Luis Pablo Gómez Vidales es el hombre que pasa por la calle y saluda a los presentes. Es el hombre campechano, como si fuera de Ocaña, que estudia la vida, el arte, la antropología, la tradición hebrea o habla contigo de sus inquietudes o su visión ecuménica del mundo. El hombre que mira los objetos, las plantas, los edificios, los humanos o los demás seres vivos o inertes y los ve de color, en colores. Cada uno se muestra con su propio color, dice con la espontaneidad del quién habla de lo extraordinario y lo normal como si formara parte habitual de su existencia. ¿Eres sinestésico?, le pregunto. Y contesta que cree que no, que ha tenido la misma mirada desde que era pequeño. Sostiene, entre dudas, que el mundo es de colores, aunque la existencia y la vida cotidiana se le antojen opacas y oscuras.
Disculpen que irrumpa en el texto nada más comenzar, pero tengo que confesar algunos errores previos. Fui buscando a un personaje sobre el que escribir y me encontré con una persona sensible y, tal vez, dolorida. Me interesaban el pintor, el escultor, el escritor de textos varios, de poesías inspiradas y me encontré con un creador al que los límites le incomodan como si llevara un corsé varias tallas más pequeñas. Quería hacer una entrevista y surgió una historia. Es cierto, nunca terminas de conocer con quienes convives a diario.
He aquí la pequeña o gran historia de un hombre que ha vivido y vive en Toledo, entre nosotros, con la impresión subjetiva del autor de este texto de que Luis Pablo no encontrado su lugar en el espacio confinado de una ciudad de provincias. Tarea, siempre ardua, en una sociedad tan dispersa y disfuncional como resultan las ciudades en las que se acumula el arte de siglos pasados, pero pocos aprecian el arte actual. La omnipresencia del pasado agobia y atrofia las realidades del presente. Si aceptamos que la pintura, la escultura o la arquitectura son la representación de una sociedad en una época concreta, Luis Pablo deduce que llegó al mundo en el tiempo equivocado, en el lugar equivocado.
Toledo, aunque estemos en el siglo XXI, aún no se ha sacudido la influencia de una ciudad clerical. Tantos conventos, tantas iglesias, el poder económico que acumularon, ahora ya acabado, ni los siglos transcurridos han permitido que la sociedad adopte ese estilo laico que la modernidad conquistó hace siglos. Salir con diez años de Ocaña, un pueblo definido por una prisión, no deja de resultar la aventura personal que condicionará el resto de la vida del protagonista. Su familia ocupó diversos barrios de la ciudad en busca de unas condiciones de vida mejores. Eran tiempos de posguerra, de autarquía, de planes de desarrollo, de lucha, a veces sorda, a veces sonora, contra la dictadura y, sobre todo, de rebeldía contra lo antiguo. Un gran número de jóvenes con esas características coincidirán en la Escuela de Artes y Oficios, un centro de inquietud y renovación de las ideas y la expresión artística, dirigido por un tipo activo, también desubicado, Manuel Romero Carrión.
Allí aprenderían y practicarían las técnicas tradicionales de la pintura, de la escultura, de la forja, de la cerámica y se lanzarían a cambiar el mundo y el entorno, sí este se dejaba. Misión ardua. En el caso de Luis Pablo y de otros se plasmó en un proyecto de grupo: la fundación de Tolmo. Una galería de arte, un discurso conceptual sobre el arte y la vida, con un toque inconformista que actuó como revulsivo en una ciudad de provincias aletargada de la posguerra. Luis Pablo, Francisco Rojas, Eduardo Sánchez-Beato, Raimundo de Pablos y el inevitable Pablo Sanguino, más un personaje misterioso, llamado Manuel Sánchez, estuvieron en el origen. Después llegarían otros por el atractivo de unas inquietudes compartidas.
Con la creación del grupo pretendían, nada más y nada menos, que incorporar a una ciudad levítica y pobre los movimientos vanguardistas que se abrían paso en una España trascendida por la dictadura. Aspiraban a superar una pintura de paisajes, heredada del siglo XIX, cuando el Impresionismo francés era el modelo de la pintura nacional o se imponía el costumbrismo del recuerdo fotográfico. “Lo que Tolmo fue y sigue siendo, sobre todo, un convivio, una agrupación de amigos, reunidos para vivir en compañía la coherencia apasionada que implica aceptar el concepto moderno del arte, sin mantener una concepción unilateral de los problemas artísticos y culturales”. (José Marín-Medina, en el volumen “Tolmo 30 años”).
