Arquitectos del siglo XVI
Durante la Edad Media española, igual que ocurre en el resto de Europa, la arquitectura no existió como profesión. El desarrollo de los maestros de diferentes oficios y la fuerte organización gremial hacen que desaparezca el trabajo específico del arquitecto. Las grandes obras y la responsabilidad de diseñar el edificio recaen en el maestro de cantería que dirigía el equipo de obreros encargados de levantar la fábrica.
Pero cuando los trabajos tenían una larga duración y eran de especial importancia y exigían también saberes matemáticos algunos de los miembros de los gremios alcanzan una especial importancia. Juan de Candamo de las Tablas, maestro mayor de la catedral de Oviedo se representa en el sepulcro que labra para él y su mujer vestido de gala y con una regla y un compás en la mano, símbolos de su profesión. Juan Guas que trabajó en la Puerta de los Leones de la catedral de Toledo y asume la gran obra del convento de San Juan de los Reyes, en su sepulcro se denomina “maestro mayor de la Santa Iglesia de Toledo y maestro minor de las obras del Rey D. Fernando e de la Reina Doña Isabel”.
En el Renacimiento español apareció el profesional que llamamos arquitecto, el tracista que diseñaba el edificio y en muchos casos se limitaba a proporcionar la planimetría previa al comienzo de la obra o llegaba a encargarse de la dirección de una fábrica en su ejecución material.
El título de arquitecto.
El término castellano aparece en España en 1526 de la mano de Diego Sagredo que lo define como el “principal fabricador”, el “ordenador del edificio” y se diferenciaba claramente de los canteros que “laboraban con ingenio y con las manos”.
Pero esta denominación se utiliza de forma muy reducida. Pedro Gumiel inscribe en la capilla de la universidad de Alcalá: “Petris. Gommelius. Cumplutensis. Academiae. Architectos. CVard. Hisp. Fundatoris. Permisv. Sibi. Et Suis. V.F.” Y de hecho hasta la década de 1560 los arquitectos eran todavía maestros, canteros. Sin embargo, cuando en 1536, Diego de Siloé contrata obras en Úbeda distingue entre “maestro arquyteto” y “maestro o maestros que de la obra tuvieren cargo”. En cuanto a sus funciones se distingue entre el maestro de la obra para el que la contrata y dirige y maestro arquyteto para el tracista desvinculado de la ejecución y dirección material de la fábrica.
Sin embargo, no será hasta 1561 cuando Juan Bautista de Toledo aparece nombrado por Felipe II “nuestro arquitecto y que, como tal, nos hayais de servir… en hacer las traças y modelos que os mandaremos”. Juan de Herrera su sucesor en las obras reales aparece en 1567 como arquitecto y en 1577 como “Architecto de Su Magestad” y en 1587 como “Architecto general”.
Conocimiento de arquitectura.
Las pruebas para determinar el conocimiento de arquitecto eran estrictas. Es especialmente interesante el escrito de Lázaro de Velasco de 1577 maestro de la catedral de Granada, aunque por poco tiempo. Cuando habla del concurso entre arquitectos para promover la plaza de maestro mayor de la fábrica dice:
“No está el negocio de la opposición en hacer los designos y muestra con debuxicos muy peleteados plumeados relamidicos con aguadas acabadicas ni en hacer un capitelico con mucha patientia ni en debuxos ni en figuras ni pinturas románicas, sino quién ordena con más fundamento para cantería de piedra y lo traça y da a entender y explica y demuestra con prudente entendimiento, que no nos llaman a pintar sino a abraçar y juntar piedras con mezcla en un sumptuoso, visto y perpetuo ediffiçio”. Aclara que el examen es para el architecto “cabeça de maestros y sobrestante de los que obran y no es oficial este o aquel artífice sino regulador de los artífices, y a de ser exercitado en diversas abilidades y curiosidades tocante a esta facultad y que sobreestando demuestra, designa, distribuye, ordena, encarga, juzga, sentencia, deffines y que tiene voto…”. El examen pedía realizar las trazas de una iglesia catedral con su planta, sección y alzado de fachada y sus medidas, proporciones y definición de los órdenes de cada elemento.
