El artificio de Juanelo [Julio Porres de Mateo]

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En el siglo XVI la ciudad de Toledo se embarcó en una de sus grandes renovaciones urbanísticas profundas. El deseo real de aposentar una corte alrededor del nuevo gran palacio del Alcázar, el esfuerzo municipal de mejorar los accesos y reformar las puertas, para que desapareciera una imagen medieval demodée, la fuerza económica de la iglesia local, con el arzobispo primado al frente para crear los mejores edificios capaces de servir para el culto y para al ejercicio de la caridad, sumados todos con un cuerpo de intelectuales y artistas de todas disciplinas lograron una nueva imagen de la ciudad capaz de figurar a la cabeza del mundo. Cuando el rey Felipe II cambió de opinión y sacó a la corte de un Toledo que, a pesar de lo mucho hecho, resultaba de difícil transformación para llegar a la ciudad que deseaba, quedaron muchas y buenas reformas en uso. Algunas, sin embargo, terminaron por desaparecer, pues su sostenimiento superaba los recursos de una ciudad en decadencia cuando desapareció su comercio y su industria en los dos siglos siguientes.

Entre otras aportaciones novedosas y renombradas en aquel siglo renaciente, Toledo se engalanó con una máquina asombrosa, de la que se llegó a hablar con admiración en toda la Europa culta. Se llamó el Ingenio, o el Artificio de Juanelo, así nombrado por haber resultado del esfuerzo y la inteligencia de uno de los grandes hombres que renovaron la ciencia y la técnica en el Renacimiento.

Juanelo Turriano nació en Cremona, parece que en 1500. Formado e instalado en Milán como mecánico y relojero reputado en tiempos en que los relojes exigían tantos conocimientos de mecánica como de astronomía, sabía representar en sus esferas no solo los días, también las fases de la luna, las estaciones del año o los movimientos de los planetas; con el tiempo su fama le llevó a participar en las correcciones del calendario juliano, transformado en calendario gregoriano por el papa Gregorio que lo impulsó, que hoy nos permiten concertar la hora astronómica con el tiempo legal. Precisamente su saber sobre relojes le llevó al servicio del emperador Carlos y junto a él permaneció hasta que éste vino a fallecer en Yuste. Después, sirvió al hijo, el rey Felipe II, alcanzando aún más prestigio como ingeniero y científico de muchas disciplinas.

Ambos monarcas, padre e hijo, buscaron una sede permanente para la corte, entonces itinerante, como mandaba la tradición medieval; en varias ciudades de la corona de Castilla buscaron residencia y fueron Valladolid y Toledo donde en más ocasiones establecieron su aposento… hasta la definitiva instalación de la corte en Madrid en 1561. Para su comodidad, levantaron varios palacios y en Toledo fue elegido el Alcázar, antigua fortaleza militar transformada completamente por la decisión real.

Y junto al Alcázar vino a instalarse el Artificio de Juanelo. La ciudad entonces tenía alrededor de 60.000 habitantes, quizá más, por lo que dicen los censos; una cifra en cualquier caso incómoda para residir todos ellos en el recinto histórico, tras las murallas. Los trabajos necesarios para dar de comer y beber a diario a tanta gente no eran fáciles ni baratos. El problema más acuciante era el suministro de agua y resolverlo (con eficiencia, a bajo coste) era un auténtico reto. Juanelo Turriano, amigo de demostrar sus superiores dotes, aceptó la propuesta de subir el agua desde el río hasta lo alto de la ciudad y lo hizo poniendo por medio el peor contrato posible: todo gasto sería a su costa hasta comprobar que el agua prometida llegaba a la cumbre del cerro del Alcázar. Y al decir todo, era todo de veras: proyecto, obras, materiales, expropiaciones, salarios, etc. salieron de los recursos de Juanelo, de sus ahorros y de los préstamos que tuvo que pedir. El contrato se firmó en 1563 por Juanelo, la ciudad y un representante del rey; las obras se iniciaron en 1565 y el agua llegó a la cumbre del cerro en 1569. No solo la cantidad prometida, sino algo más, en total unos 18.000 litros diarios, que eran más del doble de lo acordado. Juanelo, pues, cumplió sobradamente su parte del pacto.

La otra parte contratante, sin embargo, no cumplió con lo prometido. La ciudad de Toledo, su Ayuntamiento, no pagó a Juanelo la cantidad pactada. Para tanta población el caudal de agua, siendo mucho, no era solución bastante y el coste del mantenimiento del Artificio era muy, muy elevado. Salvo algunas piezas menores, todo él era de madera y el constante movimiento que necesitaba para funcionar causaba un desgaste continuo y obligaba a unas reparaciones que hacían de la máquina un instrumento costoso y poco eficaz. Los regidores municipales no encontraron en el Artificio un medio para suministrar agua a menor coste que la trajinada por los azacanes y no pagó. Pero funcionaba, eso sí. Desde el río, en el azud que sigue al puente romano de Alcántara, gracias a dos ruedas hidráulicas de paletas, el Tajo elevaba una parte de sí mismo hasta el Alcázar, el cerro más alto de la ciudad; unos 93 metros más arriba. Finalmente, un último tramo elevaba una parte del caudal hasta meterlo en el propio edificio, haciendo del palacio real uno de los muy escasos edificios con agua corriente en toda Europa.

