Sucedió en Toledo. 5 D20 Archivo VASIL
En plena era digital, donde la electrónica se ha convertido en uno de los pilares de nuestro desarrollo tecnológico, queda ya muy lejano aquel 1978 en el que fue noticia que a los coches de la Policía Armada se les dotara de nuevas emisoras de radio.
Como nos ocurre muchas veces en esta sección del Blog, los términos “más clásicos” no resultan familiares para nuestros jóvenes seguidores (que los hay).
El cuento de “Las Lecheras” narra la historia de un cuerpo nacional de seguridad, denominado Policía Armada, popularmente conocidos como “los grises”. En los ambientes más contestatarios, estudiantes uniformados generalmente con una chaqueta de pana; larga barba, a modo de pasamontañas para evitar ser reconocidos, y un montón de libros de Filosofía bajo el brazo, se empeñaban en correr delante de aquellos funcionarios del estado que, la verdad, no estaban para muchos trotes. Salvo que fueran a caballo.
El apodo no era muy original, gris era el color de sus uniformes, rematados con la solemnidad de los cinturones y trinchas negras. El diseñador buscó, sin duda, la mayor sobriedad posible. Una imagen que caminaba entre el miedo y el respeto; entre el servicio al ciudadano y la represión de todo lo que no fuera alinearse con el poder establecido. Una larguísima porra bajaba por la parte exterior de la pierna, dispuesta a batirse sobre los riñones del “adversario”.
Pero, con todo, “las lecheras” eran la parte más amable de aquella Policía. Lo realmente temible eran los Land Rover, cortos o largos y también, lógicamente, de color gris.
El final de los setenta marcó el cambio hacia una policía más amable, menos represora y, sobre todo, cada vez mejor formada, técnica y tácticamente.
En aquel mundo totalmente gris, “las lecheras” trajeron un halo blanco de esperanza, que empezaba a vislumbrar una sociedad más libre y que ahora, algunos, se empeñan en volver a reprimir. En volver a pintar de gris.
¡No hombre no! ¡Vivan las lecheras blancas!
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Quique J. Silva