¡Dinosaurios, Atapuerca, Egipto…Tesoros! ¿La Arqueología una disciplina incomprendida? [Jorge Morín]

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Es habitual que cuando un desconocido te pregunta por tu profesión y le respondes: “Arqueólogo”, inmediatamente te habla de los dinosaurios. Aquí, amablemente le explicas que “eso” es “cosa” de los paleontólogos y añades ya en voz baja: “en esa época no existía el hombre”. Tu interlocutor, rápidamente, sin ni siquiera pensar lo que le acabar de comentar, te tira a bocajarro: “Habrás ido a Atapuerca”. A lo que respondes: “…que sí, que muchas veces”. En este caso he de reconocer que la pregunta duele en lo más íntimo. Hace años mi hijo pequeño, después de una visita a Atapuerca, donde le montaron en un Land Rover y a cada sitio que iba le daban un refresco y un bocadillo de jamón, me dijo: “Papa no te enfades, en los yacimientos en los que trabajas la gente es muy simpática, pero esto si que está bien montado (sic. del original) ”. Tu propio hijo, sangre de tu sangre, deslumbrado por el “hall palace” de la arqueología hispana. El tercer “topic” que se suelta siempre tu interlocutor es el de si has viajado a Egipto. A lo que respondes, ya de mala gana, que sí, aunque ya no le aclaras que has ido por el mundo copto y el islámico. Finaliza, la conversación con una pregunta básica: “¿Has descubierto algún tesoro?” A lo que tú respondes: “¡No, nunca!”. Ha quedado claro para mi interlocutor que soy un arqueólogo pésimo, “malo de narices”. L@s lector@s pensarán que esta conversación es exagerada, pero les puedo asegurar que se ha repetido muchas veces y me consta que muchos de mis colegas han sufrido el mismo interrogatorio.

Lo que aquí cuento no es broma, ni una anécdota, es algo recurrente en este tipo de conversaciones donde se pregunta por nuestra profesión, la de arqueólogo. Es obvio, que los “mass media” actuales y el cine tiene mucho que ver en la transmisión de estos tópicos. Los dinosaurios son terriblemente populares y aparecen noticias sobre ellos constantemente en la prensa. Los colegas paleontólogos, aquí me acuerdo especialmente de mi tocayo Jorge Morales –especialista en carnívoros del MNCN- , que se dedican a otras especies deben de luchar constantemente con la misma incomprensión que nosotros. Es claro que “Jurasic Park” marcó una época, pero que venía ya de la primera película “The lost world”, donde los saurios y los hombres convivían de manera inexplicable para la ciencia.

El caso de Atapuerca es diferente y mucho más complejo, y no pretendo analizarlo en estas breves líneas. Aquí, los arqueólogos y paleontólogos son los que han liderado en los medios de comunicación su presencia constante y masiva, lo que tampoco ha servido para que la gente común entienda nuestra disciplina. Una y otra vez nuevos y espectaculares hallazgos, hasta el punto de llegar a “saturar” al aficionado y público en general, que piensa “otra más de Atapuerca”. El lector medio no es capaz de entender la importancia de este excepcional yacimiento para la comprensión de la evolución humana, que queda reducido a lo anecdótico –canibalismo, “excalibur”, etc.- Por el contrario, el aficionado culto lo ve con escepticismo debido a la excesiva comercialización y mercantilización del “producto” –cientos de libros con contenidos repetitivos-, tanto “impacto” resulta difícil de creer y digerir. Sin embargo, hemos de reconocer que la labor de divulgación de los resultados ha sido excelente y un modelo que se ha intentado repetir o copiar constantemente en otros sitios, afortunada o desafortunadamente. Es la práctica de una arqueología de impacto, muy propia de las sociedades anglosajonas, y que presenta numerosos problemas, ya que no deja de ser el trasfondo de las ideas neoliberales aplicadas a nuestra disciplina.

Egipto, nuestro tercer tópico, ha despertado la fascinación de los occidentales desde hace miles de años, incluidos griegos y romanos –Alejandro, César, Marco Antonio, etc.-. Baste recordar el impacto en Napoleón Bonaparte o ahora cuando se visita el British Museum, donde es imposible transitar por las salas de Egipto o acercarse a ver la piedra Rosetta, que más parece una estrella de la música, que una inscripción. Sin embargo, he de reconocer que, personalmente, veo a la egiptología actual muy anclada todavía en el estudio del objeto, en una práctica muy decimonónica de nuestra disciplina. Objetual y ligada al estudio de las elites exclusivamente. Además, la propia gestión de las misiones extranjeras por parte del gobierno de Egipto favorece la continuidad de proyectos que trabajan en espacios parcelados y que no desarrollan una Arqueología contemporánea con los enclaves insertos en paisajes más amplios.

