La llanura del Pla baja suavemente hasta las riberas del noreste de Mallorca, donde están los humedales de las bahías. Allí, en las inmediaciones de las lagunas litorales (la albufera de Alcudia y la albufereta de Pollensa), se dan el enebro (Juniperus oxycedrus macrocarpa) que fija las dunas, y el tamariz o taray (Tamarix sp), capaz de vivir en estériles arenas salobres formando tarayales que van haciendo suelo orgánico. Desde estas planicies costeras y, especialmente, desde la de Puerto Pollensa, mirando hacia el norte, se ve el paisaje agreste de montes azulados, el macizo calcáreo (kárstico[1]) de la sierra de la Tramontana[2] que, recorriendo los noventa kilómetros de la costa noroeste de la isla, se estira, desde el acantilado (300 m. s. n. m.) del escarpado Cavall Bernat, hasta la punta abrupta y septentrional del cabo Formentor, penetrando en el mar. Ésta sierra ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2011. A Oíza, que ya había muerto, la había cautivado la belleza de la cultura tramontana milenaria, la de los muros de piedra en seco para formar bancales de cultivo, la de las cisternas y acequias para administrar el agua escasa. Continuar leyendo