Sucedió en Toledo. 12 D19 Archivo VASIL
Votar, lo que se dice votar, siempre hemos votado. Los muy mayores (y los que leen) conocen las elecciones que llevaron a España a proclamar la República; que poco tiempo después desencadenaría el denominado por unos “Alzamiento Nacional” y calificado por la historia como “Golpe de Estado”.
También recordamos algunos (y los que leen, porque los que leen siempre recuerdan) las elecciones a Cortes Generales de la Dictadura cuando había una cosa que se llamaba “Tercio Familiar”. Luego, con orgullo, recordamos más recientemente las primeras elecciones generales realmente democráticas.
Publicaban los teóricos de la época que el Régimen (de Franco) había sido capaz de matarse a sí mismo. ¡Sí a la Reforma, no a la Ruptura!, era la consigna que “todos” consideraban el mal menor.
Aquel año 1977 los españoles pudimos asistir a las urnas libre y voluntariamente, conocimos las victorias y las derrotas. Bueno, mejor dicho, empezamos a conocer que, en la noche electoral, todos declararían su victoria.
Disfrutábamos todos, electores y elegidos. Éramos tan jóvenes, tan inexpertos en esto de la contienda electoral que, incluso, íbamos a los mitines para que unos y otros nos explicasen sus programas; nos informaran de sus intenciones y, cómo no, salíamos convencidos de que, al menos, ellos lo tenían claro.
Ahora, más de cincuenta años después, con la experiencia de muchas elecciones generales, europeas y municipales, todo parece distinto.
Las personas mayores (primero personas y después mayores) tratamos de aferrarnos a esa ilusión recordando el trabajo que costó llegar hasta unas urnas libres. Para los jóvenes, que tratan de ser personas pero no les dejamos espacio para ello, llegar a votar no tiene ningún mérito; “es de suyo”, como tener un cuarto para ti solo o un teléfono móvil.
Mientras todo esto ocurre, los “elegibles” se empeñan en dedicar mas tiempo y espacio a las descalificaciones del opositor que a los méritos propios. Incluso -¡que lástima!- existen debates (en serio) que giran entorno al mayor o menor atractivo físico de este o aquel candidato y lo peor de todo, es que ellos lo saben.
Es el culto al ego. Es el culto al cuerpo, no al cerebro. Es el culto a continente y no al contenido.
Lamentablemente mi corrector no se ha equivocado, entramos en periodo de “Erecciones Generales”.
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Quique J. Silva