Aparecieron los restos de un anfiteatro romano donde sabíamos que debían aparecer. No era un secreto para nadie que estaba en esa zona. Unos ciudadanos corrientes iban a levantar su casa nueva y, preparándose para echar los cimientos, apareció lo que en otras ocasiones se ha camuflado o se ha destruido. Desde siempre el patrimonio cultural para unos ha sido un estorbo y para otros, los menos, un bien a proteger. Destruir es menos costoso que construir. “No son excepcionales – se escribe en el libro “La destrucción del patrimonio artístico español, de José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz – los casos en que se atenta directamente contra nuestros monumentos y los conjuntos urbanos, mutilándolos o desvirtuándolos, bien a ellos mismos, bien a su entorno, en aras de una subjetiva modernidad o de una renovación urbana mal entendida y falazmente justificada; y ello no en pocos casos por responsables públicos que se vanaglorian de progresistas y se dicen respaldados por el apoyo popular, pero que, ayunos de cultura y buen gusto, la soberbia les impide dejarse aconsejar por los expertos”. Continuar leyendo