Apareció. Surgió como si fuera un personaje del Gran Gatsby, el héroe de la “belle epoque” de la novela de Scott Fitzgerald. En su “escarabajo” color café con leche, cruzó el barrio de Santa Teresa hasta donde le esperaba. En el Volkswagen descapotable, recuerdo rodante de antiguas historias, nos desplazamos al Estudio, ahora reconstruido, tras el paso destructor de Filomena. Antiguamente había sido una nave para usos más toscos. Ahora, en una nueva vida útil, es un estudio de artista, reconstruido que brilla con abundante luz del Norte, la más pura y limpia, en expresión de Fernando Sordo. La otra, la luz del Sur, está más contaminada, posee más amarillos, más ácidos. Se supone que sabe lo que dice, pues un elemento esencial de su obra consiste en atrapar en un espacio inerte los efectos multiplicadores de la luz. Y con esta introducción iniciamos el recorrido por las obras de pintura-no escultura, aunque tenga volúmenes, del pintor Fernando Sordo.

