí, adentrándose en la exposición, se debe al impacto que causa la opresión de los temas por un lado y, por el otro, a la calidad de la técnica pictórica, a los encuadres de los personajes, a la distribución de la luz, al empleo armónico de los colores, incluso dentro de la tragedia representada. Y es que lo que pinta Munch en sus obras son las texturas de la angustia. Los entresijos neuróticos de la tragedia humana. Continuar leyendo