Siempre educado, amable, correcto, algo pudoroso, Manuel Santolaya fue hombre y arquitecto con gran decoro, de formación clásica y pensamiento contemporáneo. De la generación post-autárquica, participó activamente, con destreza, voluntad y afición, por su trabajo en la construcción del Toledo de finales del s XX.
Quienes tienen memoria recordarán los aromas de Almacenes Marín, en Sillería 15: el bacalao al corte, los sacos de legumbres al peso, las grandes latas de conservas, los coloridos licores y las especies que aromatizaban un comercio de luz tenue esquinado a Zocodover. Aún, a principios de junio, los tomillos de la finca familiar de Cervatos siguen también perfumando la ciudad. De allí partió Manuel Santolaya con la llegada de la democracia para formarse como arquitecto afinado en la época dorada de la Escuela de Madrid.
De vuelta dibujó y construyó obras con estilo, que pertenecen a un tiempo que hoy vemos con nostalgia y admiración: desde vivienda social modélica como los unifamiliares de la calle Alemania y el bloque de San Chinarro, edificios públicos como las Cortes de Castilla-la Mancha o la Escuela de Hostelería, o rehabilitaciones novedosas como el Convento de San Clemente y Melque. Ejerció docencia en la Ortega y Gasset sabedor del compromiso de transmitir lo aprendido.