Mi primera señorita
Que nadie piense nada raro, que algunos tenéis la mente muy sucia.
Para no ser menos que todos esos mensajes que circulan por las redes, yo también os voy a proponer un juego, un ejercicio de la memoria.
Hoy “el aplauso del día” es para todos esos profes que han tenido que adaptarse, a marchas forzadas, a las nuevas tecnologías. Primero el PC, luego las pizarras digitales y el remate de la fiesta el programa “papis” (que te obliga a educar a la vez a padres e hijos).
Y cuando pensabais que ya lo habíais visto todo en la profesión, con el COVID llega “la telenseñanza”; así, sin previo aviso y sin anestesia.
A ellos y a todos los demás, os propongo -como entretenimiento- echar la vista atrás y recordar aquella primera señorita con la que tuvimos nuestra primera relación (educativa). Habrá “primeros señoritos”, también valen.
Dª Alicia fue la mía. Ya lo he contado en este blog. La clase tenía el suelo de madera y unas blancas paredes pintadas con dibujos de la creación. Ventanales muy grandes que daban a “la Granja” y mesas pintadas con Titanlux brillante, de color rojo o azul –no lo recuerdo con precisión-. Mi cole estaba en la planta baja del Palacio de la Diputación.
Allí escribí las primeras letras con el sistema de puntos. Cada vez que nos equivocábamos, doña Alicia venía con su inmenso borrador (similar a una pastilla de jabón Lagarto) y solo “la seño” tenía permiso para frotar, con delicadeza, sobre el frágil papel, para no rasgarlo.
La última vez que la vi, convertida en abuela, seguía manteniendo aquella elegante figura de los grandes maestros de la época. La saludé para darle las gracias. Era mi primera inolvidable señorita.
Ánimo “profes del siglo XXI”, algún día, alguien, también os dará las gracias.
Objetivo del día: Comprar un borrador de esos grandes (si aún se fabrican)
Y mañana será otro día.
Quique J. Silva