Sucedió en Toledo. 20 D19 Archivo VASIL
Un autobús. Un sencillo autobús cruzaba las carreteras españolas para dar servicio bancario en aquellas localidades o eventos que lo requerían. Eran los tiempos de las cartillas donde los abonos y reintegros se anotaban a mano.
Testigos directos contaban cómo algunos clientes llegaban literalmente “con el dinero en cubos”. Una transacción de última hora o la reciente venta de la cosecha ponía en manos de los agricultores y ganaderos grandes cantidades de dinero que, con el tiempo, se convertirían en “unos ahorrillos”.
No había terminales financieros, ni TPV, tampoco tarjetas ni cajeros automáticos…… pero el servicio se prestaba, porque el dinero interesaba.
No solo en los grandes eventos y ferias; estas auto-oficinas se presentaban en la plaza del pueblo un día determinado. Todo el mundo sabía cuando “llegaba el banco”. Unos sacaban el dinero de debajo del ladrillo para ponerlo a buen recaudo. Otros, aprovechaban la visita del “asesor” para plantear un adelanto con el que pagar la semilla para la siguiente temporada.
La España en desarrollo empezaba a conocer “el culto al dinero” y los bancos lo sabían. Todos salían de ruta. Al principio, cualquier cliente era importante; pero en aquellas instalaciones “Pegaso” se empezaba a hacer la selección. En el pueblo ya se fijaban quiénes subían al autobús y cuanto tardaban. Quiénes a “dar” y quiénes “a pedir”.
La magnificencia del empleado de turno (bancario, no banquero) trazaba las primeras líneas argumentales para tramitar o no el crédito para el tractor que el paisano terminaría pagando en inagotables Letras de Cambio.
En los Consejos de Administración el objetivo era claro: “Hay que ir donde está el dinero” y con eso bastaba. Era razón y argumento suficiente para recorrer caminos, sierras y puertos donde instalar la oficina.
Así se desarrolló la Banca; así nacieron y crecieron Las Cajas.
Y como dice la canción “El tiempo pasa…..”, en los bancos se empiezan a plantear que no todos los clientes son iguales; que no todos merecen la pena. Ellos son de los primeros en “clasificar” (efecto estratégico que luego se estudiaría en las clases de Marketing como “segmentación del mercado”). Empiezan a pensar que no merece tanto la pena llegar a esos lugares tan pequeños, a esas familias que no tienen ni la capacidad de ahorro ni los niveles de negocio que ellos consideran adecuado a sus intereses.
Este “abandono económico-social” lo aprovechan las Cajas de Ahorro y Cajas Rurales para crecer inundando los pueblos con oficinas y corresponsales. No se plantean la rentabilidad, se prioriza el servicio.
Aún en esos momentos de la historia reciente, las “oficinas móviles” de las Cajas continúan rodando tratando de combatir la exclusión financiera.
Las nuevas tecnologías permiten estudiar, analizar, comparar y seleccionar todos y cada uno de los movimientos financieros de los clientes. Alguien venido de “la City” -seguro- empieza a implantar en el mundo financiero el concepto “rentabilidad del cliente” y ya las entidades pueden saber, realmente, con números ciertos, qué clientes le interesan o no…. y todo el mundo financiero se contamina de esta filosofía de trabajo.
No solo desaparecen los autobuses financieros (que habían quedado obsoletos) sino algo mucho más grave, empieza el cierre de oficinas. El bosque financiero de cualquier ciudad o provincia empieza a ser talado en aras de la rentabilidad.
Las oficinas de barrio dan paso a las oficinas de ciudad pero, en los pueblos…… las oficinas cerradas no dan paso a nada.
Nace en España la exclusión financiera.
Tal vez sea el momento de volver a las oficinas rodantes aprovechando los avances telemáticos, las antenas parabólicas y los motores eléctricos……… el dinero le seguimos teniendo los mismos.
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Quique J. Silva
Pues no es ninguna tontería esto de las oficinas rodantes y no solo para los bancos. Lo que está claro es que lo que no puede rodar son los pueblos.