Extractos y puesta a punto de la Memorias del escultor
Segunda parte
En un patio de vecindad la vida de los demás carece de secretos. Cuando no estábamos en el colegio, el resto lo pasábamos en el patio o en la calle, menos en invierno que lo hacíamos al brasero de carbón y picón, escuchando novelas o consultorios sentimentales en la radio. Y ahí estaba Miguel, trabajando en su casa y sacando, según la madre, un buen sueldo. Preparaba las piezas que servían para incrustar los hilos de oro del damasquinado que se vendían en las tiendas florecientes de aquellos años. Abundaba la gente en estos trabajos. Era una forma de completar sueldos, siempre cortos, y más para mantener familias que crecían. En mi caso, me siguió una hermana, Esperanza, y más tarde otro hermano, José Luis. Cambié el trabajo de monaguillo por el damasquinado. Me serviría para descubrir que tenía ciertas habilidades en las manos y una inclinación fácil hacia el dibujo. De manera espontánea, empecé a dibujar. Continuar leyendo