Un Libro sobre la Leyenda del Alcázar [Jesús Fuentes Lázaro]

rehenes del alcázar hombredepalo

 

Se ha reeditado un libro que se publicó en 1967 en Ruedo Ibérico. Entonces pasó desapercibido, ahora posiblemente también. Nada hay más terco que la resistencia a la verdad o la obcecación ante la realidad. El titulo: “Rehenes del Alcázar”. El autor: un protagonista de aquellos días de irrealidades y fantasmagorías. El fenómeno en su globalidad (la guerra civil) fue una manifestación del más atávico surrealismo hispano. Su nombre: Luis Quintanilla, socialista, amigo de Largo Caballero, Araquistaín, Zugazagoitia, etc. Como otros muchos españoles quiso ser pintor. Y como otros muchos españoles  creyó que en Paris encontraría la fama y la inspiración. Para una comprensión visual no muy exigente   de la época, vean la película de Woody Allen “Midnight in Paris”.  Quién aspiraba a ser alguien en el mundo de la pintura, de la literatura, de la música, de la escultura, de la danza si no había pasado por París nunca llegaría a nada. Que se lo pregunten a Hemingway y la Generación Perdida.

Luis Quintanilla sí llegó a ser pintor, secundariamente famoso, aún dando muchos tumbos. Aunque, para lo que interesa aquí, también escribió. Es el libro que se reseña. Cuenta, desde su visión de testigo directo, los acontecimientos de aquellos meses en los que el Alcázar de Toledo se convirtió para unos en antecedente del fracaso y para otros en símbolo del triunfo,  ingredientes necesarios con los que formar una leyenda. La leyenda del Alcázar, como toda leyenda contiene algunos atisbos realidad, pero escasa relación con la verdad y del rigor histórico. La leyenda se construyó para que los vencedores la usaran como instrumento de propaganda antes las potencias internacionales. La casualidad quiso que la esposa del general Moscardó se llamara María de Guzmán. Con lo que la copia de otra leyenda medieval, la de Guzmán, el bueno, estaba apuntada. Himmler, en su visita a un Alcázar destruido, puso el broche final. El libro de Quintanilla, desde la honestidad de alguien que no se considera historiador, pretende  desmontar la leyenda. Y lo hace sobre estos tres ejes: una parte de los allí encerrados fueron rehenes, más de 500 personas; ninguna gestión del Gobierno de la República fue capaz de que esos rehenes, niños y mujeres sobre todo, fueran liberados; nadie amenazó a Moscardó con la muerte de su hijo Luis, si no rendía el Alcázar.

El narrador de aquellos días que se transformarían en heroicos fue uno más  de la legión de exiliados que se ilusionaron con la idea de que las democracias occidentales, tras la Guerra Europea, no tolerarían la existencia de una dictadura. Según fueron trascurriendo los años sufrieron las consecuencias del derrumbamiento de su ilusión. La nostalgia se apoderó de ellos y de sus familias y se fue imponiendo, por encima de cualquier otro valor, la idea de volver a España. La decepción sería total. Los que volvieron comprobaron que habían llegado a un país extraño, a un país que les ignoraba, como ha contado Max Aub. Eran extranjeros de su antigua patria. Nadie les reconocía, nadie  valoraba sus años de sufrimientos, las penalidades, las miserias del exilio, los muertos, sus sueños frustrados, sus nostalgias pasadas, sus ideales apasionados. La España que descubrían andaba inmersa en otros proyectos. Quería superar las ruinas de una historia turbulenta.

personajes y dibujos guerra civil L Quintanilla hombredepalo

El episodio del Alcázar fue un fenómeno al margen de la guerra. El Alcázar no era ni punto estratégico ni contaba en el total de la contienda. El Frente Popular no se lo tomó en serio y los golpistas tampoco. Hasta que estos últimos descubrieron el potencial propagandístico de aquel encierro de locos y aquel acoso de otros igual de locos. Luis Quintanilla, responsable civil de las operaciones, relata el descontrol de los sitiadores, la resistencia inhumana a liberar a los rehenes de los encerrados y la especial fortaleza de un edificio que se negaba a desaparecer. Cumplía con su obligación de alcázar.

