Zapatero… a tus zapatos [Quique J. Silva]

Sucedió en Toledo. 11 D19 Archivo VASIL


Vista general de la fábrica de Calzados González en los años setenta. Obsérvese, en el suelo a la izquierda, el botijo reglamentario.

¿Hablamos de calzado? Hablamos de Fuensalida.

No sabemos bien por qué; probablemente impulsado por la iniciativa de uno o dos innovadores de la época, a la busca y captura de una fuente de ingresos para el pueblo. En los años sesenta Fuensalida emergió como uno de los grandes centros de producción del calzado frente a los tradicionales pueblos zapateros del Levante español.

Seguro que alguien ya ha escrito esa historia con sus detalles, pormenores, fechas, protagonistas, benefactores y, como siempre, detractores.

Corren los años setenta y Fuensalida se convierte en la capital de la producción zapatera en el centro peninsular. Junto a ella, Portillo, también se apunta al carro al amparo de sus vecinos. La pequeña y mediana industria de Torrijos y la producción zapatera de Fuensalida logran ser los impulsores de esta zona toledana, generando miles de puestos de trabajo estables. Los salarios, como siempre, bajos; pero el destajo y las horas extras consiguen aumentar los ingresos a base de esfuerzo oficial y extraoficial.

Por un lado, las grandes fábricas se encargan de la parte compleja de la producción; mientras, la economía sumergida se hace cargo de las labores y trabajos auxiliares como una “ayudita libre de impuestos”  contando generalmente con el beneplácito de la autoridad competente que prefiere mirar para otro lado. (A esto hoy se le llamaría “chinos”)

Expositor de calzado. Aquí nacieron los famosos “Castellanos de Fuensalida a precio de fábrica”.

Pero al calzado de Fuensalida y Portillo le ocurre lo que al vino de Méntrida y Montearagón; son buenos, pero no somos capaces de comercializarlo en los grandes mercados españoles y europeos. A nivel nacional, la producción toledana compite con las grandes fábricas levantinas y en el ámbito internacional los italianos logran posicionar su calzado mucho mejor que el español, con independencia de la calidad de los mismos.

Cuando una industria toca techo, todo lo que no sea crecer es perder cuota de mercado (dicen los teóricos) y esta gran industria termina arrollada por la crisis económica.

Ya no vale contar exclusivamente con los apoyos oficiales, ya no vale escamotear salarios a la Seguridad Social, ya no se puede coser de cualquier manera. Hay convenios colectivos, inspecciones, planes y exigencias de riesgos laborales; dejamos de ser competitivos a pesar de que el producto continúa siendo de los mejores.

Al amparo de la burbuja inmobiliaria, los jóvenes prefieren dedicarse a la construcción donde los ingresos (oficiales y extraoficiales) son mucho mas cuantiosos. Piensan que eso durará toda la vida y que, lo de la fábrica “es para chicas”.

Entre todos la mataron…. y ella sola se murió.

Renovarse o morir; así lo entendieron los pocos que quedan. Ampliar productos, investigar, promocionar y, sobre todo, mirar a Europa y al resto del mundo.

Hacer de la calidad un sello diferenciador, frente a los otros productos proporcionados por el mercado asiático; que, nunca mejor dicho, “no le llega ni a la suela de los zapatos”.

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Quique J. Silva

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