En las trincheras, en los campamentos, en los hospitales de la Segunda Guerra Mundial los soldados norteamericanos, que leen, leen la misma novela. Ni las explosiones ni el sonido de las ametralladoras les distrae de una historia sobre la fuerza del individuo y las resistencias a la masificación. Sobre una historia de amor de vericuetos insospechados, subordinada al desarrollo individual y al triunfo profesional. Los discursos, en ocasiones, resultan excesivamente retóricos. Los diálogos duros, donde los personajes inteligentes se hablan de manera brutal y los menos inteligentes apenas entienden nada. La novela urde una trama amorosa, compleja y, en ocasiones, masoquista, con el fondo de Nueva York en construcción y con unos periódicos que se dividen entre los que ofrecen espectáculo a cualquier precio y los que eligen la ética y el rigor de la información, aún a riesgo de su supervivencia.
En el salón de una casa, norteamericana o europea, un hombre o una mujer, por separado o juntos, ven una película en blanco y negro, del año 49, con secuencias y la intensidad de las películas clásicas. El director, King Vidor. La música, para completar el perfil de cine negro, de Max Steiner. Los protagonistas, Gary Cooper y Patricia Neal. Estilizados, soberbios, inmersos en un universo de pasiones en el mundo de la arquitectura, el periodismo y la construcción en pleno boom urbanístico de Nueva York. Una historia de amor entre una pareja de egos poderosos en un ambiente de corrupciones como las actuales.
En la España de la posguerra, entre los años sesenta e inicios de los setenta, los jóvenes que leían, leían, como dramones románticos, las pasiones desatadas y tortuosas que narraban las novelas de Pearl S. Buck, Maxence Van der Meersch, Lajos Zilahy, Vicki Baum, Knut Hamsum y, por supuesto, Ayn Rand.
Los soldados norteamericanos, el hombre o la mujer del salón, o los jóvenes españoles leían una novela titulada “El Manantial”, (The Fountainhead), igual al título de la película con guión de la propia novelista. Ayn Rand, llamada Alisa Zinovievna Rosembaum, rusa de origen judío, había emigrado a Norteamérica, huyendo de la Revolución de Octubre. Se dedicó a la literatura y la filosofía. Sus obras más conocidas: “Los que vivimos”, “El Manantial” y “La rebelión de Atlas”. Se ha definido a Ayn Rand como la creadora del sistema filosófico llamado “Objetivismo”. En realidad, una especie de anarcoliberalismo o individualismo sin normas que resucita entre profesionales y sectores diversos con Donald Trump en la Casa Blanca.
La novela “El Manantial”, como la película, plantean las contradicciones entre dos modos de entender la arquitectura en un país que está configurando la capital del imperio. Una arquitectura de alturas inusitadas, (esculturas, las llamaría Duchamp) dibujan los perfiles de las ciudades modernas. El periodismo, en un debate aún sin resolver, se mueve entre la información y el espectáculo, entre lo morboso o los principios éticos en el tratamiento de la noticia.
Que Ayn Rand elija ambos temas para situar su historia de amor no es casual. La novela coloca a los personajes en los momentos más brillantes y densos de la construcción y del periodismo. Los arquitectos levantan edificios, viviendas comunitarias o familiares. El periodismo construye ciudadanos, crea opiniones individuales, condiciona los estados sociales. En ambas profesiones, según la tesis de la novela, el “ego”, en bastantes casos “súper-egos”, impulsan el desarrollo de las sociedades. El modelo de arquitecto, un trasunto de Frank Lloyd Wright, se contrapone o los modelos de construcción basados en el clasicismo académico dominante en la naciente Nueva York.
