El espacio público transformado se ubica en el arrabal del recinto musulmán. La Corredera del Cristo es borde y es calle, un espacio de umbral. Su sección, desvirtuada por las leyes urbanísticas, es asimétrica: a un lado la muralla, cuyas torres albarranas emergen puntualmente del caserío que la oculta; al otro, el pórtico huella de su pasado comercial, que ha sido extirpado para albergar el paso del coche y su estacionamiento. El automóvil cambia las plazas por rotondas y desplaza al ciudadano a exiguas aceras.
La propuesta para la recuperación de la Plaza del Reloj y la corredera del Cristo se construye con los elementos primigenios de la arquitectura de la ciudad.
El espacio público como estancia se origina como el soporte de las transacciones y las relaciones entre las personas. Por lo tanto, la plaza es el escenario del intercambio en todos los sentidos. Este salón es constitutivo de la ciudad como elemento fundamental y su vacío alberga la vida de los ciudadanos.
El pórtico, lugar de paso protegido y de umbral, es anticipatorio del espacio privado. El proyecto prolonga el tramo pórtico existente hacia la plaza, recuperando la alineación original de la calle.
El firme constituye el soporte de la plaza y del pórtico. Se construye con bielas de acero de dos tamaños cuyos giros están determinados por la variable anchura de la calle. Entre ellas se disponen prismas de granito embebidos en hormigón negro que en un gradiente de densidades que se intensifica en la proximidad de las fachadas. El nuevo firme organiza el paso de peatones y coches aunando sus velocidades, en una superficie sin limites.
La actuación rescata dos estancias desconfiguradas, la Plaza del Reloj y la Plaza del Mercado y restablece su uso de albergue e intercambio, unidas por una calle-corredor.
Dolores Sánchez Moya, Nieves Cabañas y Carlos Asensio Wandosel, arquitectos