Por fin y con verdadero alivio “La Filomena” se fue, pero hemos podido ver y sufrir los estragos que ha dejado; de hecho Toledo ha sido declarada como zona catastrófica. Hemos visto como la nieve ha causado daños en la vegetación, se han perdido muchos árboles y plantas, y en el mejor de los casos gran cantidad de ramas rotas. Igualmente muchas marquesinas, porches y cubiertas han sucumbido a la nieve y al hielo, y en silencio, todos los edificios han sufrido más o menos de alguna de sus maneras. Ya lo anunció hace unos días el director de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo: que los ciclos de deshílelo y heladas provocan daños irreparables al introducirse el agua por fisuras y microfisuras, y con su posterior aumento de volumen al congelarse vemos como literalmente han estallado elementos tanto pétreos como cerámicos en nuestro patrimonio, daños que con el tiempo se acentuarán y podrán provocar caídas, desprendimientos o colapsos de dichas estructuras. Lo vimos hace poco cuando varias piedras de la torre de la Catedral cayeron a la vía. Sin duda es una cuestión difícil de prever, aunque sí es cierto que en algunos países se cubren las esculturas y los elementos decorativos de los inmuebles para minimizar el impacto de la congelación. Pero lo que realmente me preocupa, y de hecho es de lo que quiero hablar en este pequeño artículo, es del efecto nocivo de la sal que se esparce por las calles con el fin de que la nieve y el hielo se transforme en agua y desaparezca de nuestras calles. Antes de ello y como he comenzado hablando de la nieve, os voy a mostrar algunos datos fisicoquímicos de esta. Continuar leyendo