La llanura del Pla baja suavemente hasta las riberas del noreste de Mallorca, donde están los humedales de las bahías. Allí, en las inmediaciones de las lagunas litorales (la albufera de Alcudia y la albufereta de Pollensa), se dan el enebro (Juniperus oxycedrus macrocarpa) que fija las dunas, y el tamariz o taray (Tamarix sp), capaz de vivir en estériles arenas salobres formando tarayales que van haciendo suelo orgánico. Desde estas planicies costeras y, especialmente, desde la de Puerto Pollensa, mirando hacia el norte, se ve el paisaje agreste de montes azulados, el macizo calcáreo (kárstico[1]) de la sierra de la Tramontana[2] que, recorriendo los noventa kilómetros de la costa noroeste de la isla, se estira, desde el acantilado (300 m. s. n. m.) del escarpado Cavall Bernat, hasta la punta abrupta y septentrional del cabo Formentor, penetrando en el mar. Ésta sierra ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2011. A Oíza, que ya había muerto, la había cautivado la belleza de la cultura tramontana milenaria, la de los muros de piedra en seco para formar bancales de cultivo, la de las cisternas y acequias para administrar el agua escasa.
[1] Abundante en cavidades y cuevas en las que el agua, que disuelve la caliza, forma, en millones de años, estalactitas y estalagmitas como las que se pueden ver en la preciosa cueva de Campanet, a pocos kilómetros de Pollensa. [2] Con los picos (puigs) Major (1.445 m), Masanella (1.348) y Tomir (1.102).
Fachada meridional de Ses Rotes. Foto de Federico Climent publicada en Climente op cit pág. 99.
Cuando fui a Cáseda para conocer el pueblo natal de Oíza y paré ante la ruinas del monasterio de San Zoilo, que él dibujó, pude contemplar la sierra de San Pedro, la sierra de su infancia y de sus vacaciones navarras. Aunque es de rocas areniscas y conglomerados, la vegetación me recordó a la de los montes de Pollensa. Pensé que cuando Oíza se encontró con el valle de Colonya, circo de montañas presidido por la peña Axartell [3], debió sentir que la flora silvestre le era familiar. Es la garriga.
Cinco mil años de ocupación humana con ganado, incendios y sequía, en la Tramontana, produjeron ese monte de áspero matorral florido y chaparros árboles resistentes: la encina (Quercus ilex) de hoja perenne y bellotas para los cerdos; el pino carrasco (Pinus halepensis) de la esencia de trementina, muy inflamable; el acebuche (Olea europea sylvestris) que crece espontáneamente en los terrenos más secos, árbol silvestre en él que injertan el olivo de las aceitunas (Olea europeae); el algarrobo (Ceratonia siliqua) de las dulces vainas, golosina para los burros y los caballos; la higuera (Ficus carica) de suculentos frutos (la breva y el higo) y el almez (Celtis australis) de corteza gris, como piel de elefante, que carece de enfermedades. Y también, entre las rocas, matas y arbustos: el romero (Rosmarinus officinalis) aromático, el mirto (Myrtus communis) de perfume afrodisiaco, el lentisco (Pistacia lentiscus) en el que injertan el pistacho (Pistacia vera), el palmito (Chamaerops humilis) que es una pequeña palmera con espinas y, espinosa también, la aliaga mallorquina (Genista lucida) de flores amarilla que adorna la garriga desde febrero hasta junio.
[3] Hoy da nombre a un buen vino tinto de Pollença, negocio alemán (13 € en el supermercado).
En la zona más agreste del valle de Colonya, en la ladera orientada al sur, se encuentra Ses Rotes. “Una casita que compré a una pareja de jóvenes hippies muy guapos”, decía Oíza. La casita es como un SEAT 600, la mínima expresión de casa de campo; equivalente a la cabaña que quiso hacer en Oropesa de Toledo y no pudo. La describió así: “Se trata de un pequeño cobijo de apenas 25 m2 por planta, que se corresponde con el tipo de arquitectura popular andalusí de dos plantas. Una vivienda mínima construida con piedras, tierra y troncos de árboles para dinteles y vigas. La distribución no existe, no existe el diseño, existen unas necesidades de implantación que ofrecen confort en invierno y en verano: la orientación suroeste de la fachada principal, unos muros con suficiente resistencia e inercia, unos huecos pequeños y dispuestos lógicamente y una cubierta de teja a un agua. Una vivienda cuya misión es dar cobijo a la familia. Por ese motivo no hay ostentación ni ganas de aparentar; se trata de un refugio humano ante las adversidades del medio”[4]. A su hija Marisa Sáenz Guerra, que es alta, este verano le tocaba Ses Rotes. “Me doy con la cabeza en el techo”, decía.