Una actividad diferenciada del artesano o del maestro cantero. Y por ello Jorge Manuel Theotocópuli en la carta que escribe en 1615 al monasterio de Guadalupe dice: “que la arquitectura no consiste sino en saber mandar y ordenar lo que se a de hacer y para ejemplo Juan Gómez de Mora ni es cantero ni ensamblador y haze obras; Juan Bautista de Monegro que haze esta fábrica del Sagrario de la catedral de Toledo i otras no hace más que hordenar lo que an de hazer los oficiales y el retablo de Yepes que hizo él no le bió de sus ojos…”.
Las trazas.
La mayoría de las trazas conservadas son generales como la de Covarrubias para el Alcázar de Madrid (1537) y el Hospital de Tavera de Toledo (1540-1541). En obras importantes junto a los alzados se presentaban modelos que no se han conservado. El alzado empieza a ser ortogonal (en una proyección recta) prescindiéndose de cualquier detalle o zona visto en perspectiva aunque en esta época se siguen dibujando interiores con una mezcla de perspectiva y escenografía.
Las escalas se reducen y se aumenta el tamaño de los diseños con una absoluta concreción de las medidas y creación de un auténtico corpus de dibujos. Hay series conservadas como los de Herrera para el Escorial o la que hace para el ayuntamiento de Toledo con 13 dibujos que incluían plantas, monteas, y secciones generales hasta detalles a escala 1:1 de capiteles, basas y molduras.
Si a maestros llegaban muy pocos canteros pues hacía falta tiempo, dinero, habilidad e inteligencia, a trazar llegaban todavía menos. De hecho ya en esta época Herrera pretendió crear una cátedra de Arquitectura en la Academia de Matemáticas que había fundado en Madrid. Las bibliotecas eran escasas y de hecho muchos de los arquitectos apenas tenían cinco tratados entre sus posesiones.
Los sueldos.
Los arquitectos alcanzan un nivel y un estatus social reconocido en muchos casos. Si un oficial de cantero o albañilería tenía un sueldo anual de 25 a 50 ducados, un maestro cobraba de 50 a 100 como mucho equivalente a un aparejador catedralicio. Pedro Machuca cobraba desde el principio los 100 y Diego de Siloé recibía unos 200 como maestro mayor de la catedral de Granada y otros 200 como mayor del monasterio de san Jerónimo. Juan de Maeda empezó cobrando 100 ducados para llegar en 1576 a los 230. Juan Gil de Hontañón recibía 106 y Ribero de Rada en 1589, 200, Vandelvira cobraba en Jaén 107. Covarrubias entre diferentes maestrías, incluida la real llegaba a cobrar 380 ducados, Hernán González 260 y Vergara el Mozo 240. Los sueldos de los arquitectos reales eran superiores a estos. Herrera llega a cobrar hasta los 1000 ducados. En general ganaba entre cuatro y seis veces más que un oficial y por lo menos el doble que el maestro de obras.
El largo siglo XVI.
Fernando Marías en un excelente recorrido por el siglo XVI, que ahora releo, cuenta estas cosas y analiza este período desde perspectivas sugerentes. Frente a las tradicionales juntas de maestros del tardogótico surge en el XVI el concurso individual. La arquitectura del XVI reconoce la verdadera función del arquitecto como profesional liberal, trazador de múltiples proyectos que trabajaba en un gabinete de diseño, en un estudio, aunque en ocasiones unido a la dirección efectiva y directa de una fábrica concreta de la que se seguía llamando maestro mayor pero ya era su arquitecto.
Quinientos años después deberíamos reflexionar sobre cuál es nuestro papel en esta sociedad con sus economías y sus complejas regulaciones legales y administrativas.
Diego Peris, doctor arquitecto.
El autor preside actualmente la Fundación Miguel Fisac