El grupo, sin perder su identidad individual, muy importante el detalle por lo que implica de diferencia respecto a otros proyectos semejantes, olvida deliberadamente las técnicas academicistas para posicionarse al lado rupturista.
Romper, superar, modernizar, actualizar, explorar, compartir, proyectarse al exterior, divulgar serán los vocablos habituales del proyecto.
Sin alardes, construirán obras, poco o nada figurativas, y si ceden a la tentación de la figuración, lo hacen sobrevolando los moldes y esquemas de épocas anteriores. No renuncian a ellos ni los proscriben de su diccionario, simplemente consideran que pertenecen a otras épocas. Cada época se manifiesta con su lenguaje propio.
El diálogo anárquico con el autor ha recalado en esa fase del presente ya no tan inmediato, pero hay que volver atrás. A la obra pictórica en la que se imponía la visión colorista de la realidad. Su gran aportación. Emplea colores intensos, fuertes, sin desvanecimientos, que van dando figura a la forma sin que exista dibujo previo. Se diluyen en el color los contornos que delimitan el perfil de la obra. Las imágenes se expanden, se amplían o se contraen en función de la capacidad del espectador para colocar fronteras o ensanchar la obra.
Luis Pablo representa en su obra ese afán de innovación que le llevará a la ruptura total. A la manera de Duchamp, dedicará una etapa de su actividad productiva a la creación de una obra de arte efímero con piedras superpuestas. El sueño intermedio entre el nihilismo del arte de esa etapa de Luis Pablo y la necesidad de eternidad. Prueba de ello es que la rescatará de su marcha hacia la nada en un catálogo ambicioso en el que une sus composiciones de piedras con escritos y poemas de once mujeres. Once mujeres que, con sus sensibilidades múltiples, interpretan, explican o sueñan la obra al aire libre de Luis Pablo.
Luis Pablo Gómez Vidales supera al “arte fauve”, siendo él mismo un fauve. No pinta cuadros-espectáculo o que sirvan para dar color a una pared. Se sitúa en el arte más reciente de los contemporáneos que vuelve a la filosofía del color como componente esencial de la realidad, que no otra cosa es la pintura de cualquier época: desde los primitivos de las cavernas hasta el tiempo actual.
Más tarde, por la necesidad inquieta de encontrar lo trascendental, realizó varios experimentos, se sumergió en otras corrientes, tocó otros palos. No sabremos –habrá que dejar pasar el tiempo- si se confundió en estas tentativas, al abandonar la intensidad de los comienzos en los que la pintura se disolvía en las probabilidades del color.
El niño de pueblo, que es Luis Pablo, con el paso de los años se ha vuelto más escéptico –es decir más sabio– sobre el arte como elemento transformador de la sociedad. Y ha recuperado una imagen que le ha obsesionado desde la niñez, la gente de los pueblos o de provincias pequeñas cuando hacen arte están llamados a la disolución sin historia. La nada sin épica que implica el punto de partida y residencia provincianos. Madrid o nada.
¿Por qué no continuó cambiando y evolucionando en su capacidad de ver la realidad como la suma, agregada o desagregada, de los colores? La interrogante la responde con tonos y matices nostálgicos. “Uno se esfuerza, hace una obra que considera original y no pasa nada”. No pasa nada. En ese no pasar nada se encuentran las resortes de su proyecto personal y de su obra, Quería que sucedieran cosas con su obra. Que el arte, suyo o el de otros, actuara como un seísmo colectivo que removiera el entorno social. En cambio, no pasaba nada.
Ha vivido, ha pintado, ha escrito para que sucediera algo. ¿Qué? ¿Aceptación social? ¿Aplauso colectivo? ¿Éxito individual? ¿Reconocimiento artístico a la usanza romántica de los creadores consagrados? Tal vez todo y mucho más es lo que buscaba.
