El super súper
Hoy he ido de compras al súper (que por cierto, nunca fue más “super” que ahora).
Llovía y la fila se formaba en la línea perimetral del parking. El orden social se autogestionó para establecer como límite de seguridad la distancia de un coche; exactamente el espacio que queda entre uno y otro para poder resguardarnos de la lluvia bajo la cubierta metálica.
Y allí, con mi equipo antiviral, compuesto por una mascarilla de tela y unos guantes de fregar, me he colocado, echando mano de toda la paciencia que en esta situación hay que tener, a la espera de ser autorizado a cruzar el cristal de la puerta automática.
Sin otra cosa mejor que hacer, me he dedicado a observar. Unos con mascarilla, otros sin ella, casi todos con guantes, carro en mano dispuestos a cargar con todo el papel higiénico posible.
De pronto me han venido a la cabeza aquellas interminables colas de la Expo de Sevilla y me he puesto a soñar que estaba en el Pabellón de Mercadona, esperando a contemplar las mil y una maravillas de la alimentación. Pero en esta ocasión, todo el mundo callado y en orden.
Y me he dicho, a pesar de todo: ¡Qué bonito es el mundo cuando la gente es civilizada!
He entrado, he comprado y he dado las gracias a los empleados que me han ido atendiendo.
Son los de todos los días pero ahora, en lugar del traje verde los veo a todos con la capa de Superman.
Objetivo del día: cuando pase todo esto, ir a casa del señor Roig, darle las gracias por su gestión de la crisis y pedirle que recompense a los empleados en la medida de sus posibilidades, que son muchas.
Y mañana será otro día.
Quique J. Silva