Castillo de Garcimuñoz es una pequeña población de la provincia de Cuenca. Cuenta con un importante castillo que ha sido rehabilitado, incluyendo una mediateca, bajo las directrices de un proyecto de Izaskun Chinchilla que ha promovido el Ministerio de Fomento. Las obras concluyeron en marzo del año pasado.
El resultado de la intervención no pasa desapercibido, y creemos que a nadie puede dejar indiferente. Por ello hemos invitado a varios colaboradores para nos den su opinión sobre esta obra, con el mismo formato que ya utilizamos para el castillo de Matrera. Como diferencia, dividiremos los textos en varias entregas, para no resultar muy extensos.
Hoy traemos la opinión de José Ramón Hernández Correa, arquitecto y activo bloguero con su ¿arquitectamos locos?; y José María Martínez Arias, estudiante de la EAT que recientemente ha aceptado ayudar con las labores de edición de este blog.
Animamos, desde aquí, además de leer a nuestros colaboradores a visitar la fortaleza. No hemos encontrado la web oficial; pero sí un blog con mucha información sobre el edificio y sus actividades, editado por la Asociación Infante Don Juan Manuel de Castillo de Garcimuñoz.
José Ramón Hernández Correa
Una obra arquitectónica tiene que tener una función, un uso. Si no no es arquitectura. La función es el significado de la arquitectura, su razón de ser.
Entonces, cuando el uso que tuvo es ya imposible –por ejemplo en el caso de un castillo- ¿es lícito rehabilitarla? Re-habilitar significa volver a hacer hábil, y si no sirve para nada no puede ser hábil.
Se pueden hacer dos cosas: Conservar en formol el cadáver para que no se pudra más o intentar hacer algo con él, aprovechando lo que se pueda, pero entonces hay que saber para qué, y esa re-habilitación será una neo-habilitación que puede ser post-habilitación, pop-habilitación, kitsch-habilitación, retro-habilitación, etc.
Lo más común es actuar para dejar un bonito escenario para los turistas o para Juego de Tronos, que viene a ser lo mismo. También se puede aprovechar la actuación para convertir la vieja gloria en restaurante, museo, parador o estación de autobuses. Lo que sea. En todo caso la forma arquitectónica respondió en su día a una función, y al dejar de tener sentido aquella tampoco tiene demasiado esta y sólo se puede adaptar con prótesis y muy forzadamente.
¿Por qué nos gustan los paradores y los restaurantes creados sobre las ruinas de conventos, palacios o castillos? Creo que porque hacen jugar a nuestro cerebro, porque nos divierte y nos estimula esa travesura, ese contrasentido anacrónico. Por eso nos excitan el hormigón visto y el acero cortén(y también el inoxidable) junto a las viejas piedras. Es un juego mental, una excitación de la imaginación, una broma más o menos simpática.
En ese sentido, y asumiendo esa mentira esencial, tanta validez crítica tiene plantear en el castillo una biblioteca o un teatro, un archivo o un restaurante, un hotel o una sala de grabación. Y, por eso mismo, a mí me vale igualmente un sutil y delicadísimo equilibrio de hormigones texturizados y coloreados que este lollipop rama lama ding dong vamos juntos hasta Italia quiero comprarme un jersey a rayas en un país multicolor nació una abeja bajo el sol aserejéja de je de jebe tu de jébere hago chas y aparezco a tu lado cuando haces pop ya no hay stop soy un niño muy ligón con la fuerza de un ciclón eso es to eso es to eso es todo amigos.
Total, en vez de filmar una escena de Juego Tronos o de El Señor de los Anillos la filmamos de Barbarella o de cualquier distopía de Álex de la Iglesia y aquí no ha pasado nada.
J.M. Martínez Arias.