- “La arquitectura, amigos míos, es un arte importante basado en dos principios cósmicos: belleza y utilidad. En un sentido más amplio, ellas forman parte de tres entidades eternas: Verdad, Amor, Belleza. Verdad, para las tradiciones de nuestro arte; Amor a nuestros semejantes, a quienes servimos; Belleza, ¡ah! la belleza es la diosa dominadora de todos los artistas, sea bajo la forma de mujer hermosa o de edificio…Ejem….Sí… En conclusión, os diré a vosotros, que estáis a punto de embarcaros en la carrera de la arquitectura, sois los guardianes de una herencia sagrada….. Servidla lealmente, no como esclavos del pasado, ni tampoco como esos advenedizos que predican la originalidad como único objetivo y cuya actitud es solo ignorante vanidad”
Este es el discurso que, el famoso arquitecto y empresario de la construcción Guy Francon, miembro de la Academia Norteamericana de Artes y Letras, miembro de la Comisión Nacional de Bellas Artes, secretario de la Liga de Artes y Oficios de Nueva York, Presidente de la Sociedad de Cultura Arquitectónica de Estado Unidos, caballero de la Legión de Honor, condecorado por los Gobiernos de Gran Bretaña, Bélgica, Mónaco y Siam, diseñador del edificio “Banco Nacional Frink” de la ciudad de Nueva York, dirige a los alumnos que se gradúan en la carrera de arquitectura.
Howard Roak es el arquitecto innovador e individualista, que mantiene sus posiciones enfrentadas las enseñanzas tradicionales de la Universidad. Será expulsado de la misma por la defensa a ultranza de su visión de la arquitectura. Mis reglas son estas, réplica al decano que intenta convencerle de que todo lo hermoso que hay en la arquitectura ha sido ya hecho:
- “lo que se puede hacer con un material no debe hacerse jamás con otro. No hay dos materiales que sean iguales. No hay dos lugares en la tierra que sean iguales. No hay dos edificios que tengan el mismo fin. El fin, el lugar, el material determinan la forma. Nada es racional ni hermoso sí no está hecho de acuerdo con una idea central, y la idea establece todos los detalles. Un edificio es algo vivo, como un hombre. Su integridad consiste en seguir su propia verdad, su único tema, y servir a su propio y único fin. Un hombre no pide trozos prestados para su cuerpo. Un edificio no pide prestados pedazos para su alma. Su constructor le da un alma, que cada pared, cada ventana, cada escalera expresan.”
Y en otro momento, en la misma conversación, sostiene:
- “Sus griegos, cuando emplearon el mármol, copiaron sus construcciones de madera, sin razón, porque otros las había hecho así. Después sus maestros del Renacimiento hicieron copias en yeso de copias de mármol de copias de Ahora estamos aquí nosotros haciendo copias de acero y hormigón de copias de yeso de copias de mármol de copias de madera. ¿Por qué?”
Gail Wynand es el propietario del “Banner”, el periódico de mayor tirada e influencia de los Estados Unidos. El personaje encarna el sueño americano. Nacido en “Hell`s Kitchen”, “la cocina del infierno”, ha crecido en las calles, aprendido a leer y escribir en el arroyo, y no desiste hasta conseguir trabajar en un periódico local de tirada media. Una vez dentro, obtendrá el control del periodo sobre cuyos restos fundará el “New York Banner”. En poco tiempo organizará un imperio. “Las empresas Wynand consistían en veintidós diarios, siete revistas, tres agencias de noticias, dos noticiarios cinematográficos. Wynand poseía el setenta y cinco por ciento de las acciones” Su visión inicial del periodismo es clara: “Cuando no hay noticias, hay que fabricarlas”. Y en una discusión con periódicos de la competencia, que se quejan por las prácticas del Banner, responde “No es misión mía ayudar a la gente a conservar una dignidad que no tienen. Ustedes les dan lo que la gente dice, en público, qué le gusta. Yo le doy lo que le gusta realmente”.
El Banner servirá de justificación para que la gente manifieste los gustos de los cuales debieran avergonzarse. Para conseguir el éxito, el periódico se consagra a la credulidad, nunca a lectores de capacidad crítica. “Sus enormes títulos, las fotografías, su texto extrasimplificado impresionaban los sentidos y penetraban en la conciencia del hombre sin necesidad de un proceso intermedio de razonamiento”. Él mismo dirá: “El Banner es un diario despreciable, ¿no? Bueno, he pagado con mi honra el privilegio de tener una posición desde donde me pueda divertir observando como actúa el honor en las otras personas” Con el poder obtenido en los medios de comunicación ampliará su actividad a la construcción. Un clásico. Así conocerá al arquitecto Howard Roak y a su amante Dominique Francon.
