LA CASA HUARTE, J.A. CORRALES / R.V. MOLEZÚN (1966)
El acercamiento a la casa Huarte supone una inagotable fuente de referencias históricas y geográficas de muy distinta índole; lejos de poder ser catalogada dentro del Racionalismo orgánico de los años sesenta, el proyecto constituye una auténtica revolución artística que sobrepasa a la propia modernidad. Los diferentes argumentos que de ella se pueden extraer, mantienen un peso suficiente capaz de poner en tela de juicio el debate entre la evolución continuada de la arquitectura vernácula con la contemporaneidad y las técnicas modernas. En este proyecto se llevan a cabo contadas actuaciones, engranando con gran precisión los diferentes matices que la componen. Esta relación de operaciones produce un ente único, cuya sensibilidad con el entorno y el habitante la han convertido en un incuestionable mito de la arquitectura residencial.Continuar leyendo
Y ello, acentúa la importancia de la aventura alentada y auspiciada por Fernández del Amo dentro del Instituto Nacional de Colonización, en unos años difíciles y estrechos y en una experiencia singular que se erige como laboratorio preliminar de prácticas artísticas aventajadas. Prácticas que van a permitir a buen número de artistas la verificación de diferentes ensayos y pruebas, y la posibilidad de acercarse a otros territorios distintos de los usuales, como fuera el Arte Sacro. El tratamiento formal y específico de las diferentes iglesias construidas por el Instituto Nacional de Colonización[1] en los años citados, va a demandar como complemento de la arquitectura, la participación de diferentes creadores provenientes de campos diversos en una órbita como la fijada por Pablo Serrano como ‘la obra de arte única’[2]. Bastaría para ello recordar, que en el proceso de levantamiento de una Iglesia del Instituto Nacional de Colonización se advertía la secuencia que viajaba desde el propio proyecto del edificio en primer lugar, a las imágenes en segundo término. Para avanzar con la definición de los elementos de mobiliario (bancos, lámparas, confesionarios, viacrucis, pila bautismal y púlpito[3]) y finalizaba con los “ornamentos, utensilios y vasos sagrados precisos para la total instalación de la iglesia”.Continuar leyendo
Rara vez los intereses fundamentales del Instituto Nacional de Colonización, se verían confundidos con el territorio de las Artes y particularmente con el de las Artes Sacras, por más que hoy podamos apreciar la singularidad de algunas de esas intervenciones. Sus intereses prioritarios estaban más próximos a los problemas de la modernización agraria y al levantamiento de un buen número de pueblos de nueva planta, vinculados a la transformación territorial en curso, que a la incorporación al debate coetáneo sobre la renovación de las Artes. Pero ello no fue óbice para que en 1956 se produjera una circular interna referida a las ‘Normas regulando la construcción de Iglesias por el Instituto’[1].Continuar leyendo
Y es la lectura sosegada de ese fracaso y de esos rechazos lo que nos permite ubicar con exactitud la experiencia desplegada en esos años. Experiencia pretendida y sostenida por Fernández del Amo, pero plagada de dificultades. Más aún en un trayecto edilicio, como el del Instituto Nacional de Colonización que congregó una buena nómina de creadores plásticos como colaboradores diversos de los espacios religiosos desarrollados por el Instituto. Y es que, rara vez, los intereses fundamentales del Instituto Nacional de Colonización, se verían confundidos con el territorio de las Artes Plásticas y, particularmente, con el de las Artes Sacras; por más que hoy podamos apreciar la singularidad y excepcionalidad de algunas de esas intervenciones.Continuar leyendo