“Está uno cansado de ver cómo se persigue la belleza y la bondad de las cosas (tal vez sean lo mismo) con añadidos embellecedores, sabiendo que no está ahí el secreto. Decía mi inolvidable amigo J. A. Coderch que si se supone que la última belleza es como una preciosa cabeza calva (por ejemplo, Nefertiti) es necesario haberle arrancado cabello a cabello, pelo a pelo, con el dolor del arranque de cada uno, uno a uno, de ellos. Con dolor tenemos que arrancar de nuestras obras los cabellos que nos impiden llegar a su final sencillo, sencillo. Ese deseo podría ser, acompañado tal vez de alguno por el estilo, un principio de la presentación del libro. La sencillez sencilla.”
Con estas palabras el maestro de maestros Alejandro de la Sota hacía referencia a que la clave de la belleza, no deja de ser fin esencial de la arquitectura, belleza, que es ante todo espiritual. No se trata de ataviar una desbastada talla mariana con traje de corte para poner en valor lo que hay detrás. Sota incide en el “dolor” de renuncia a esta recurrente acción de añadir y añadir para descifrar una bondad, que personalmente entiendo como integridad, autenticidad y puede que nada más. Si de la presencia de los antiguos circos romanos, aparecen hoy maravillosos vacíos urbanos en forma de plaza, esa belleza y esa bondad son inherentes al propio vacío, a la ausencia de lo añadido y hasta a la falta de la propia materia original.
En la intervención en el castillo de Garcimuñoz, donde precisamente se actúa de manera inversa, pone de manifiesto, quizás con un informalismo desmedido y una teatralidad innecesaria la intención de conseguir un mismo objetivo. Ya se alcanzaron con éxito actuaciones modernas, intervenciones que como aquí, quieren diferenciarse de su particular enclave y no obstante, han merecido el derecho a permanecer junto a él, como contrapunto plástico a lo que supone la parcial ausencia de la fábrica original. Actuaciones como el museo de Castelvecchio o el Hamar, que pese a intervenir superficialmente, sí lo hicieron con una verdadera arquitectura, en ocasiones pesante y tectónica. Esta contundencia se supo hermanar con una sensibilidad propia, muy ajena a las modas y las tendencias del momento.
Según la AEAC (Asociación Española de Amigos de los Castillos) hay 10.373 castillos inventariados en España, pero la cifra bien pudiera alcanzar los 2.000. Consideremos pues la primacía de esta cifra como suma de la unidad disgregada que supone, esta red de elementos los convierte desde siempre en Señores de nuestro paisaje más autóctono. ¿No prima esa voluntad por encima de un tratamiento tan individualista y libre? Tomando este caso como ejemplo, donde el disfraz sobre la estructura desvirtúa una de las partes de esta unidad. Estando en tierra de castillos, parece erróneo considerar a cada una de estas teselas del mosaico como un marco o telón de fondo independiente para encerrar unas operaciones más en sintonía con centros cívicos o comerciales que con la esencia propia del lugar y su evolución.
Y no obstante, las antiguas fortificaciones (o lo que de ellas queda) desatan un sentimiento de apego individual muy arraigado en cada localidad; me viene a la mente un proyecto no realizado de Julio Cano para el Parador Nacional de Cuenca (fotografía superior de la página de Alberto Campo Baeza), donde se plantea erigir un castillo, un volumen nuevo, pero que responde a esta relación entre lo que necesitamos hoy y lo que hemos visto desde siempre, quizás este punto de partida podría responder mejor al eterno dilema propuesto entre la forzada necesidad de “asediar” o apartarnos con el dolor que ello conlleva. Calibrando una adecuada distancia entre el hito y el programa puede que encontremos esa bondad y belleza a la que Sota se refiere al liberarnos de la manida idea de añadir.
Las fotografía proceden de la web de la arquitecto.
Más sobre la rehabilitación del Castillo de Garcimuñoz (II)
En un mundo donde consumimos mas de lo que el propio planeta es capaz de darnos, lo superfluo debería ser pecado. En Garzimuñoz hay mucho hierro superfluo.
La rehabilitación demuestra que las normativas no sirven para evitar malas intervenciones.
Parece una intervención política. El discurso impecable, el resultado habla por si solo.
¿Arquitectura sostenible de plástico?