Se intentaron, por parte del Gobierno del Frente Popular, varias intentonas para evitar lo que creían terminaría en masacre. Desde la intervención militar, pasando por la del embajador de Chile hasta la entrada pactada del canónigo de Madrid, padre Camarasa. Los hechos protagonizados por este último son especialmente dramáticos. El padre Camarasa entró en pleno sitio –suspendido por varias horas – en el edificio casi derruido para confesar a los que quisieran, celebrar misa e insistir en la salida de las mujeres y los niños. Su esfuerzo también resulto estéril. Al salir del Alcázar, de acuerdo con lo convenido, según cuenta Luis Quintanilla, lo hizo en estado catatónico. Pálido, como si hubiera vivido una experiencia de terror descrito por Allan Poe, solo acertó a decir, tras mucha insistencia: “dantesco…dantesco”. A los pocos días de aquel acontecimiento tan traumático el padre Camarasa, a petición propia, consiguió un salvoconducto del Frente Popular para marchar a Francia o Bélgica.  

Por último, el episodio de la muerte del hijo del general Moscardó gira en torno a la inexistente conversación telefónica en la que se dice que fue con la muerte de su hijo si  no se entregaba el Alcázar. El teléfono y la luz estaban cortados desde la fecha anterior – se ofrecieron distintas fechas –  en la que se sitúa la conversación. Posiblemente Moscardó, hijo, murió en algunos enfrentamientos de la larga guerra u, otra hipótesis, en el Cuartel de la Montaña. En una guerra en la que “solo las estrellas eran neutrales” lo normal es que se empleara toda clase de propaganda para conseguir el apoyo de la opinión pública de Italia y Alemania y favorecer los movimientos de deserción. La reproducción de la leyenda medieval de Guzmán, el bueno, presentaba la imagen de la crueldad del Frente Popular.

El libro de Luis Quintanilla, lo enuncia él, es un libro de memorias. Por lo tanto puede parecer dudoso. Los libros de memorias suelen serlo. Cuentan lo que el autor cree que vivió, tras la criba discriminatoria de la memoria subjetiva. Se asemeja a una “colección” de sucesos y acontecimientos que se sucedieron sin que nadie pareciera tener control sobre ellos. Todo ocurría de manera autónoma.  No obstante  no se puede obviar el rigor de lo que cuenta. Y es que el libro es la crónica estupefacta de un desastre incalculable.

                                               Jesús Fuentes Lázaro

 

Las imágenes corresponden a Los Otros Guernicas*, Soldados, hoy en el Paraninfo de la Universidad de Cantabria tras una novelesca historia (artículo en El País 18/03/2007), junto a la portada del libro.  Inferior. Retratos de personajes de la guerra civil: Largo Caballero, Julián Zugazagoitia; y apuntes de soldados. De la página Luis Quintanilla Arte, en inglés.

* Enlace al trailer del documental “Los otros Guernicas” de Iñaki Pinedo.

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2 Comments

  • JOSE RIVERO SERRANO

    Quintanilla realizó las pinturas que irían al Pabellón de la República de la Exposición Universal de New York de 1939.Participación que acabó truncándonse con el final de la Guerra Civil.En la actualidad y tras un periplo que se relata en el artículo de El País (18.03.2007) se guardan en la Universidad de Cantabria.

  • Adolfo de Mingo

    Con vuestro permiso, añado aquí una de las 115 páginas que Marta García y yo publicamos en el diario ‘La Tribuna’ durante el verano de 2006 con motivo del setenta aniversario de la Guerra Civil. Ésta, concretamente, es de Marta.

    ‘Los pinceles de un santanderino en guerra’

    Luis Quintanilla sirvió a la República y participó en el asedio al Alcázar. Su obra ‘Los rehenes del Alcázar’ suscitó el rechazo de los historiadores conservadores

    «Eché un vistazo al Alcázar con mis prismáticos: su silueta, teñida de rojo, tenía el efecto infernal de una pintura de Jerónimo Bosch. Y en aquella luz gris de los comienzos de la mañana, que se concentraba en los contornos de Toledo, el Alcázar aparecía más bien como una absurda provocación arquitectónica que intentaba romper la armonía de la ciudad (…)». Las impresiones del pintor Luis Quintanilla poco antes de la explosión que acabó con parte del Alcázar encierran la visión de un artista comprometido con la política y con la cultura en unos tiempos desconcertantes, en los que la guerra de trincheras eclipsaba a todos.

    Quintanilla, y el resto de milicianos bajo las órdenes del capitán Carrero, se quedaron quietos, mirando la columna de humo negro que brotaba del Alcázar. Poco después, llegó a Zocodover, donde aguardaban los hombres del teniente coronel Barceló para escalar sus muros y asaltar la fortaleza. Y en todas estas operaciones el pintor santanderino fue un combatiente más. En la guerra no valían los pinceles.