Que el debate sobre la Integración de las Artes, no fuera exclusivo del ámbito religioso[1] puede deducirse de algunos textos elaborados por los arquitectos señalados páginas atrás. Serían los casos de Fernández del Amo, de Fisac y de Saénz de Oiza. La relación del primero con el mundo de las Artes Plásticas es de sobra conocida y desarrollada desde su puesto de director del Museo de Arte Contemporáneo, desde 1952, lo que le permitiría un contacto continuado con muy diversos creadores, como se desprende de alguna antología de sus escritos[2]. Creadores como Pablo Serrano, Ángel Ferrant, Manuel Millares o José Guerrero, merecieron la atención crítica de Fernández del Amo. Por el contrario el volumen antológico de escritos diversos de Fisac[3], sólo contempla tres textos generales producidos entre 1953 y 1969. Por ello, revisten singular interés los dos comentarios críticos realizados sobre artistas individualizados, como fueran los producidos en los Cuadernos del Arte del Ateneo de Madrid: Labra en 1953 [4] y Farreras en 1959[5]. Similar es el caso de Sáenz de Oiza, que sostuvo diversos trabajos en el ámbito religioso, como Aranzazu, la basílica Hispanoamericana de la Merced y la capilla del Camino de Santiago; pero que rara vez realizó una incursión reflexiva sobre las artes plásticas. Lo que no es óbice para que en 1958 realizara en el texto de la exposición de Lucio Muñoz[6], un interesante y sugestivo trabajo en pro de la Abstracción. “La pintura como abstracción abandona la repetición del paisaje físico y se aproxima a las otras artes hermanas, música y arquitectura que, como artes, no han sido nunca directamente imitativas de la Naturaleza…El abandono del objeto directo, no significa, entendámonos, renuncia del hombre ni de la humanidad del hombre, como muy bien plantea Venturi. Si esto fuera así, la otra de las artes abstractas por antonomasia, la arquitectura, resultaría que después de tanto años de existencia sobre una misma trayectoria no era un arte humano, puesto que nunca representa del hombre su imagen perfecta”.Continuar leyendo
Justamente esos años cincuenta, son los mismos años en que el debate nacional sobre la nueva sacralidad o la nueva espacialidad religiosa se impregna de tales categorías transversales emuladoras de la experiencia francesa. Aunque la historiografía señale más bien, el extendido debate de la Abstracción dentro de las coordenadas del Arte Sacro, como realizara Gabriel Ureña, al denominar uno de sus epígrafes como ‘La polémica integración Arte Sacro/Arte Abstracto’[1]; no se pueden ignorar otras razones, como las señaladas por el padre Aguilar: “Lo importante es considerar que artistas de primera categoría vuelvan a acometer el tema religioso; que además, trabajan, generalmente en equipo, con los buenos frutos de una visión compartida y estudiada bajo la inspiración de un ambiente litúrgico de plena renovación, y casi siempre con un amplio asesoramiento religioso en el diálogo fecundo del artista y del sacerdote. Esto ha hecho que en España no haya habido que lamentar desviaciones ni abusos”[2]. Desviaciones y abusos que se desprenderían de la publicación en el número 203 de la revista Arquitectura, de diciembre de 1958, de la Encíclica Mediator Dei de Pío XII. Que entre otras cuestiones planteaba una consideración sobre los nuevos lenguajes expresivos. “No se deben despreciar y repudiar genéricamente y como criterio fijo las formas e imágenes recientes más adaptadas a los nuevos materiales con los que hoy se confeccionan aquellas, pero evitando en un prudente equilibrio el excesivo realismo por una parte y el exagerado simbolismo por otra….es necesario dar libre campo también al arte moderno siempre que sirva con la debida reverencia y el honor debido a los sagrados sacrificios y a los ritos sagrados”[3]. Pero ese Papa era el mismo Papa que zanjó, años más tarde, el debate de los murales y grupo escultórico del Santuario de Aránzazu con su prohibición. También y en la misma senda, pueden citarse otros trabajos coetáneos[4] que muestran la preocupación por ese territorio referido, pero también por su estricto control pastoral. Por lo que cabe interrogarse por la coherencia de tales posiciones de apertura plástica en la jerarquía católica.
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