Enclaustrados
La desesperación por el confinamiento está empezando a hacer mella en mi reducido entorno familiar.
Hartos de leer, escribir, escuchar música; de mirar el móvil, la tablet y la tele, por fin me he decidido a pedir “consejo profesional” y he utilizado el comodín de la llamada.
- Buenos días, llamo de la clausura de Visatahermosa y me gustaría hablar con la Madre Superiora.
- Un momento, que se pone.
Espero, con el auricular pegado a la oreja; escucho unos pasos, fuertes y decididos, y el eco inconfundible de la gran galería del claustro superior.
- ¿Hola?
- Madre, soy Quique. ¿Me recuerda? Suelo ir en navidades con mis amigos al convento, a cantar villancicos y a compartir con las monjas la alegría de esas fiestas.
- Sí claro, Quique. ¿Qué podemos hacer por ti?
- Pues mire, Madre, quiero consejo. Ya sabe que ahora vivimos todos en clausura y si hay especialistas en ese tema, sin duda, son ustedes.
- ¡Tú siempre con tus cosas!
- Por si preguntas en serio, te daré la receta: Un poquito de paciencia, una pizca de inteligencia, cuarto y mitad de humildad y un chorrrito, o dos, de respeto.
- Gracias Madre, me ha sido de gran ayuda. ¿Puedo pasar la receta a mis amigos?
- Sí claro. ¡Que Dios te bendiga!
Siempre lo he dicho, lo mejor es ir a la fuente. Y por eso lo comparto.
Objetivo del día: Solo hacer caso a los que saben.
Y mañana será otro día
Quique J. Silva
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