    El compromiso político del artista con la izquierda nace en los círculos intelectuales y políticos en los que se movió desde muy joven. A pesar de que su familia era conservadora, con ciertos lazos aristocráticos, la inquietud del pintor, su ansia por retratar el mundo y sus amistades, Juan Negrín -presidente del gobierno republicano desde 1937- Ernest Hemingway, el pintor Juan Gris, Largo Caballero…- terminaron fraguando su compromiso político junto al Partido Socialista, al que se afilió en 1930.

    Cuando el Ejército y la Guardia Civil se sublevaron, Quintanilla recibió el encargo de custodiar el Cuartel de la Montaña después de que guardias, militares y civiles asaltaran las dependencias y sofocaran el alzamiento. Sin embargo, Largo Caballero, que ocupó la presidencia de la República a principios de septiembre, le ordenó que se trasladase a Toledo, donde el Alcázar resistía y estaba dando lugar a ciertas críticas. Le envió como delegado del Ministerio de Guerra durante el mes de mayor virulencia en la capital.

    El papel de Quintanilla ese verano fue muy destacado. Además de formar parte del asalto al Alcázar el 18 de septiembre, el pintor recibió el encargo de buscar a un sacerdote para los auxilios espirituales, según apunta Isabelo Herreros en ‘Mitología de la Cruzada de Franco. El Alcázar de Toledo’, tras la conversación que mantuvieron el teniente coronel Moscardó, encerrado en el Alcázar, y el comandante Vicente Rojo, quien intentó forzar su rendición. El pintor intentó entonces convencer a un canónigo de Toledo para que oficiase una misa, pero su negativa le llevó hasta el sacerdote Enrique Vázquez Camarasa, que residía en Madrid. El 10 de septiembre llegaron juntos al Alcázar.

    LA OBRA. Quintanilla publicó ‘Los rehenes del Alcázar’ en 1967, donde relató los acontecimientos de la capital durante ese verano, incluyendo una entrevista con el General Riquelme en 1964 en la que se niega la existencia de la famosa conversación telefónica entre Moscardó y su hijo y aludía a la polémica matanza de rehenes en el Alcázar, cuestión que ha generado una intensa pugna entre autores conservadores y progresistas. Mientras los primeros niegan la existencia de esta represión y tildan de invenciones las tesis del pintor, los segundos cuentan que se utilizaron muchos de ellos para tapar los agujeros que dejaron las minas en la fortaleza.

    La vida del artista santanderino hasta el exilio fue bastante intensa. Su firme apoyo a la Revolución de Octubre contra la República, le costó el encierro en prisión. Le arrestaron el 5 de octubre de 1934 en su estudio por proteger a miembros del comité revolucionario. Esta condena movió a muchos intelectuales de la época. Hemingway, Dos Passos y Malraux defendieron al pintor, pero estas muestras no consiguieron su libertad.

    Quintanilla mató el aburrimiento carcelario con sus dibujos durante los ocho meses, cuatro días y tres horas que permaneció entre rejas. Cuidó su trayectoria artística durante la Guerra Civil. El artista no paró de dibujar estampas de los frentes, de los ataques en Madrid, los muertos, el sufrimiento de mujeres y niños y cualquier imagen que despertase su interés en aquellos años. Es curioso que en 1937, en plena contienda, el Hotel Ritz de Barcelona expusiese 140 dibujos suyos. Año en el que su amigo Juan Negrín, que ocupaba la presidencia del Gobierno republicano, le apartó del frente por una razón de peso: «La República tiene muchos buenos generales, pero solamente un gran artista».

    Meses más tarde, animado por sus amistades, viajó a Nueva York para mostrar su trayectoria en el Museo de Arte Moderno. El pintor declaró que había dado lo mejor de sí mismo en esta serie de dibujos, «un reportaje pictórico y objetivo de la guerra, sin sentimentalismos, pero sin minimizar las fatalidades».

    SU TRAYECTORIA. Quintanilla se inspiró en los grandes. Aprendió del cubismo de Juan Gris en París. Se instaló en la ciudad en 1912, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial le devolvió a España hasta 1920, cuando regresó a la capital parisina para continuar con su trayectoria. En esta década se decantó por un estilo menos académico y abandona el cubismo. Bebió de las vanguardias y las aplicó con un pincel muy personal que no siempre se entendió. Se exilió a Nueva York en 1939 y pasó sus últimos años fuera de España en París, pero con la muerte de Franco regresó a su tierra y dejó parte de su arte, «una canción que se siente en el alma», repetía a menudo.

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