Jueves, 22 de noviembre de 2017. Es decir, hace unos días. El Tribunal Internacional de La Haya emite sentencia contra Ratko Mladic. Lo condena a cadena perpetua por los delitos de persecución, asesinato, terror, secuestro, deportaciones forzosas, actos inhumanos, ataques contra civiles. Todo sucedió en los prolongados meses del asedio a Sarajevo, en Bosnia Herzegovina en 1992 y los crímenes de 1995, en Srebrenica. Crímenes de guerra y genocidio, según la sentencia.
Para comprender en su compleja dimensión las últimas sentencias del Tribunal Internacional de La Haya, les propongo leer la novela de Clara Usón, “La hija del Este”. Una novela que, sin vocación de “best–seller”, relata los orígenes históricos y los horrores de una guerra, no de la antigüedad bárbara, ni de las conquistas de los persas o las razias de los mongoles, tampoco de los romanos ni de la Edad Media, sino de unos acontecimientos cercanos. Entre los años 1992-1995, a dos horas de automóvil desde Roma, se cometieron todo tipo de crueldades, genocidios en masa, violaciones sistemáticas, en los territorios de la Yugoeslavia, que la dictadura de Tito había mantenido unidos.
En esos territorios habita una docena de nacionalidades con sus respectivas creencias religiosas, sus raíces étnicas, sus cuentas pendientes por saldar, bastantes de ellas diluidas en la memoria oscura de quien las trasmite. Enseña sus enfrentamientos presentes, sus rivalidades antiguas. Simplemente, el odio. Pero todo el entramado está impregnado un nacionalismo enquistado que alienta sueños de secesión. Danilo Kis, serbio de madre montenegrina y padre judío, es citado en la novela y refiriéndose al nacionalismo ha dejado escrito que el nacionalismo es, en esencia, una paranoia individual y colectiva. Como paranoia colectiva es el resultado del miedo y la envidia. En la otra faceta, la individual, supone la pérdida de la conciencia individual. El nacionalismo no es más que un conjunto de paranoias individuales llevadas al paroxismo.
La novela de Clara Usón, que recibió el premio nacional de la Crítica, narra cómo la hija del general Ratko Mladic va descubriendo en pocos meses y, en ocasiones de manera circunstancial, quién es su verdadero padre. La prometedora, Ana Mladic, escucha comentarios de amigos, llegan noticias aisladas, percibe que, cuando es identificada, la gente se separa de ella. Leerá que su padre es un sicópata, con una personalidad escindida, lo que le permite mostrarse como un padre entrañable o como un asesino salvaje. Un genio de la táctica militar, según los oficiales que le conocían, aunque loco.
Ratko Mladic, comunista y ateo en la época de Tito, se transforma en un nacionalista obsesionado con la gran patria Serbia. Para conseguir el objetivo de esa patria históricamente violentada no dudará en comportarse con una crueldad extrema. No distingue entre hombres, mujeres, niños, ancianos, todos deben ser exterminados. Ana, la hija queridísima de Ratko Mladic, no podrá soportar esa dualidad entre un padre bueno, que imagina y conoce, y el personaje despiadado que va emergiendo. Cuando no pueda soportar más elegirá suicidarse con la pistola predilecta de su padre, para que entienda que la muerte ha sido por su causa. Los partidarios de Mladic y, tal vez, él mismo, atribuirán la muerte de Ana a una conspiración. En esa versión conspirativa, los causantes del suicidio habrán sido los rusos, que le han suministrado algún tipo de veneno para alterar los comportamientos del cerebro. Una teoría fantasiosa para ocultar la personalidad monstruosa, de un hombre que, en circunstancias diferentes hubiera sido un buen padre, un esposo honrado y un militar eficiente. Los acontecimientos, sin embargo, ocurrieron de otra manera. Nacieron monstruos. En la mismísima Europa, en unos años aún cercanos, fue posible una masacre como la Sarajevo, Bosnia – Herzegovina o Srebrenica.
La novela, de hechos reales y ficticios, termina en el año 2002. Tras quince años huido, protegido por el ejército serbio y el gobierno de turno, Ratko Mladic será capturado y entregado a la Justicia Internacional. “Antes de su extradición a la Haya- se narra en la novela – pidió se le permitiera visitar la tumba de Ana. <Si no me dejan ir al cementerio – dijo – que me traigan el ataúd a la cárcel>. No fue preciso; una caravana de furgones de policía lo escoltó a Topéider, donde, acompañado por dos médicos, temerosos de que la emoción le provocara un sincope, Mladic rezó y depositó seis rosas sobre la lapida de su hija”. Una vez en La Haya alegará insistentemente su mala salud para postergar el juicio, imitando la estrategia de su antiguo jefe, Milosevic. Cuando el Tribunal de La Haya dictaba sentencia, hace apenas una semana, 22 de noviembre de 2017, Mladic fue expulsado de la sala por pedir a gritos un aplazamiento por razones médicas.
Se cerrará así un proceso que ha durado 24 años. El Tribunal ha juzgado a los responsables más representativos de los horrores cometidos en unos territorios próximos. Entre ellos, a Slobodan Praljak, que se ha envenenado delante del propio Tribunal. En la Europa actual y en un juicio Internacional. ¡Fantástico! Todo a pocas horas de Roma o de España. Los antecedentes y los hechos que han originado las sentencias los cuenta en su novela, “La hija del Este”, Clara Usón.
Jesús Fuentes Lázaro
Nacionalismo, ¡cuantos delitos se cometen en su nombre!
En “Dublineses” uno de sus personajes se expresa así:
“El nacionalismo es una vieja cerda que devora a su propia camada”
Cualquier idea nacionalista que exceda de lo que, por ejemplo, Miguel Delibes plasma en “Castilla, lo castellano y los castellanos” debe ser erradicada sin contemplaciones, o el pueblo se tendrá que atener a las consecuencias de su inacción.
Para este nuevo año os deseo cumpláis la recomendación de Salvador de Madariaga recogida en su obrita “Sanco Panco”:
“SALUD, Y CURARSE EN ELLA”