La belleza lírica de un puente de hierro [Jesús Fuentes Lázaro]

¿Se puede escribir literatura sobre la construcción de un puente? ¿Se puede hacer periodismo de calidad con el mismo asunto? Parece que sí, aunque nosotros no lo supiéramos. Hace cincuenta y cuatro años un periodista norteamericano escribió “El Puente”. Una muestra de la buena literatura y del fenómeno conocido como “Nuevo Periodismo”. En el año 2018, la editorial Alfaguara ha traducido el libro y lo ha puesto en el mercado. Desde su publicación en Estados Unidos hasta ahora, que aparece en castellano, han transcurrido muchos años. Todo sucede antes en los Estados Unidos: en lo social, en la economía, en la filosofía, en la literatura. Nosotros, simplemente,  copiamos o reproducimos tiempo después lo que ellos ya experimentaron. El libro no ha perdido actualidad y se lee como una novela de aventuras. Lo escribió “Gay Talese” y fue uno de los miembros más representativo del llamado, por Tom Wolfe, “Nuevo Periodismo”. Integrarían además, ese grupo, Joan Didión. Michael Herr, Jimmy Breslin o el mismísimo Tom Wolfe. Poco más tarde se sumarían los escritores Truman Capote y Norman Mailer. Componían la “banda de los que escribían torcido”.

EL “Nuevo Periodismo” quiso acabar con un periodismo paleontológico y aburrido. Se trataba de contar historias como si fueran novelas o narrar crónicas como si fueran historias. Las noticias, los sucesos tenían diversos protagonistas, distintos niveles, diferentes maneras de afrontarlos. Había que introducir “perspectivas”, planos superpuestos o alterados para descubrir una misma realidad. El Universo se aceleraba. Se producían sucesos y acontecimientos que la prensa había tratado como si fueran materiales inertes: la guerra de Vietnam, la droga y sus consecuencias, la extensión de la pobreza extrema, el sexo como producto de explotación y consumo. El mundo “estaba patas arriba” y había que contarlo también patas arriba. El fenómeno del “Nuevo Periodismo” consiguió su máximo éxito entre 1962 y 1977. En ese periodo se pusieron los cimientos del periodismo actual.

Gaetano Gay Talese nació el 7 de febrero de 1932 en Ocean City, cerca de Atlantic City. Su padre, sastre, amplió el negocio a una tintorería y como escribiría, siendo mayor, “mi padre se pasaba el día siendo un capullo integral, pero luego iba a los restaurantes con sus amigos y era muy feliz”. No se entendieron nunca. Su madre era una matriarca que dirigía una tienda de ropa. De ella, el niño aprendió a escuchar y ponerse  en el lugar de los otros. Nada más. Serían  la base de sus técnicas de narración. Fue mal estudiante, aunque promocionaba al siguiente curso por la presión del padre, que no cobraba la limpieza de las prendas de los profesores. Ninguna Universidad quiso admitirlo. Solo por las recomendaciones de un medico, amigo de la familia, consiguió matricularse en la Universidad de Alabama. Tenía la tez color olivo en unos territorios de pecas en la cara o de negros intensos. Sus particularidades físicas, mas la mala relación con los padres, contribuyó a que se construyera un propio mundo, fundamentado en la extrañeza del entorno.

En la Universidad maduró, leyendo a John O´Hara, Carson McCullers o Irwin Shaw. Su afición al deporte le permitió huir de una infancia triste y de una juventud solitaria. Se graduó en 1953 y empezó a trabajar, por recomendación, en el The New York Times. Sus primeros escritos se centraron en los deportistas y en el Deporte que trata “sobre gentes que pierden, pierden y pierden. Pierden partidos, luego pierden sus trabajos. Puede ser muy interesante.” Con la revista “Esquire” inició la colaboración a partir de 1960. Sus libro más conocidos son “La mujer del Prójimo” sobre el despertar sexual de la América  ruralizada; “Honrarás a tu padre”, inspirada en la vida cotidiana de los mafiosos. La serie de televisión “Los Sopranos” copiaría el modelo. “El reino y el poder”, “Retratos y encuentros” y el penúltimo, traducido en España, que ha resultado un fiasco  “El Hotel del voyeur”.

“El Puente” es el segundo de sus libros. Se cuenta el proceso de construcción del puente Verrazano- Narrows, que conectaría Brooklyn con Estate Island. “Un gran puente – escribió – es una construcción poética, dotado de una belleza y una utilidad perdurables.” Con frecuencia seguía los pasos de los trabajadores que se elevaban sobre la ciudad hasta setenta pisos de altura. Comenzaron las obras del puente en el año 1959 y se abrió al tráfico en 1964. El libro también se publicó en 1964. En él se narran las vidas y andanzas de los trabajadores de los puentes, “los boomers”. Unos tipos que se desplazan de ciudad en ciudad para  construir puentes, “anclando todo menos su vidas”. Son como los descubridores del Oeste, abriendo cada día horizontes. Disponen de su propio “Código”, que todos respetan. “Son grandotes, o por lo menos, siempre son fuertes, y su piel es rojiza de tanto sol y tanto viento”. El trabajo, es una competencia entre egos. Importa conseguir más y mejor. No quieren que sus hijos sean “boomers”, pero consiguen lo contrario. La vida, como ellos la cuentan, se parece a la vida de Ulises o a las hazañas del Capitán América. Desplazarse de un lugar a otro, fanfarroneando en los bares, contando las aventuras que desde esas alturas  se ven distintas a como se producen a ras del suelo, les lleva a imitar a su padres. Manejar el acero, poner remaches, trenzar hilos de hierro hasta conseguir una masa resistente, es un modo de vida. Una fuerza vital que les sitúa por encima de cuanto sucede en la realidad. “Son los últimos héroes americanos que no han acabado hechos unos calzonazos”. Se lo pasaban bien y eran conscientes de ser unos personajes singulares, los últimos de una especie.

Pero no solo cuenta las aventuras personales, los temores que hay que disimular, sus nostalgias, los sueños irreales de otros tiempos y otros trabajos imprecisos. Ellos consideran que es lo mejor y lo único que pueden hacer. También narra las resistencias de los afectados por las obras. Construir puentes gigantescos implica expropiar tierras, arrasar barrios completos,  demoler viviendas, alterar vidas, arruinar negocios. Un caos. Unos siete mil vecinos fueron afectados. Se movilizaron, protestaron, aguantaron. ¿Quién necesita ese puente?, se preguntaban. No consiguieron nada. Se enfrentaban al gran cacique del urbanismo de Nueva York, Robert Moses. Él, como Haussmann en París, diseñó la ciudad actual.

En el “Epilogo”, escrito en el año 2014, cuenta cómo el recuerdo de las  protestas y las vidas truncadas se desvanece. A los nuevos residentes, el puente les parece un monumento al barrio. Son jóvenes,  viven otra época. Las tragedias individuales o colectivas de quienes antes vivieron donde ahora se sitúa el puente carecen de valor. A nadie le interesan. Lean “El Puente, vean la película de Woody Allen, “Manhattan”, y escuchen “Rhapsody in Blue”, de George Gershwin. Sentirán lo más parecido a una sensación de felicidad indescriptible.

                                             Jesús Fuentes Lázaro

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