Por último, nos queda el tópico del tesoro, que es una constante en la profesión. Todos los días se publican noticias del hallazgo de un importante tesoro gracias al uso del detector de metales, siendo omnipresentes los expolios de los pecios españoles por los cazatesoros norteamericanos, los nuevos piratas del s. XXI, que no buscan información, sino el saqueo de los objetos más valiosos, destruyendo los contextos donde éstos se encuentran. Como arqueólogo dedicado al mundo visigodo, conozco la desgraciada historia de dos de ellos. El de Torredonjimeno en Jaén, desmembrado y prácticamente destruido y, el de Guarrazar, en Toledo. Éste se conserva en su mayoría en el MAN, una pequeña parte en la Armería de Palacio Real y el resto en el Museo de Cluny. Sabemos muy poco de esta ocultación, que se realizó seguramente como consecuencia de la llegada de los musulmanes en el 711. Se eligió la tumba de un presbítero llamado Crispín, pero no sabemos si las coronas procedían de Toledo o de un espacio cercano, como el que esta excavando nuestro colega Juan Manuel Rojas en la actualidad -¿monasterio?-. Todo ello se debe a las circunstancias del hallazgo, ya que se destruyó el contexto que explicaba las circunstancias de la ocultación. En este sentido, el libro de Miguel Delibes de 1985 “El Tesoro”, describe muy bien el ambiente que se genera en una pequeña localidad castellana, Gamones, al descubrirse una importante ocultación de metales preciosos. Espacio ficticio, trasunto del descubrimiento del tesoro de Arrabalde en Zamora, que el escritor conocía muy bien en la persona de su hijo Germán Delibes, arqueólogo dedicado a la prehistoria hispana.

 

Pero volviendo a la pregunta última de mi interlocutor: “¿Has descubierto algún tesoro?”. Si me ciño estrictamente a la pregunta es claro que no, ni siquiera he visto oro en los cientos de excavaciones en las que he participado a lo largo de mi vida profesional. Sin embargo, quizás el mayor tesoro para un arqueólogo es que la práctica de la arqueología de campo te pone en contacto con miles de realidades, del pasado y del presente, lo que te da una sensación de “libertad” constante. En estos últimos años, en los que he trabajado, conjuntamente con un equipo de más de cien colegas, mi mayor “tesoro” ha sido trabajar en el Cigarral de Menores y en la Quinta de Mirabel en Toledo. Sin embargo, es en el primer espacio, donde hemos podido estudiar y descubrir la construcción de una “Arcadia” en dos momentos difíciles de nuestra historia por dos personajes excepcionales de nuestra historia. La génesis de este espacio de “libertad” ha sido excelentemente descrita por Gregorio Marañón Bertrán de Lis en su libro Memorias del Cigarral. 1552-2015. A quien le debemos agradecer el habernos dejado trabajar con total libertad en ese lugar y el haberlo mantenido y conservado para la comprensión y disfrute de las generaciones futuras.

El espacio originario fue obra de Jerónimo de Miranda y Vivero después de convertirse en canónigo de la catedral de Toledo en 1593. Éste personaje procedía de una importante familia vallisoletana, varios de cuyos miembros pertenecían al círculo de erasmistas que fue perseguido por el inquisidor general y arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés, en 1558. Los detenidos que formaba un círculo cerrado de intelectuales –los Rojas, los Enríquez y la propia familia de Jerónimo, los Miranda- fueron condenados a la hoguera, entre ellos cuatro primos, entre los que destaca el doctor Cazalla. Leonor de Vivero, prima hermana, de su madre, que había fallecido, fue desenterrada y sus restos arrojados al fuego. Y la condena más dolorosa sin duda fue la de su prima Maria de Miranda, religiosa del convento de Santa María de Belén, y que también murió en la hoguera. Cuando Jerónimo contaba con nueve años, sufrió la pérdida de su madre, que no fue capaz de soportar la pérdida de su familia y amigos, así como la ignominia a la que fue sometida. Jerónimo se forma como clérigo y persona en Roma, bajo la protección del marqués de Alcañices. Sin embargo, los sucesos vividos por su familia le perseguirán toda su vida, en especial cuando es nombrado canónigo de la catedral de Toledo y su nombramiento es cuestionado por tener familiares condenados por luteranos. Jerónimo llega a Toledo en 1595 y cuenta con un importante patrimonio que le va a permitir construirse un cigarral, que en su caso no es sólo reflejo de su riqueza y gusto italianizante, sino una necesidad de contar con un espacio de liberación de lo vivido en un país y una ciudad asfixiante.

El espacio que sufrió diferentes usos a su muerte, primero como convento de los Clérigos Menores, llegando a un estado de decadencia hasta que finalmente fue adquirido por el Doctor Marañón. Su nieto, en el libro ya mencionado, describe cada una de estas etapas hasta la compra por su abuelo. Gregorio Marañón, también perdió a su madre de niño, como Jerónimo, e igualmente le tocó vivir un país agónico y asfixiante. El doctor Marañón recorrió la ciudad y sus campos en sus excursiones a la ciudad. A los 33 años de edad, en el año 1921, compra el Cigarral de Menores, el espacio generado por Miranda y emprende la reconstrucción de una nueva Arcadia y recupera el significativo nombre de Cigarral de los Dolores. El espacio se convirtió en refugio familiar y el espacio de acogimiento de dos generaciones excepcionales de este país, la del 98 y la del 27. La guerra civil español truncó este sueño y llevó al exilio, en diciembre de 1936, a Marañón y a su familia, que permanecieron en París. Allí hemos podido excavar las primeras trincheras republicanas construidas después de septiembre de 1936 y las posiciones nacionales de finales del 36 y 37. Tanta irracionalidad en un espacio que se generó desde la comprensión y el respeto a lo diferente.