Aunque él tiene escrita y aceptada la explicación “Sí naces provinciano, te educas y vives provinciano, terminas siendo provinciano, aunque puedas llegar a ser de primera clase regional”. Tal vez por eso, en su último intento de hallar la obra que encubra sus pesimismos vitales está componiendo con su nieta. Ella le proporciona los motivos de su reciente pintura. Él pone el color, la técnica y la impronta de su ambigüedad dubitativa.
Y acabamos, de momento, la historia del niño que a los diez años llegó de Ocaña a Toledo, imaginando que se encontraría en el ombligo del mundo y no ante una realidad roma y resistente. En las ciudades pequeñas, nunca pasa nada. Y cuando pasa, nadie se entera.
Jesús Fuentes Lázaro
Explicación
Seguramente esta será una explicación que nadie ha pedido. Solo yo he sentido la necesidad implacable de contar algo de lo que sé. Tal vez como autojustificación. Tal vez como una expresión dolor y pena por el fallecimiento de Luis Pablo.
El texto titulado “El hombre que veía colores”, se empezó a escribir en el verano de 2019. No reunimos en un bar de un centro comercial del Polígono y allí empezamos a hablar de Toledo, de su vida, de su historia, de sus sueños, de sus frustraciones, de sus inquietudes.
También de la iglesia y su enorme presencia aún en la ciudad y de aquellos otros habitantes de Toledo que profesaron otras religiones en los siglos que habitaran la ciudad. Precisamente él había hecho un estudio histórico- antropológico para comprender la presencia de los judíos en Toledo, su influencia y su ausencia en el tiempo actual.
Después hablamos de arte y de artistas. Y, por supuesto, de lo que él hacía.
En un momento de la conversación aceptó que se había desviado del elemento esencial de su obra: el color. Y comentó, como de pasada, que fue por el desencanto que sintió con sus primeras obras expuestas. Quería buscar algo que impactara, una obra que transformara el mundo en efervescencia de los pintores y escultores de la ciudad. Por eso se adentró en otros mundos que no eran el suyo. Sin embargo también sintió que, con sus investigaciones, nuevos temas, nuevas técnicas, o con sus audacias compositivas, tampoco lo conseguía. De nuevo emergió la palabra desencanto. Pero como era un vitalista, por encima de todo, no iba a renunciar a buscar aquello que conmoviera los cimientos de la sociedad a la que pertenecía.
Al despedirnos me dijo que esperaba ver el texto antes de morir. No ha sido posible. Y esa es la culpa de ahora, que se mantendrá en el futuro. Cuando me enteré de su enfermedad aún pensé que había tiempo. Uno no termina de calcular esto del tiempo.
Envié el texto al “blog hombredepalo”, pensando que le serviría para hacer más llevadera su angustia. A finales del mes de abril había anunciado el diagnóstico de su enfermedad, sin decir su gravedad. Lo dijo seco y sin ninguna expresividad.
El texto se ha publicado el mismo día de su fallecimiento. Sirva, si es posible, como HOMENAJE.
Las fotografías son fracciones tomadas del artículo sobre la exposición “Entre dos siglos” de eldigitalcastillalamancha, y del cartel de la propia exposición.
Queda la obra y el recuerdo de quienes compartimos parte de una vida.
Ayer llamó Jesús. Tengo un artículo para el blog –dijo. Habla de la obra de Luis Pablo. Lo que ocurre, y por eso te llamo, es que me enterado de que está enfermo y me gustaría que su lectura le sirviera para animarse. No quiero que mis pensamientos negativos me dominen, pero estaría bien que saliera cuanto antes. ¿No te parece? Quiero que lo lea. ¿Es posible? –continuó. No te preocupes, mañana se publica –le dije.
Esta mañana ha sonado mi móvil, era Jesús. Te llamo por el artículo; hemos llegado tarde, no sé si lo sabes. Una lástima. No quería ponerme en lo peor, y mira qué fatalidad –me ha dicho. Quería que fuera un aliento y se ha convertido en un recuerdo.
Me ha agradecido la elección de las fotos: Me han gustado porque yo siempre le vi mucho mejor con el color. Allí se movía con mucha personalidad. D.E.P.