Teletrabajo
He descubierto el teletrabajo gracias al señor COVID. Superados los problemas iniciales de conexión remota, todas las mañanas, a las 9 en punto, me siento en el puesto de trabajo doméstico y accedo a los expedientes y proyectos pendientes.
Cuando me quiero dar cuenta, ya son las 10,30. No ha venido el del Barsa a tocarme las narices porque ha perdido el Madrid. Tampoco la que está a punto de dejar a su marido (todas las mañanas me busca para el primero del día -cigarrillo, aclaro-)
Un descanso para el café, un pis y de vuelta al “curro”.
Mi horizonte se encierra entre los cuatro lados de un monitor, un teclado y un ratón con olor a lejía.
Por detrás oigo voces de niños y los clamores de una madre, que según pasan los días, va perdiendo la paciencia. Yo me escondo, estoy trabajando.
Son las 12,00. Echo de menos a los colegas de contabilidad; desde que estoy en casa no me tomo la “cervecita del Ángelus”.
Mi señora grita algo de “pegado”. Pienso que son las lentejas, pero ella separa a cada niño en un cuarto. Yo me concentro en el Balance de Situación (de la empresa).
Ya son las 14,30. Solo me he levantado para un café y un pis. ¡Estoy molido! Necesito una siesta.
A las 17,00, puntualmente, he vuelto a la tarea. Como no puedo cotillear con nadie que al final las lentejas también se habían “pegado”, me pongo inmediatamente con el Balance.
Al fondo oigo el piano de la niña -¡lástima de dinero!, pienso- y no me distraigo más.
Al rato, el heredero pasa descalzo por el pasillo, con el kimono abrochado, dando patadas al aire.
Son las 18,00 -¡qué alivio!-; en todo el día ha venido el jefe a decirme cómo tenía que hacer lo que ya había terminado.
Apago, me levanto, y siguiendo las recomendaciones sanitarias, miro a lo lejos por la ventana.
Y me pregunto: ¿Merece la pena trabajar con un solo café, sin cañas y sin los cotilleos diarios?
Objetivo del día: Dejar el teletrabajo en cuanto pueda.
Y mañana será otro día
Quique J. Silva