Juanelo murió en 1585 y el Artificio tuvo complicaciones graves a partir de 1604. En 1617 decidió el rey que el coste del mantenimiento no compensaba el beneficio. La ciudad, terca, no quiso hacerse cargo de nada y la maquinaria se detuvo. Con el tiempo se fue desmantelando, para aprovechar los materiales en los palacios de Aranjuez, donde los gastos procuraban a los miembros de la casa real un disfrute más cierto. Abandonado y sujeto a expolios, su decadencia pronto se transformó en ruina y olvido, hasta el punto de que se desconocía sus componentes y mecánica de modo absoluto. El Artificio desapareció de la ciudad y de la memoria de los toledanos; tan solo Juanelo y su sabiduría mecánica perduraron en la leyenda del Hombre de Palo.

A mediados del siglo XIX (antes de la voladura con pólvora de sus restos para sustituirlo por una nueva máquina elevadora de agua) el ingeniero Luis de la Escosura, venido a Toledo para proyectar un nuevo mecanismo elevador de agua sobre los restos del Artificio, intentó explicar su funcionamiento, estudiando textos y manuales de época, que llegó a recopilar en un librito delicioso… pero no consiguió hilvanar una propuesta de suficiente entidad como para imponerse. No fue hasta los años sesenta del pasado siglo que se logró casar los documentos (pocos) y las descripciones (literarias, no técnicas) de un modo tan coherente que permitió recrear el Artificio en una maqueta convincente. En 1967 se presentó al público en Toledo una propuesta, fruto del ingenio de Ladislao Reti, ingeniero de origen italiano, estudioso de la historia de la técnica, que acompañó de una conferencia con la que se recuperó el conocimiento de la máquina maravillosa. La maqueta móvil, construida con la ayuda del excelente mecánico toledano Juan Luis Peces, se financió por la Diputación Provincial de Toledo, en tiempos en que Julio Porres Martín-Cleto era diputado responsable del área de cultura; todavía se exhibe en una galería de la planta baja, protegida por una urna de cristal.

Tras Reti continuaron los estudios, hasta el punto de que su gran amigo y también estudioso de la historia de la ciencia y la técnica, el ingeniero Juan Antonio García Diego, llegó a crear una fundación para el fomento del estudio de estas materias, dándole el nombre de Fundación Juanelo Turriano. Entre los muchos frutos que ha dado esta Fundación hay uno reciente de gran atractivo, una recreación digital animada del Artificio en funcionamiento. Las 24 torres que lo componían, los tramos verticales y los desplazamientos horizontales que permitían subir el agua desde el Tajo, en el azud de Cervantes (o de San Servando, o del Carmen), hasta el palacio del Alcázar. Para apreciar el ingenio de Juanelo Turriano basta pinchar AQUÍ.

Julio Porres de Mateo, historiador y académico de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo

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2 Comments

  • Juan Luis Peces hizo una segunda maqueta. Después de mucho estudiar y darle vueltas, determinó que se había equivocado al crear unas torres, Su idea era que el agua subía directamente en dos ríos de agua, en dos escalas de bartulio. El hombre intentó que las administraciones en Toledo se quedaran con su nueva maqueta, convencido de que la de la Diputación estaba errada. Creo que al final se fue al extranjero, aunque ese dato no lo puedo corfirmar.

    • Julio Porres de Mateo

      Esta segunda maqueta del Artificio, obra de un Peces apasionado por la obra de Juanelo, se llegó a mostrar en la Expo del Agua de Zaragoza. Su propuesta proponía la elevación de los cazos articulados en sistemas de planos inclinados. En mucha parte del itinerario la pendiente podría haberlo permitido, pero eso entraría en contradicción con los testimonios que afirman que había 24 torres y, sobre todo, con el dibujo que hizo el chantre de Évora, Severim de Faria, único alzado de un testigo directo: los cazos verticales se representan con mucha sencillez, pero inequívocos; hoy son el logotipo del Instituto de enseñanza Juanelo Turriano. Las dos “calles de agua” que representó Peces corresponden al segundo artificio que, dentro de la misma edificación, construyó Juanelo, según acreditan los contratos. La escala de Valturio era un sistema elevador ampliamente conocido en Europa, basado en los mismos principios que los comunes flexos para lámparas. Finalmente, según mis noticias, esta segunda maqueta permanece en Toledo, almacenada a la espera de mejor destino

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