Las Camperitas de San Cipriano [Quique J. Silva]

Sucedió en Toledo. 34 D17 Archivo VASIL


En los principios de los setenta vivíamos momentos históricos para nuestro país. El entorno parroquial y escolar de los barrios era el centro desde donde emergían todas las iniciativas culturales y deportivas. Las sociales aún eran escasas, aunque ya se empezaban a vislumbrar determinados movimientos vecinales, más o menos reivindicativos. En este contexto urbano, nacieron y se criaron, las Camperitas de San Cipriano.

Probablemente fruto de la iniciativa de alguno de los vecinos, y con el fin de dar la mejor ocupación posible a esas niñas que se empezaban a asomar a una “peligrosa adolescencia”, los líderes del barrio decidieron fundar un grupo singular capaz de mantener ocupadas y entrenadas aquellas mentes que se empezaban a abrir al mundo.

No era una banda de cornetas y tambores, tampoco se comportaban como las majorettes de los pueblos próximos. Sorprendentemente, y tal vez para no caer en la tentación de las faldas demasiado cortas que podían atraer la lujuria masculina, los de San Cipriano decidieron que “sus chicas” fueran vestidas al más puro estilo campero; pero sin caballos.

Desde las botas con borlas, hasta el remate del sombrero cordobés, nada hacia pensar que estas niñas se estaban criando en un barrio enclavado en el mismísimo corazón del casco histórico de Toledo. Junto al paseo del Transito. Entre San Cristóbal y la Cornisa. Desde allí, importaron una estética poco usual por estas tierras. Menos mal que las banderas con el nombre de Barrio de San Cipriano daban fe de su origen.

Eran asiduas en todo tipo de eventos y celebraciones: desfiles procesionales, fiestas, conmemoraciones… todo aquello que se iniciara o rematara con un pasacalles era el lugar idóneo para que estos cuerpos y almas, en crecimiento, hicieran gala de su habilidad para el paso simple, los cruces y evoluciones “a golpe de silbato”. Siempre, o casi siempre, acompañadas de banda de música.

Como en las fotografías que mostramos, la ilusión se reflejaba en los rostros. Sentían la felicidad de quien es admirado por un trabajo bien hecho. Todas las pruebas y ensayos merecían la pena para vivir ese momento de gloria, donde las calles eran para ellas. Donde todo el mundo se retirada a los lados para verlas pasar. Eran jóvenes y tenían toda la ilusión y toda la vida por delante.

Alrededor de veinticinco chiquillas de las que desgraciadamente desconocemos los nombres. Hay caras que nos suenan; algunas creemos que siguen por el barrio. Como siempre, pedimos la colaboración de los seguidores del blog para identificar a las protagonistas que, en la actualidad, ya deben haberse convertido en madres y contarán a sus hijos el orgullo de haber pertenecido a las Camperitas de San Cipriano.

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Quique J. Silva

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