SESIÓN CONTINUA
Reconocido por los jóvenes arquitectos norteamericanos como el primero de ellos. Louis Sullivan muere en 1924, pobre, pero…
Diez años tarda Chicago en reconstruirse tras el monumental incendio que le asoló en 1871. Un grupo de “hombres de negocios” reúne tres millones de dólares y deciden construir un edificio monumental, que hacía falta en la ciudad. Argumentan que lo que funciona en realidad es el tándem negocio-cultura.
Entienden que para el negocio un hotel de lujo y un edificio de oficinas cubrirá la pérdida económica de una sala de conciertos, templo de la cultura y por tanto deficitaria. De esta manera los inversores se enriquecerán. Para el mundo la cultura es democrática, a todos accesible y por tanto ruinoso desde el punto de vista económico.
El edificio se lo encargan a un ingeniero de prestigio llamado Dankmar Adler con el que trabaja un joven arquitecto, Louis Sullivan (1856-1924). El edificio se terminará en 1889.
No es sólo una cuestión de cantidad, aunque la capacidad del auditórium dobla la Ópera de Paris con 4205 asientos, es más bien asunto de la concepción de la sala. Plantea una idea completamente nueva: no hay prácticamente asientos laterales; todos los espectadores están de frente al escenario pretendiendo romper el pasado corrupto de la vieja Europa. Los promotores exigen 40 palcos, y esa será la única concesión que hacen los proyectistas. El escenario es pequeño, al igual que los camerinos y las bambalinas.
El túnel acústico que precede al escenario se convierte en túnel de luz artificial, focaliza al escenario: “la función funde la forma y ésta construye el espacio”.
Hoy nos fijamos en el edificio proyectado y construido por Adler y Sullivan. Visitamos el Auditorium de Chicago en otro capítulo de la serie “Arquitecturas” del año 2003, un film de Stan Neumann de 25:38 minutos de duración y subido por Gonzalo Ignacio N.R. que nos invitará después de ver el documental a reflexionar sobre si la cultura debe formar parte del negocio o no.