De lo más tonto
Como ayer no había casi nada, he vuelto al super súper. ¡A ver si soy capaz de hacer una compra para dos semanas!
Parece que las aguas se van calmando. Las colas ahora son más cortas (perdón, las filas; supongo que las colas seguirán siendo las mismas).
El paisaje interior de las estanterías vuelve a poblarse de lindos colores: naranja (de las naranjas), verde (de las lechugas, judías, brócoli…) otra vez naranja (de las mandarinas), sin olvidarnos del amarillo (de los plátanos)
“Una sinfonía de colores armonizados por la luz que reflejan” -que diría el poeta y que con tanto acierto reflejó Walt Disney en su película Fantasía-.
Como indica la normativa, he esperado en la fila para entrar. Al llegar al hall (o vestíbulo) una amable señora (o señorita) con aspecto inconfundible de vigilanta, me ha invitado a cumplir el protocolo mostrándome el líquido desinfectante y el rollo de papel.
• Por favor, limpie usted el carro antes de entrar. Gracias.
Yo, que soy muy de obedecer –sobre todo a las mujeres en esto de la limpieza-, me he liado pim-pam-pum; por arriba, por abajo, el manillar, el asiento para el niño, la bandeja para la caja de leche…. y cuando ya me disponía con la parte de las ruedas, ha venido y con la autoridad que le da una chapa con una V grande, me ha dicho:
• Oiga, pase usted, ¡que parece tonto!
He pasado, claro, con mucho cuidado para no contagiarme por no haberme dado tiempo para desinfectar las ruedas.
Y según compraba, pensaba: ¿A ver si voy a ser tonto?
Objetivo del día: Más escuchar y menor oír.
Y mañana será otro día
Quique J. Silva