Entre Gail Wynand y Howard Roark, se creará una amistad enfrentada pero solidaria. De hecho, Wynand se casará con el amor y la amante del arquitecto. Cuando Howard decida dinamitar un edificio que él mismo ha diseñado para que lo firme un antiguo compañero, pero con la condición de que no se toque el proyecto, le ayudará la esposa de Wynand y este cambiará su trayectoria de comunicación. Defenderá al arquitecto contra una opinión pública manipulada que pide “linchar” al arquitecto por haber acabado con su propia obra. Por situarse contra esa mayoría, el “Banner” perderá lectores y terminará cerrando. Howard Roark será sometido a juicio y en el alegato final, ante un jurado popular, condensará su filosofía, de la que, como final del texto, se reproducen algunos párrafos:
- Hace miles de años el hombre descubrió la forma de encender el fuego. Probablemente se quemó al exponerse a enseñar a sus hermanos la manera de hacerlo. Se le consideró una persona perversa que había tenido tratos con el demonio para aterrorizar a la humanidad. Pero desde entonces, los hombres han encendido el fuego para calentarse, para cocer sus alimentos, para iluminar sus cuevas. Les había dejado un don que ellos no habían concebido y había alejado la oscuridad de la tierra…
- Ningún creador ha sido impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, porque sus hermanos rechazaban el don que les ofrecía y ese don destruía la rutina perezosa de sus vidas. Su verdad fue el único móvil. Su propia verdad y su propio trabajo para realizarlo a su propio modo. Una sinfonía, un libro, una maquina, una filosofía, un aeroplano o un edificio, eso era para él su meta y su vida…..
- El creador no sirve a nada ni a nadie. Vive para sí mismo. Y solamente viviendo para sí mismo ha sido capaz de realizar cosas que son la gloria del género humano…..
- Pero la mente es un atributo del individuo. No hay una cosa tal como un cerebro colectivo……Todas las funciones del cuerpo y del espíritu son privativas. No pueden ser compartidas ni transferidas….Ningún hombre puede darle a otro su capacidad de pensar……
- El altruismo es la doctrina que exige que el hombre viva para los demás y coloque a los otros sobre sí mismo. Ningún hombre puede vivir para los otros. No puede compartir su espíritu como no puede compartir su cuerpo. Pero el que necesita de otro se vale del altruismo como una arma de explotación e invierte la base de los principios morales del género humano…..
- Se nos ha enseñado a admirar al imitador, que otorga dones que él no ha producido… A los hombres se les ha enseñado que su primera preocupación debe consistir en aliviar el sufrimiento de los demás. Pero el sufrimiento es una enfermedad….Un creador no tiene interés en la enfermedad, sino en la vida…A los hombres se les ha enseñado que estar de acuerdo con los otros es una virtud. Más el creador es un hombre que disiente…A los hombres se les ha enseñado que nadar con la corriente es una virtud. Pero el creador es un hombre que nada contra la corriente……
- A los hombres se le ha enseñado que el ego es el sinónimo del mal y el altruismo es el ideal de la virtud…..Todo lo que procede del ego independiente es bueno. Todo lo que procede de la dependencia de unos con respecto a los otros, es malo….. Es el egoísta, en sentido absoluto, el hombre que se sacrifica por los demás……
- El bien común de lo colectivo, raza, clase, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre la tierra…
- La civilización consiste en un proceso que permite que el hombre esté libre de los hombres. Ahora, en nuestra época el colectivismo, la norma del hombre subordinado y del hombre de segunda clase ha libertado el antiguo monstruo y ataca a diestro y siniestro….Ha alcanzado una proporción de horror sin precedentes. Ha envenenado a todos los espíritus….
- No reconozco obligaciones hacia los hombres, excepto una: respetar su libertad y no formar parte de una sociedad esclava.
La novela se publicó en 1943.
Jesús Fuentes Lázaro