Ilustraciones para la historia de las cosas 2
El collar es uno de los símbolos más antiguos. Su círculo cerrado tenía relaciones estrechas con la Magia, ya que representaba los poderes del mundo oculto. Ningún rey o sacerdote, ningún poderoso hubo en la Antigüedad que no lo llevara alrededor de su cuello, y aún hoy, entre los motivos externos para aludir al poder o la preeminencia social se encuentra este viejo objeto entre ornamental, político y suntuario.
Cuando el arqueólogo inglés Howard Cárter descubrió la tumba de Tutankamón, en el Valle de los Reyes, en 1922, todos quedaron asombrados ante el collar que el faraón de la 18ª dinastía lucía alrededor de su cuello tras los más de tres mil trescientos años transcurridos: ciento sesenta y seis placas de oro macizo cuyo diseño representa a la diosa-buitre Nekhbet sosteniendo entre sus garras un jeroglífico, que una vez descifrado se supo que decía lo siguiente, aludiendo al collar: “Este es el círculo del mando“. De hecho, el collar fue pieza clave en la orfebrería egipcia de hace cuatro mil años, y nadie superó jamás la pericia y genio de aquellos orfebres a la hora de enfrentarse con este objeto delicado, al menos en la belleza del diseño, combinación de los colores, variedad de formas y riqueza de pedrerías y metales. Los collares egipcios, a menudo de cuatro vueltas, eran piezas coloristas. Sus colores preferidos eran cuatro, combinados con el oro, la plata y las piedras semi-preciosas: el amarillo, el verde, el rojo y el azul. Su conjunto era deslumbrante. Los embajadores de los pequeños reinos tributarios del faraón quedaban absortos y anonadados contemplando el brillo cambiante del collar regio, que surtía efectos casi hipnóticos sobre ellos. Los collares anchos fueron los más típicos de Egipto, y también del mundo antiguo, en general. Sobre sus amplios aros se grababa un mundo lleno de símbolos: estrellas, flores, conchas, cabezas de halcón. Los había también más sencillos, ya que su uso estaba generalizado tanto entre los hombres como entre las mujeres. Collares de cuentas, collares de canutillos de pasta esmaltada azul, o de cuentas de jaspe, cornalina y lapislázuli, con sus amuletos colgantes, sobresaliendo de entre ellos el ojo del escarabajo sagrado, Horus.
Pero no sólo los egipcios, sino todos los pueblos del llamado Creciente Fértil, en torno al Oriente Medio actual, dieron gran acogida y favor al collar. Los asidos solían utilizar collares de cuentas de piedras preciosas, como los hallados en las imponentes ruinas de Korsabad, y junto a ellos, collares humildes de hueso de aceitunas taladrados. Y también el pueblo fenicio se adornaba con collares de pasta esmaltada, seguramente importados de Egipto.
Los griegos, más austeros, limitaron el uso de collares a las mujeres. Sin embargo, este pueblo creó un nuevo tipo de collar: una serie de anillas formando cadena, con un anillo grande en forma de argolla, como el que utilizaron los pueblos bárbaros: un aro alrededor del cuello, tanto para hombres como para mujeres. Y en cuanto a los romanos, éstos heredaron el gusto etrusco, combinándolo con los collares griegos. Crearon así una especie de collar intermedio en el que se hacía sentir la influencia griega y también la bárbara. Distinguieron dos modalidades: collares y cadenas. Unos y otras solían ser de oro, con perlas y pedrería que bajaban hasta la cintura en dos o tres vueltas. De ellos, de estos collares y cadenas, pendía la ‘bula’, es decir: un amuleto contra cierto número de enfermedades comunes.
En la Edad Media europea no se utilizó el collar hasta el siglo XII, en que las mujeres provenzales de los medios cortesanos pusieron de moda la gargantilla de tela ajustada al cuello, y en la que se cosía un hilo de pequeñas perlas. Más tarde, ya en el siglo XV, se puso de moda lucir un collar sobre el escote, y no sobre el vestido, como había sido el caso en siglos anteriores. Eran famosos los collares españoles, de filigrana de oro con esmaltes.
De la peripecia posterior de este antiquísimo invento cabe apuntar el hecho de que el collar, como los pendientes o el anillo, admiten escasa capacidad de evolución, ya que nacieron con la limitación inalterable de la anatomía humana.
Del libro “Historia de las cosas” de Pancracio Celdrán.
Ilustraciones: Fernando Silva
Editorial. La esfera de los libros. Ver anteriores: El abrelatas (1)