Contaba Federico Climent (1953-2000), discípulo y admirador de Oíza y amigo mío, que, en Mallorca, se denominaba rota a la peor parte de una posesión, a la de escaso provecho que, por algún motivo, se dejaba utilizar a un pagès (payes), llamado roter, que tenía que entregar al propietario una parte de lo que sacaba. Generalmente, el roter construía una casa humilde. Ses Rotes correspondía a esa pobre condición y era una casa ínfima. En el dintel de la puerta está escrito “1913” que debe ser la fecha de su construcción. Coincide con la época en que la señora de la possesio de Colonya era Clara Hammerl, viuda del altruista Guillem Cifre, señora que era también la Directora de la Caixa d’Estavis de Pollença (Caja de Ahorros).
[4] Publicado en “Sáenz de Oíza, el poder de pensar con las manos” en CIRCARQ, 14 de enero de 2015.“Este mundo de espacios mínimos y de dimensiones reducidas resultaba a Oíza tan familiar como particularmente querido. Recuerda situaciones contempladas en sus primeros proyectos de vivienda social”, añadía Federico [5].
La casita original, que tenía una pequeña cisterna y era de traza rectangular y de una crujía, contaba con una zanja y un muro detrás, contra un bancal (marges de ses marjadas), para protegerla de las humedades y de las avenidas y evitar la erosión. Tenía dos habitaciones en cada planta, separadas por una escalera de un tramo. Las paredes eran de mampuestos del lugar y los huecos de puertas y ventanas estaban tallados en sillares de marès de las canteras de Petra [6], las más cercanas a Pollensa. La cubierta bajaba hacia el norte. En el lado de levante tenía un chamizo adosado, “cuarto de útiles y aperos” según el plano que levantó Oíza. Pues lo primero que hizo fue medir y dibujar la casa con un esmero tan extraordinario que, me imagino, quería dar una lección a sus hijos arquitectos y lo hizo magistralmente.
[5] Federico Climent, F. J. Sáenz de Oíza, Mallorca 1960-2000, Palma de Mallorca, Govern Balear, 2001, pág. 98. [6] Los mallorquines llaman marès a la piedra arenisca, piedra de mar, arena de playa cementada desde edades geológicas (2 ó 3 millones de años) con carbonato cálcico de las conchas de moluscos triturados. Hay marès blanco en las canteras de Can Buso (Lluchmajor), ceniciento en Santanyì, amarillo en El Arenal, dorado en Porreres y dorado rojizo, como el de SesRotes, en Petra.
En el proyecto que dibujó, se distinguen dos partes. La primera para la ampliación del rectángulo primitivo, construyendo dos plantas donde estaba el chamizo original. En la planta baja, un pequeño comedor, ampliando la zona de estar. En la alta, un dormitorio doble desde el que parte una escalerita escondida que sube a la nueva terraza que tiene una pérgola, para cañizo, atada a la caseta sobre la que se eleva un depósito cilíndrico de agua. Ésta ampliación se construyó, en parte, con el viejo marès del chamizo. En el coronamiento, hizo una balaustrada de losas recortadas y teñidas de rojo; un detalle sofisticado que a Federico Climent le parecía que aludía al carácter del nuevo habitante de la casa (urbanita culto). La segunda parte es una ampliación de gran utilidad. Se trata de un pórtico cubierto y abierto al sur, estancia al aire libre, cuyo tejado captará agua de lluvia que se almacenará en una cisterna semienterrada que es cimiento y basamento del pórtico.
“Cuidado con el algarrobo, a estos árboles que parecen tan fuerte, cualquier día de calor, de repente, se les cae una rama gruesa” decía Juan Cifre (murió en 2002). Y Marisa me contó que, este verano, cayó una rama gruesa del algarrobo de Ses Rotes.
Recién acabada, aún con polvo de obra, Oíza dejó la casa a sus discípulos José Carlos Velasco López y Maria Luisa López Sardá, pioneros que la estrenaron en el verano de 1988 y, por lo visto, la dejaron reluciente. “Aún usamos el menaje y la vajilla que compraron”, me comentó Marisa Sáenz Guerra.
Francisco Javier Vellés, aquitecto.
Bibliografía de Ses Rotes:
Postiglione, Gennaro, The Architect’s Home. Milan, Taschen, 2004 (2013), ISBN 978-3-8365-4487-0, págs. 286 a 289, at. Antonio Benito;
Federico Climent Guimerá, F. J. Sáenz de Oíza, Mallorca 1960-2000, Palma de Mallorca, Govern Balear, 2001, págs. 96 a 105.
María Luisa López Sardá y José Carlos Velasco López, “Ses Rotes”, en Federico Climent, op cit, págs. 143 y 144.
Catalina Pascual Fuster (directora Anna Martínez Durán), Les Rotes, una pequeña casa de vacaciones, Barcelona/Cala Millor, trabajo fin de máster, Escuela de Arquitectura de la Salle, Universidad Ramon Llull, 2014, en file:///C:/Users/Francisco/Downloads/Pascual-Fuster-MPIA%20(1).pdf, 10/09/2016.
“Sáenz de Oíza, el poder de pensar con las manos” en CIRCARQ, 14 de enero 2015.
Maravilloso artículo