Ilustración Mercedes y Benjamín Juan
BURBUJAS DE ÁCIDOS VARIADOS (y 4)
En la isla del Dr. Monroe (no confundir con el Dr. Moreau por la similitud fonética, ni tampoco con Morel) puede suceder lo inenarrable y lo más sencillo. En la isla del Dr. Monroe las estrellas alumbran con reflejos poliédricos, que sorprenden y aturden. Destellos azules de basalto y plata. El aire huele a sueños codificados como ficción. Tal vez sea porque los polos magnéticos están alterados o el eje de la tierra se percibe torcido, muy torcido. Allí nada es lo que parece y lo que parece no es como parece. Policarbono mimético. A pesar de la latitud dispone de un clima peculiar, inimaginable en cualquier otro lugar. Todo, incluida la realidad, si es que existe tal como se conoce en otros lugares, se acomoda al ritmo de las estaciones, imperceptibles; al fluir de la lluvia, escasa; a las tormentas del sol, lejanas.
La isla del Dr. Monroe es la más codiciada por los turistas ricos, famosos y cuerpos de metacrilato o photoshop. Podría formar parte de lo que en economía financiera se ha llamado el “mundo extraterritorial.” Es el lugar donde todos quieren ir, aunque no se conocen registros fiables de quienes hayan viajado a la isla. Y sí lo han hecho, se ignora lo que haya sucedido. La juventud o la ancianidad, incluso la vida, se miden en la isla por coordenadas diferentes a las del resto de continentes e islas. Aunque tales elementos, a efectos de la narración, sean irrelevantes.
La isla de Dr. Monroe está situada a una distancia imprecisa de millas náuticas al extremo septentrional-oeste de la punta de Ushuaia, el Fin del Mundo en expresión hiperbólica de los argentinos, un territorio en eterno litigio de propiedad entre Argentina y Chile. En la isla del Dr. Monroe el agua sabe a gaseosa – sin sabores, por supuesto – y el mar cobija una múltiple reserva de seres mecánicos que nacen y se desvanecen en poco tiempo. Se pueden contemplar como en los acuarios. Incluso algunos visitantes cuentan haber sido atraídos obsesivamente por ellos como en la narración de Cortázar. En fin, la isla es como un Paraíso de caramelo sin los brillos almibarados del azúcar que los forma y envuelve. En todo caso, trazas de naranjas o lima. Sabor a jengibre y fortunas opacas.
A la isla un día llegó – nadie sabe cómo ni de qué manera – un inaudito personaje. Contaba que había huido de un país remoto después de haber acabado con innumerables personas. Decía de sí mismo ser un terrorista, no un asesino. Reclamaba lo que le pertenecía, aunque nadie sabía de qué hablaba. Un día se adentró en la selva. Tal vez fue atacado por alguna de las criaturas experimentales del Dr. Monroe (repito, no confundir con el Moreau de la narración de H. G. Wells ni con el personaje de Bioy Casares). O simplemente confundió un lugar imaginario con una invención teológica.
Jesús Fuentes Lázaro