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El cigarral de Jerónimo de Miranda, el espacio recuperado por Marañón, fue azotado por la misma guadaña de odio y miserias que segó el país durante cuatro largos y horribles años. El espacio como hemos comentado fue campo de batalla, saqueado y destruido físicamente, ya que las ideas que se gestaron entre sus piedras no iba a poder ser destruido y forma parte de la historia más interesante de nuestro país. En el año 1942 Marañón fue autorizado a regresar e, inmediatamente, comenzó la reconstrucción física del espacio y continuó con la génesis intelectual de su Arcadia. Así, el cigarral que fundase Jerónimo de Miranda se convirtió en un refugio de vida en la España gris de la posguerra. Cita su nieto el prólogo de la segunda edición del Elogio y Nostalgia de Toledo:

“Y sin embargo todo volvió a empezar. Lo que creíamos que no volvería más, vuelve, y es fuente, como antes, de las mismas emociones.”

Como arqueólogo el haber podido trabajar en la comprensión de este espacio singular no tiene precio y sin duda no lo cambiaría jamás por el hallazgo de ningún tesoro físico. El haber trabajado con la cultura material generada por Jerónimo de Miranda y Gregorio Marañón, me ha permitido entender dos épocas separadas en el tiempo, pero a la vez próximas entre sí, en un fenómeno que nos recuerda a la España que vivimos, también asfixiante, y que manda al exilio forzado a sus mejores exponentes y los que no pueden marchar viven la dureza del exilio interior con la esperanza de construir su propia Arcadia, su propio cigarral.

 Y aquí mis propios colegas me dirán, que “eso no es Arqueología”…una disciplina incomprendida, incluso hasta para nosotros mismos.

Jorge Morín de PablosDoctor Arqueólogo

 

1a. Cartel de la Exposición sobre Dinosaurios celebrada en el Museo Nacional de Ciencias Naturales; b. Cartel de Jurasic Park; c. Cartel “The lost world”.

2. Atapuerca, Burgos.

3a. Esfinge de Gizeh. Grabado francés s. XIX; b. British Museum. Vitrina piedra Rosetta.

4a. Barco perteneciente a la empresa norteamericana Odyssey; b. Tesoro de Guarrazar. Dibujos de Amador de los Ríos; c. El Tesoro. Miguel Delibes; d. Tesoro de Arrabalde, Zamora.

5. Memorias de un Cigarral. Gregorio Marañón Bertrán de Lis.

6a. Vista actual del Cigarral construido por Jerónimo de Miranda; b. Cigarral de los Dolores del Doctor Marañón antes del la guerra civil; c. Cigarral del Doctor Marañón en los años de la guerra civil.

7. Toledo desde el Cigarral de los Dolores.

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  • Me ha gustado este post, yo soy estudiante de historia y durante la carrera me he dado cuenta de que la arqueología es lo que en realidad me gustaría hacer, menos mal que mi facultad cuenta con un departamento de arqueología, curiosamente dedicado a la arqueología medieval. Cuando las personas me preguntan que a lo que me quiero dedicar normalmente me suele soltar la típica de que si hago lo mismo que Indiana Jones o como Lara Croft. Personalmente, aunque todavía he estado en muy pocas excavaciones, muy caras la mayoría, por lo menos una de ellas la pagaba la universidad y apenas pagué. A lo que iba, para mí la arqueología es una disciplina muy poco valorada y muy estereotipada gracias al mundo del cine y el de los videojuegos, pero lo que yo más valoro de la arqueología, a parte de la cerveza de después, es la convivencia que hay, el compañerismo que se da dentro de la excavación, las anécdotas que hay y los amigos que haces y luego también, por lo menos para mí la conexión que hay cuando estás escavando, la sensación de que personas como tú o como yo vivieron ahí hace unos cuantos siglos y mientras tanto pensando como serían esos individuos y como sería su vida. Espero hacer realidad mi sueño dedicarme profesionalmente a esto, aunque gane una mierda, pero es algo que me llena.
    Otra cosa que me gustaría sería que este país de mierda dedicara más a esta olvidada profesión ya que a través de la arqueología, a parte de encontrar restos bonitos, los cuales la inmensa minoría se exponen en museos y el resto solo llena almacenes, nos permite conocer la historia de nuestros antepasados en donde se expone otra perspectiva diferente a los libros, además que permite conocer a las personas que a ojos de los libros pasan desapercibidos pero que fueron indispensables para que los que salen se alzasen y puedieran salir en las fuentes escritas.

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