El mercado de “La Plaza”. ¿Quién da la vez? [Quique J. Silva]

Sucedió en Toledo. 6 D17 Archivo VASIL

Las imágenes del Archivo Vasil nos evocan esta vez el ambiente de “la Plaza”. ¿Quién es la última? ¿Quién da la vez?

Curiosamente este puesto de carne (o cajón como se denominaba entonces) es el de un tal Rafa Tolón y Antonia Jaime. ¿Les suena esa familia? Junto a ellos dos niñas, una de ellas su hija Toñi y la otra una amiga que no hemos podido identificar. Detrás un empleado, Jesús. Con solo dos años, no podemos asegurar que nuestra actual alcaldesa, Milagros, no estuviera “en el cuco” protegida detrás del mostrador esperando la papilla del mediodía.

Para matar la espera, la tertulia alrededor a las montoneras de frutas o verduras casi siempre giraba entorno a tres temas principales: la subida de precios y el frío en invierno o el calor en verano. Nada trascendental, pero lo suficiente para crearse un cierto ambiente social que, la mayoría de las veces, te entretenía más de la cuenta y luego tocaba volver corriendo a casa para preparar la comida a tiempo. Generalmente, el marido y los hijos, tenían que volver a sus quehaceres laborales y escolares también en jornada de tarde.

El Mercado de Abastos o “de la Plaza” fue tradicionalmente el lugar ideal para la compra diaria de los toledanos de la época. Las mejores carnes, pescados, huevos y verduras se exponían en abarrotados mostradores para que las “amas de casa” realizaran la compra diaria. Y decimos las “amas de casa” porque, hasta bien entrados los años 80, la compra era cosa de mujeres. No era frecuente ver a los hombres al otro lado del mostrador. Ellos solían regentar el puesto familiar; eso sí, con la colaboración de una mano de obra “barata”. Su cónyuge, mandil en ristre, se multiplicaba para cumplir fielmente con las labores del hogar y las tareas laborales (en jornada intensiva).

En 1970 ya se quejaban estos comerciantes de la reducción de clientela con el crecimiento de los nuevos barrios fuera del casco antiguo. “La gente prefiere comprar en su barrio” apuntaban los titulares de los puestos de “la Plaza”. Y así era, lógicamente. La concentración de vecinos dejaba paso a una nueva vida “extramuros” en la que inmediatamente aparecieron los “autoservicios” y pequeños “supermercados”.

Siempre se ha dicho que “el pez grande se come al chico”; pues así ha ido ocurriendo con este tipo de negocios. La tienda y mercado de barrio fue absorbida por los autoservicios; luego por los supermercados y estos, a su vez, por los “hiper”; para finalizar aparentemente el proceso en los centros comerciales y grandes superficies, muy amenazados ya, por la venta on-line.

Por supuesto, el género a mano, a la vista, sin envasar. Te podías llevar una manzana o un kilo; un huevo o media docena. Nadie te decía la cantidad que debías consumir ese día. Tal vez, por eso, no hacia falta poner la fecha de caducidad. Cuando aquello se veía “pocho”, se tiraba.

¡Me toca! Dame ciento cincuenta de carne magra, cien de tocino, un hueso de vaca y otro de codillo. No falla, ese día había cocido.

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Quique J. Silva

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